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El año de 1933, en una de tantas visitas que hice al padre
Bergoend, me obsequio un libro cuyo título era el que lleva éste. Al preguntarle
al Padre cuál era el tema que trataba me contestó:
-Sencillamente, muchacho,…. QUE SIN LA VIRGEN DE GUADALUPE
YA MÉXICO SE HUBIERA DESBARATADO.
En esta sencilla frase condensó el P. Bergoend esta tesis: México,
en el siglo XVI, era una gran masa de aborígenes que principiaba a mezclarse
con los españoles. La diferencia de las razas era inmensa: sus características casi
opuestas. De la idiosincrasia española y el atavismo indígena sólo podía resultar
una mezcla casi explosiva. Lucha perpetua de unos contra otros. Grandes virtudes,
vicios monstruosos, heroísmos sublimes, traiciones asquerosas…
La colonia estaba establecida porque para ello sólo basta
una fuerza que sojuzgue un territorio con sus habitantes; pero una colonia no
es una nación, y México necesitaba ser una nación, debía ser una nación.
Los españoles habían vuelto la espalda a una patria que por
remota ya no tenía razón de ser. Vinieron buscando riqueza, prosperidad,
bienestar e inmediatamente se dieron cuenta de que era necesario trabajar,
sufrir y perseverar; pero también se dieron cuenta de que perseverando,
sufriendo y trabajando obtenían riqueza, prosperidad y bienestar. Y se
establecieron definitivamente en México, y se casaron, tuvieron hijos y
murieron en México. España quedo atrás para ellos y sus descendientes.
Los aborígenes, cansados de una religión monstruosa y
antinatural, atrofiados hasta entonces e los caminos del progreso humano, ya
que no conocían la escritura fonética, desconocían en mecánica hasta la rueda y
estaban tan carentes de elementos que ni la vaca, el caballo, el carnero, etc.,
eran de su conocimiento.
La superioridad del elemento hispánico era evidente. El indígena
tenía que acatarlo como protector, obedecerlo como maestro, colaborar con él
como organizador…; pero en el fondo quedaba resentimiento y para constituir una
nación era menester ahogar el odio en el humillado, en el vencido y ahogar la
soberbia en el vencedor. Para constituir una nación era necesario que el indio
amara al español como hermano y el español al indio del mismo modo; que se
tuvieran mutua comprensión; que se ayudaran cada uno en la medida de sus
posibilidades y cooperaran todos para la consecución de un fin maravilloso: EL
BIEN COMÚN.
Esto era imposible. ¡Sólo un milagro de Dios! ¡Y Dios hizo
el milagro! Nos envió a su Santisima Madre… Ella hablo con un indio, nos dejó
su imagen mestiza para que nos acompañara y nos dejó su amor para que nos
cuidara. Y así nos hizo mexicanos. No vino porque no fuéramos muy buenos; sino
porque la necesitábamos mucho. “Non Fecit Talliter Omni Tationi”: no lo hizo
con otra, no porque nosotros lo mereciéramos, sino porque sin ella no seriamos nación.
México nació allí, en el Tepeyac, y allí está el elemento
aglutinante que nos mantiene unidos. México nació allí y México ya no morirá. En
su dolorosa historia ha sufrido amputaciones terribles, tormentos espantosos,
humillaciones tremendas. Pero México siempre a resurgido y sus heridas
cicatrizan rápidamente. No tiene explicación humana la supervivencia después de
tanta rapiña, después de tanta devastación, después de tanto odio protestante anglosajón…
Cuando aparentemente todo está perdido, el alma mexicana se muestra estera y
renovada. Es que nuestro centro de gravedad está arriba, muy arriba, en línea recta
sobre el Tepeyac.
-Padre Bergoend, ¿Por qué no aparece su nombre como autor de
este libro? Usted me dice que lo escribió….
-Sencillamente, muchacho porque no tiene importancia quien
lo diga, pero sí la tiene el que se diga; aunque todos lo sentimos, hay que
decirlo en letras de molde y no importa quien sea.
En este libro se puede decir que esta el alma de Bernardo
Bergoend, mexicano y guadalupano como el que más. Sin embargo, para conocer a
fondo todo su pensamiento sobre México y su obra restauradora de nuestro espíritu
en uno de los momentos más difíciles de nuestra historia, creemos que es
necesario leer su biografía, escrita por un gran patriota, Andrés Barquín y
Ruiz, y recién publicada en esta misma colección, con el número 90.
México, a 15 de agosto de 1968
Ramón Ruiz Rueda
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