Iturbide (un destino trágico) - Alfonso Trueba


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NOS REPRESENTAMOS la figura de Agustín de Iturbide como una vieja y grande estatua que hubiese estado por largos años sepultada en el fondo de un pantano. Esa figura manchada, cubierta de cieno, de rasgos corroídos, es la que se ofrece a la vista del pueblo, no sobre un pedestal, sino yaciendo a un lado del camino que lleva al panteón de los héroes consagrados, o en la bodega donde se guardan los telebrejos que formaron parte del escenario de un drama que no volverá a representarse.

El pueblo no se ara a contemplarla; pasa de largo sin preguntar si era piedra sucia es realmente la imagen del libertador de México.

Pero uno que quiera saber con certeza cómo fue realmente Agustín de Iturbide, deberá empezar por acercarse a la estatua, luego habrá de quitar la capa de barro que la cubre y reconstruir sus rasgos.
Esta fue la operación que emprendimos, y su resultado, el presente, incompleto trabajo.

Confesamos que a medida que la operación avanzaba y se iban revelando las verdaderas facciones del personaje, nos conmovió la alegría que produce un grato descubrimiento. Al concluir la tarea estábamos convencidos de que el material de la estatua era de tal consistencia y de tal valor, que, limpia y reconstruida, podía resplandecer sobre un pedestal.

Hubiéramos querido que este breve ensayo biográfico tuviese el efecto de un desagravio a la verdadera histórica, tan ofendida en el caso del libertador de México. Pero una producción periodística como es ésta, elaborada en unas semanas, no permite examinar todas las cuestiones con la extensión y profundidad que exige un trabajo de la naturaleza del que hubiéramos querido realizar. Sirva lo anterior de excusa a las deficiencias que halle el lector en este folleto.

Ojala que la reproducción de noticas aquí expuestas, desconocidas por cualquier motivo a alguno de nuestros lectores, sirva para rectificar su concepto sobre el Libertador, si lo tenía equivocado, o para confirmarlo, si era correcto.    







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