Costo para la República mexicana $70 + envío $60 por correos de México o DHL express $100
Costo para EUA, Canadá, Centroamérica y caribe 4USD envío 6USD
Europa 4€ envío 7€
Sudamérica 4USD envío 8USD
Envíos a todo el mundo.
Peso 110 gr.
Pags 79
Pasta blanda
Ventas al whatsapp (+52) 3322714279 solo da clic aqui para mandar el msj https://api.whatsapp.com/send?phone=5213322714279
En el exilio, a 20 de mayo de 1979
A SU SANTIDAD EL PAPA JUAN PABLO II
CIUDAD DEL VATICANO
Muy Santo Padre :
Yo soy León Degrelle, el Jefe del Rexismo belga, antes de la
segunda Guerra Mundial, y durante ésta, el Comandante de los Voluntarios belgas
del Frente del Este, luchando en la 28» división de la Waffen SS
"Wallonie". Ciertamente esto no es una recomendación a los ojos de la
gente. Pero yo soy católico como usted y me creo, por este hecho, autorizado a
escribiros, como a un hermano en la fe.
He aquí de qué se trata : la prensa anuncia que con motivo
de vuestro próximo viaje a Polonia entre el 2 y el 12 de Junio de 1979, S.S va
a concelebrar la misa con todos los obispos polacos en el antiguo campo de
concentración de Auschwitz. Yo encuentro, os lo digo de antemano, muy
edificante que se rece por los muertos, sean cuales sean y donde sea, incluso
delante de unos hornos crematorios flamantes, de ladrillos refractarios
inmaculados.
Pero me asaltan ciertas aprensiones, a pesar de todo. S.S,
es polaca. Esta condición aparece sin cesar, y es humano, en vuestro
comportamiento pontifical. Si os impresionan fuertemente viejos resentimientos
de patriota que participó de lleno en su juventud en un duro conflicto bélico,
podríais estar tentado de tomar partido, una vez hecho Papa, en disputas
temporales, que la historia no ha esclarecido aún suficientemente. ¿Cuáles
fueron las responsabilidades exactas de los
diversos beligerantes en el desencadenamiento de la II
Guerra Mundial?.
¿Cuál fue el papel de ciertos provocadores?. Vuestro
presidente del Consejo de Ministros, el Coronel Beck, que todo el mundo sabe
que era un personaje bastante sospechoso, ¿se comportó acaso en 1939 con toda
la ponderación deseada?. ¿No rechazó con demasiada soberbia ciertas posibilidades
de entendimiento? ¿Y después? ¿La guerra fue verdaderamente tal como se ha
dicho?. ¿Cuáles fueron las faltas, e incluso los crímenes de unos y de otros?
¿Se han sopesado siempre con objetividad las intenciones? ¿No se ha desvirtuado
a la ligera o con mala fe, porque la propaganda lo reclamaba, la doctrina del
adversario atribuyéndole unos proyectos y endosándole unos actos cuya realidad
puede estar sujeta a numerosas dudas?.
A pesar de que la Iglesia siempre está mucho mejor informada
que nadie, a través de dos mil años de circunspección ha evitado siempre las
posturas precipitadas, y ha preferIdo juzgar siempre sobre hechos probados, con
calma, después de que el tiempo ha separado el grano de la cizaña, los furores
y las pasiones. Especialmente, la Iglesia siempre se distinguió por una
moderación extrema, a lo largo de la II Guerra Mundial. Siempre se guardó
cuidadosamente de propagar locas elucubraciones que corrían entonces.
Muy Santo Padre, sobre vuestro suelo patrio -- en Auschwitz
particularmente --, afectado, quizás, por ciertas visiones incompletas y
partidarias del pasado ¿va usted simplemente a rezar?... Temo sobre todo, que
vuestros rezos, e incluso vuestra simple presencia en esos lugares, sean
inmediatamente desvirtuados de su sentido profundo, y sean utilizados por
propagandistas sin escrúpulos, que los harán servir, escudándose en vos, para
las campañas de odio, a base de
falsedades, que emponzoñan todo el asunto de Auschwitz desde
hace más de un cuarto de siglo. Sí, falsedades.
Después de 1945 -- abusando de la psicosis colectiva que, a
base de habladurías incontroladas, había transtomado a numerosos deportados de
la II Guerra Mundial -- la leyenda de las exterminaciones masivas de Auschwitz
ha alcanzado al mundo entero. Se han repetido en millares de libros incontables
mentiras, con una rabia cada vez más obstinada. Se las ha reeditado en colores,
en películas apocalípticas que flagelan furiosamente, no sólo la verdad y la
verosimilitud, sino incluso el buen sentido, la aritmética más elemental, y
hasta los mismos hechos.
Usted, Muy Santo Padre, fue, según se dice, un resistente a
lo largo de la II Guerra Mundial, con los riesgos físicos que comporta un
combate contrario a las leyes internacionales. Ciertas personas añaden que
usted estuvo internado en Auschwitz como tantos otros, usted ha salido de allí,
ya que usted es actualmente Papa, un Papa que, con toda evidencia, no huele
demasiado al famoso gas Zyklon B. Su Santidad, que ha vivido en estos lugares,
debe saber, mejor que cualquier otro, que esos gaseamientos masivos de millones
de personas nunca fueron realidad. S.S, como testigo de
excepción, ¿ha visto personalmente efectuar una sola de
estas grandes masacres colectivas, tan repetidas una y otra vez por
propagandistas sectarios?...
Ciertamente, se sufrió en Auschwitz. En otras partes
también, Todas las guerras son crueles. Los centenares de miles de mujeres y
niños atrozmente corbonizados por orden directa de los Jefes de Estado aliados,
en Dresde, Hamburgo, Hiroshima y Nagasaky, tuvieron unos padecimientos mucho
más horribles que los sufridos por los deportados políticos o los resistentes
(entre ambos, el 25 por ciento de la población total de los campos), objetores
de conciencia, anormales sexuales o criminales de derecho común (75 por ciento
de la población concentracionaria) que padecían, y a veces morían, en los
campos de concentración del III Reich.
El agotamiento les devoraba. El hundimiento moral eliminaba
las fuerzas de resistencia de las almas menos templadas. Las crueldades de
ciertos guardianes desnaturalizados, alemanes, y mas a menudo no alemanes, de
los "kapos" y otros deportados convertidos en verdugos de sus
compañeros, se sumaban a la amargura de una promiscuidad multitudinaria. Cabe
pensar que en algún campo hubiese algún chiflado que procediera con
experiencias de muerte inéditas o fantasías monstruosas en torturas o
asesinatos.
Sin embargo, el calvario de la mayor parte de los exiliados,
habría terminado felizmente el día tan esperado del inicio de la paz, sino se
hubiera abatido sobre ellos, a lo largo de las últimas semanas, la catástrofe
de epidemias exterminadoras, ampliadas aún más por los fabulosos bombardeos que
destrozaban las líneas de ferrocarril y las carreteras, enviaban a pique los
barcos cargados de presos, como ocurrió en Lübeck. Estas operaciones aéreas
masivas destruían las redes eléctricas, los conductos y depósitos de agua,
cortaban todo abastecimiento, imponían por doquier el hambre, hacían imposible
todo transporte de evacuados. Las dos terceras partes de deportados muertos a
lo largo de la II Guerra Mundial, perecieron entonces, víctimas del tifus, de
la disentería, de hambre, de las esperas interminables sobre las trituradas
vías de comunicación. Las cifras oficiales lo establecen.
En Dachau, por ejemplo, según las mismas estadísticas del
Comité lntemacional, murieron en Enero de 1944, 54 deportados; en Febrero de
1944, 101; pero en el mes de Enero de 1945 murieron 2.888, y, en febrero de
1945 murieron 3.977. Sobre el total de 35.613 deportados muertos en este campo
de 1940 a 1945, 19.296 fallecieron durante los últimos 7 meses de hostilidades;
y queda demostrado que el terrorismo aéreo aliado no tenía ya ninguna utilidad
militar, pues la victoria de los aliados, al principio de 1945, ya estaba
totalmente asegurada. Y por tanto, ya no era necesario de ningún modo, dicho
terrorismo aéreo aliado. Sin esta loca y brutal trituración a ciegas, millares
de internados hubiesen sobrevivido, en lugar de convertirse -entre Abril y Mayo
de 1945- en macabros objetos de exposición, alrededor de los cuales bullían
manadas de necrófilos de la prensa y del cine, ávidos de fotos y películas con
ángulos y vistas
sensacionales, y de un rendimiento comercial asegurado. Unos
documentos visuales, cuidadosa y previamente retocados, sobrecargados,
deformados, y generadores de crecientes odios.
Estos correveidiles de la información hubiesen podido,
también, tomar kilómetros de fotografías similares de cadáveres de mujeres y
niños alemanes, cien veces más numerosos, muertos exactamente de la misma
manera, de hambre, de frío o ametrallados sobre los mismos helados vagones al
descubierto, y sobre los mismos caminos ensangrentados. ¡Pero esas fotos, igual
que las de la inmensa exterminación de las ciudades alemanes, que nos
decubrirían seiscientos
mil cadáveres, ya se guardarían bien de darlas a conocer!
Hubiesen podido turbar los ánimos y sobre todo, templar los odios. Y la verdad
es que el tifus, la disentería, el hambre, los contínuos ametrallamientos
aéreos, golpeaban indistintamente, en 1945, tanto a los deportados extranjeros
como a la población civil del Reich, todos atrapados por unas abominaciones
propias del fin del mundo.
Por lo demás, Muy Santo Padre, en lo que se refiere a una
voluntad formal de genocidio, ningún documento ha podido aportar la menor
prueba oficial de ello, desde hace más de 30 años. Mas especialmente, en lo que
concierne a la pretendida cremación, en Auschwitz, de millones de judíos en
fantasmales cámaras de gas de Zyklón B, las afirmaciones lanzadas y
constantemente repetidas desde hace tantos años, en una fabulosa campaña, no
resisten un examen científico serio.
Es descabellado imaginar, y sobre todo pretender, que se
hubieran podido gasear en Auschwitz 24.000 personas por día, en grupos de
3.000, en una sala de 400 metros cúbicos, y menos aún, a 700 u 800 en unos
locales de 25 metros cuadrados, de 1.90 metros de altura, como se ha pretendido
a propósito del campo de Belzec; 25 metros cuadrados o lo que es lo mismo, la
superficie de un dormitorio. Usted, Santo Padre, ¿lograría meter 700 u 800
personas en vuestro
dormitorio?
Y 700 a 800 personas en 25 metros cuadrados, esto hace 30
personas por cada metro cuadrado. Un metro cuadrado, con 1,90 metros de altura
¡es una cabina telefónica! ¿Su Santidad sería capaz de apilar a 30 personas en
una cabina telefónica de la Plaza San Pedro o del Gran Seminario de Varsovia, o
en una simple ducha?. Pero si el milagro de los 30 cuerpos plantados como
spárragos en una cabina telefónica o el de las 800 personas apiñadas alrededor
de vuestra cama se hublese realizado, un segundo milagro tenía que haberse
producido inmediatamente, pues las 3.000 personas ¡el equivalente de dos
regimientos! hacinadas tan fantásticamente en la habitación de Auschwitz, o las
700 u 800 personas apretujadas en Belzec a razón de 30 ocupantes por metro
cuadrado, ¡hubiesen perecido casi al instante, asfixiadas, por carencia de
oxígeno! ¡No hubieran hecho falta las cámaras de gas! Todos habrían dejado de
respirar, incluso antes de que se hubiese terminado de hacinar los últimos, que
se cerrasen las puertas y se esparciera el gas por la sala. ¿Y cómo se hacía
esto último? ¿Por unas hendiduras ? ¿Por unos agujeros? ¿Por una chimenea?
¿Bajo forma de aire caliente? ¿Con vapor? ¿Vertiéndolo sobre el suelo? ¡Cada
uno cuenta lo contrario del otro! ¡EI Zyklón B no alcanzándo más que a
cadáveres, no hubiese representado la menor utilidad! De todas maneras, el Zyklón
B es, como toda persona interesada en la ciencia puede saber, un gas de empleo
peligroso, inflamable y adherente. También veintiuna horas de
espera hubiesen sido necesarias, e incluso indispensables,
antes de que se hubiese podido retirar el primer cuerpo de la fantástica sala.
Sólo después se hubieran podido extraer, como se han
complacido en contárnoslo, con miles de detalles escabrosos todos los dientes
de oro, todas las fundas de plomo en las que escondían, se dice, diamantes, de
cada lote de seis mil mandíbulas rígidas -- ¡tres mil personas! -- , contraídas
tras la muerte, o de 48.000 mandíbulas diarias si se creen las cifras oficiales
de 24.000 gaseados cotidianos solamente en Auschwitz.
Muy Santo Padre, por muy santo que sea Su Santidad, ¡Usted
soportará al dentista alguna vez, con más o menos resignación! ¿Os han extraído
un diente? ¿Dos dientes? ¿Se os han instalado en una silla de dentista con
potentes reflectores, enfocados sobre las mandíbulas con útiles perfeccionados
y con un paciente que se presta a sus prescripciones?. Pues bien, la
extracción, en unas óptimas condiciones, tarda su tiempo. ¿Un cuarto de hora?,
¿Media hora?. En Auschwitz, según las leyendas, a los cadáveres que yacían en
el suelo, era necesario abrirles, con muchas
dificultades, las mandíbulas endurecidas, descontraerlas, y
tratarlas mediante instrumental necesariamente primitivo. Con ocho operadores
en total: es la cifra oificial. Y después tenían que examinarlos sin luz
apropiada, a ras del cemento, y no solamente un punto enfermo de la dentadura,
¡sino las dos mandíbulas enteras!, ¡Arrancar, vaciar. limpiar! ¿Puede hacerse
esto en menos tiempo que en casa del especialista, perfectamente equipado?,
Dígnese Su Santidad tomar un lápiz. A razón de un cuarto de hora por dentadura
y con ocho individuos a pleno rendimiento en la operación se podría llegar a 16
cadáveres tratados por hora, es decir, 160 en una jornada de 10 horas sin un
minuto de reposo. Piense Su Santidad incluso en un estajanovista de las
dentaduras, y doble el ritmo de las extracciones, lo que es además
materialmente imposible: esto supondría 320. Entonces, Muy Santo Padre, ¿cómo
imaginar cremaciones de 3.000 judíos
de una sola vez?, ¿Y las jornadas de 24.000 gaseados con
Zyklón B, que representarían 48.000 dentaduras para vaciar o sea más de 760.000
dientes a examinar diariamente?. Simplemente ateniéndose a los seis millones de
judíos muertos -- algunos han doblado y triplicado la cifra, que la propaganda
machaca contínuamente en nuestros oídos --, estos extractores de mandíbulas
hubiesen seguido, unos años después de la guerra, en plena actividad.
Estas extracciones, solamente estas extracciones, en diez
horas de labor ininterrumpida, ¡hubiesen absorbido un trabajo de 1.875 jornadas
de todo el equipo de 8 individuos!
Pero además, estas extracciones sólo eran una formalidad
preliminar. Hacía falta también rapar millones de cabelleras. Después, antes de
pasar los cadáveres al horno. se procedía -- según lo que todos los
"historiadores" de Auschwitz afirman ex cátedra -- al examen de todos
los anos y todas las matrices, de cuyo fondo se trataba de recuperar los
diamantes y las "joyas" que hubieran podido ser escondidas. ¿Se
imagina usted esto Muy Santo Padre?. ¡Seis millones de anos, tres o cuatro millones
de matrices limpiados a fondo, cuando se nos ha explicado que, después de los
gaseamientos masivos, los cuerpos chorreaban de excrementos,
de sangre femenina y de otras inmundicias! En estos órganos sucios, los dedos,
las manos de los operadores, debían revolver todo, descubrir los supuestos
diamantes escondidos, extraerlos pegajosos, lavarlos, lavarse ellos, 24.000
veces por día (los anos), 15 ó 20.000 veces por días (las matrices). ¡Es una
locura!. ¡Todo esto es de locos! Y no hablemos de las actividades complementrias:
fábricas de abonos
y fábricas de jabones, de las cuales el delirante profesor
Poliakov habla sin pestañear.
Estas operaciones de gaseamiento, de corte de pelo, de
extración de dientes, de limpieza de órganos, realizados sobre seis millones de
judíos, o siete millones, o sobre quince millones según el Padre Riquet, o
sobre veinte millones -- ¡es decir más que los judíos existentes entonces en el
mundo entero! -- según el diccionario Larousse, seguirían todavía si se
admitieran como exactas las afirmaciones "oficiales" de los
manipuladores de la "historia" de Auschwitz. ¡Entonces, sí
que tendría Ud., Muy Santo Padre, que taparse la nariz cerca
de las cámaras de gas, y transpirar al calor de los hornos de Auschwitz, en el
transcurso de su misa concelebrada!.
Si se hubiese multiplicado el número de cadáveres reales y
normales por diez, o por veinte, la estafa de los muertos hubiese podido
conservar un cierto aspecto de verosimilitud. Pero al igual que hemos visto en
el caso del gaseamiento de 700 a 800 personas por dormitorio, al mentir
demasiado se llega a lo grotesco. Era precisa la insondable y apenas imaginable
estupidez de las masas, para que semejantes extravagancias hayan podido ser
inventadas, contadas, difundidas a los cuatro vientos, filmadas y CREIDAS.
"¡Yo creo -- declara bravamente un personaje de
Holocuasto -- todo lo que se cuenta sobre ello!". ¡Declaración ejemplar!.
Entonces. Muy Santo Padre, ¿cómo imaginar un instante que en
Auschwitz, en la hora de la concelebración, mientras que todos los corazones,
estrechados por el amor de Dios y de los hombres, van a participar en la
renovación del sacrificio, un sacerdote, un Papa podría, en el momento en que
levanta el cáliz hacia el cielo, ser consciente de que está encubriendo bajo su
patio un despliegue de un odio tan bestial y de unas mentiras tan
extravagantes, que están en el
extremo opuesto de la enseñanza patética de Cristo?, ¡No!
¡Ciertamente no!, ¡No es posible!. Vuestro mensaje, a cien pasos de la falsa
cámara de gas de Auschwitz, no puede ser más que un mensaje de caridad, de
fratemidad, igualmente de la verdad, sin la cual toda doctrina se hunde. Usted
va a Auschwitz para recogeros, emocionado, en uno de los altos lugares del
suirimiento humano cuyas causas y cuyos responsables serán fijados
verdaderamente, objetivamente, con
el tiempo, por una Historia serena, y no recurriendo a
testimonios obtenidos por la fuerza y a unas divagaciones de farsantes.
El Papa está por encima de todo esto.
Está al lado de las almas que sufrieron, de las que, en el
sufrimiento, se elevaron espiritualmente, pues no existe pena, ni calvario, ni
agonía que no pueda llegar a ser sublime. Por ejemplo, en los campos de batalla
de la II Guerra Mundial en que tantos millones de soldados cayeron tras
horribles sufrimientos, e igualmente en los campos de trabajo, en que tantos
murieron victimas de intereses que no entendían pero que los aniquilaban : el
sacrificio, el dolor físico y moral, la terrible
angustia, convirtieron a miles de almas, que en
circunstancias normales se hubiesen perdido en la mediocridad, en gloriosos
ejércitos de héroes espirituales. Así fue en Auschwitz. Fue así en el Frente
del Este, a lo largo de los años de lucha y de inmolación de millones de jóvenes
europeos que, de 1941 a, 1945, hicieron frente heróicamente al empuje del
comunismo. Seguramente, a través de toda la historia de los hombres, se han
cometido atrocidades. Auschwitz, de todas maneras, no habrá sido ni el primer
caso, ni el último. Nosotros lo vemos de sobra en la hora actual, cuando son
masacrados tantas mujeres y niños sin defensa, aplastados en los campos
palestinos por la aviación de lsrael, ejecutando la ley del Talión sobre unos
inocentes, en memoria de los cuales, no se cantará probablemente nunca una misa
concelebrada... Numerosas potencias han abusado muchas veces de su poder.
Numerosos pueblos han perdido la cabeza. No uno especialmente. Pero sí todos.
Al lado de corazones puros y desinteresados que ofrecieron su juventud a un
ideal, Alemania, tuvo, como todo el mundo, su lote de seres detestables,
culpables de violencias inadmisibles. ¿Pero qué país no ha tenido los suyos?
La Francia de la Revolución Francesa, ¿no ha inventado el
Terror, la Guillotina, los ahogamientos en el Loira? ¡Napoleón no deportó, pero
sí movilizó por la fuerza a centenares de millares de civiles de los países
ocupados, enviados a la muerte por su gloria! ¡Cincuenta y un mil nada más que
en Belgica! ¡Es decir, más que los belgas que murieron a lo largo de la I
Guerra Mundial o en los campos de concentración del III Reich!. Más cerca de
nosotros, un De Gaulle ¿no presidió, en
1944-45, la masacre de decenas de millares de adversarios
bautizados como "colaboradores"?. Más recientemente aún, en
Indochina, en Argelia, Francia ¿no hacinó a centenares de millares de prófugos,
de rehenes, de simples civiles arrestados masivamente, en campos de
concentración extremadamente duros en donde tampoco faltaron los sádicos? Un
General francés hizo incluso el elogio público de la tortura, ¿Y la Gran
Bretaña, con sus bombardeos de ciudades libres como Copenhague? ¿Sus
ejecuciones de cipayos atados en la boca de los cañones; su aplastamiento de
los boers; sus campos de Concentración del Transvaal o con millares de mujeres
y niños muertos en una miseria indecible? ¿Y Churchill, desencadenando sus
abominables bombardeos de terror sobre la población civil del Reich, la
calcinación por fósforo en las cuevas, aniquilando en una sola noche alrededor
de doscientos mil mujeres y niños en el gigantesco crematorio de Dresde?
"Alrededor de", porque no se ha podido hacer una estimación
aproximada más que calculando el
peso de las cenizas.
¿Y los EE.UU? ¿No han elevado su potencia gracias a la
esclavización de millones de negros marcados al fuego ardiente como bestias, y
gracias a la exterminación casi íntegra de los pieles rojas propietarios de los
terrenos ansiados?, ¿No han sido ellos los lanzadores de la bomba atómica? Ayer
aún, ¿no han contado, entre sus tropas de Vietnam, con indiscutibles verdugos?.
Y no insistimos sobre las decenas de millares de víctimas de la tiranía de la
URSS y de los
Gulags actuales, de los cuales, temo que no se dirá nada ni
que usted visitará nunca como lo ha hecho con el campo de Auschwitz, vacío de
todo ocupante desde hace decenas de años.
En Auschwitz, nadie lo negará, la vida ha sido dura, a veces
muy cruel. Pero en los campos de los vencedores de 1945, los sádicos y los
verdugos prosperaron rápidamente con igual abundancia, pero con muchas menos
excusas, si se admite que una guerra mundial pueda albergar unas excusas...
Santo Padre, yo no querría empañar el placer que usted va a
tener al encontrarse en su pais. ¡Pero cuidado! Vuestra patria valerosa, de la
cual usted ha exaltado la elevación moral al glorificar a su admirable patrón
San Estanislao, ¿no ha conocido ella también sus horas de crímenes y de
envilecimiento?. En el momento en que usted va a pisar el suelo polaco de
Auschwitz que recuerda especialmente la última tragedia judía, resultaría poco decente
-- si quiere ser justo -- no
evocar otros judíos innumerables muertos anteriormente por
todo vuestro territorio, en unos progroms horribles, torturados, asesinados,
colgados durante siglos por vuestros propios compatriotas. ¡Estos no han sido
siempre unos ángeles, a pesar de ser tan católicos!.
Yo oigo todavía al Nuncio Apostólico de Bruselas, el que fue
después Cardenal Micara, anteriormente Nuncio en Varsovia, cuando me contaba,
en su excelente mesa, cómo los campesinos polacos crucificaban a los judíos en
las puertas de sus granjas. "¡Estos cochinos judíos!", exclamaba,
bastante poco evangélicamente el untuoso prelado.
Estas palabras fueron pronunciadas tal cual, creame.
La Iglesia ella misma, Muy Santo Padre, ¿Ha sido siempre tan
blanda? Incluso en pleno siglo XVIII, ella quemaba aún a los judíos con gran
aparatosidad. En plena ciudad de Madrid, particularmente. Pero ella, ¡los
quemaba vivos!. La Inquisición no ha sido un pacífico redil. Las masacres de
los albigenses se perpretaron bajo la égida de Santo Tomás de Aquino. Los
asesinatos de la noche de San Bartolomé causaron la alegría
del Papa, vuestro predecesor, que se levantó en plena noche para festejar, con
un Tedeum entusiasta tan alegre acontecimiento, ¡y ordenó incluso conmemorarlo
con una medalla!. ¿Y las treinta mil llamadas brujas, calcinadas piadosamente a
lo largo de la Cristiandad? Incluso en el pasado siglo, el papado restablecía
aún en Roma el Ghetto. En el fondo, Muy Santo Padre, que no valemos mucho bien
seamos
Papas o Ayatollas, parisinos o prusianos, soviéticos o
neoyorquinos. ¡No hay por qué ser exageradamente orgullosos! Todos nosotros
hemos sido, en nuestros malos momentos, tan salvajes los unos como los otros.
Esta equivalencia no justifica nada ni a nadie. Ella incita, sin embargo, a no
distribuir con demasiada impetuosidad o benevolencia las excomuniones Y las
absoluciones.
Sólo se rechazará el salvajismo humano respondiendo al odio
con la fratemidad. El odio se desarma, como todo se desarma, pero no
ofreciéndolo contínuamente con salsas cada vez más picantes. Ni excrementándolo
y exasperándolo, como en el caso de Auschwitz, a fuerza de exageraciones locas,
de mentiras y de falsas confesiones llenas de contradicciones flagrantes
arrancadas por la tortura y el terror en las prisiones soviéticas o americanas,
pues tanto valían las unas como las otras en los tiempos odiosos de Nuremberg.
Algunos hubiesen podido pensar que los filibusteros del
exhibicionismo concentracionario y los falsarios que hicieron del asunto de los
"seis millones" de judíos, la estafa financiera más remuneradora del
siglo, iban a poner en fin un término a esa explotación. Gracias a todo el
aparato de la grandiosa ceremonia religiosa que va, en vuestra presencia, a
desplegarse entre los falsos decorados del plató de Auschwitz, en medio de un
gigantesco baqueteo de televisión y de prensa, se intentará todo para convertiros
en avalista indiscutido de estos cheques del odio. Vuestro nombre vale su peso
en oro, para todos estos gangsters. Saldrá en el mundo entero, como si el
primer Holocausto no fuera suficiente, un Holocausto número 2 que no habrá
costado un millón de dólares como el otro, ya que Vuestra Santidad habrá
suministrado absoluta y gratuitamente, a unos indecentes escenógrafos, la más
fastuosa de las figuraciones.
El Holocausto número 1, cualquiera que haya sido su difusión
y su impacto entre los tontos, no ha sido más que un gigantesco alboroto
hollywoodiano, de una rara vulgaridad, y destinado ante todo a vaciar centenas
de millones de bolsillos de espectadores no advertidos. Pero los estragos no
podían ser más que pasajeros; se debería rápidamente notar que las
extravagancias eran bufonescas, no resistirían al examen concienzudo de un
historiador. Por el contrario, vuestro Holocausto, Muy Santo Padre, filmado con
una gran pompa en Auschwitz, por un Papa en carne y hueso, revestido de toda la
majestuosidad pontifical y ungido de veracidad, de cara a un altar inviolable,
sobre todo en la hora del Sacrificio, este Holocausto número 2 arriesga
aparecer a los ojos de una cristiandad burlada por unos manipuladores
sacrílegos, como una confirmación casi divina de todas las elucubraciones
montadas por unos usureros llenos de odio.
Ya vuestra evocación ante las tumbas polacas de Montecasino,
de una guerra de la cual -- si se cree lo que ha dicho la prensa internacional
-- S.S, no ha retenido más que ciertos aspectos fragmentarios y partisanos, ha
inquietado a muchos fieles. Vuestra comparecencia ostentosa en Auschwitz no
puede sino inquietar más aún, Muy Santo Padre, pues no es dudoso que se os va a
"utilizar". Es tan evidente que revienta los ojos. Unos filibusteros
de la prensa y de la pantalla han
decidido hacerle caer, con la mitra por delante, con vuestra
sotana blanca toda nueva, en esta trampa de Auschwitz. Sin embargo esta
ceremonia religiosa no puede representar a vuestros ojos, ciertamente, en la
hora de la concelebración, otra cosa que una llamada a la reconciliación, y de
ninguna manera una llamada al odio entre los hombres.
Homo homini lupus, dicen los sectarios. Homo homini frater,
dice todo cristiano que no es un hipócrita. Nosotros somos todos hermanos, el
deportado que sufre detrás de las alambradas, el soldado intrépido crispado
sobre su ametralladora. Todos los que hemos sobrevivido a 1945, Ud., el
perseguido convertido en Papa, yo, el guerrero convertido en perseguido, y
millones de seres humanos que hemos vivido de una manera u otra la inmensa
tragedia de la II Guerra Mundial con
nuestro ideal, nuestros anhelos, nuestras debilidades y
nuestras faltas, debemos perdonar, debemos amar. La vida no tiene otro sentido.
Dios no tiene otro sentido. Entonces, de verdad, ¡qué importa el resto! El día
que Ud. celebre la Misa en Auschwitz a pesar de las imprudencias espirituales
que puedan comportar unas tomas de posiciones de un Papa en unos debates
históricos no conclusos, y a pesar de los fanáticos del odio que, sin tardanza,
van a explotar la
espectacularidad de vuestro gesto, yo uniré desde el fondo
de mi exilio lejano mi fervor al vuestro. Soy, Muy Santo Padre, filialmente
vuestro.
León Degrelle
La Asociación de Antiguos Aficionados a los Relatos de
Guerras y Holocaustos (AAARGH) ofrece este texto en Internet con fines
meramente educativos, para alentar la investigación, sin intereses comerciales
y en vistas a una utilización comedida. La dirección electrónica de la
Secretaría es <aaarghinternational@hotmail.com> . La dirección postal es
: PO Box 81475, Chicago, IL 60681--0475, USA.
Ofrecer un texto en la pantalla del Web es lo mismo que
poner un documento sobre los estantes de una biblioteca pública. Nos cuesta
algún dinero y trabajo. Pensamos que es el lector voluntario el que saca
provecho de esto, y suponemos que sea capaz de pensar por sí mismo. Un lector
que va a buscar un documento en el Web siempre lo hace ateniéndose a las
consecuencias por cuenta propia. En cuanto al autor de un determinado documento,
no hay por qué suponer que comparte la responsabilidad de los demás textos que
se puedan consultar en el mismo sitio. Por motivo de las leyes que instituyen
una censura específica en ciertos países (Alemania, Francia, Israel, Suiza,
Canadá, y otros más), no solicitamos el acuerdo de los autores residentes en
dichos países, pues no están en libertad de condiciones para asentir.
Nos colocamos bajo la protección del artículo 19 de la
Declaración de Derechos Humanos, el cual estipula :<ARTICULO 19 <Todo
individuo tiene derecho a la libertad de opinión y de expresión; este derecho
incluye el de no ser molestado a causa de sus opiniones, el de investigar y
recibir informaciones y opiniones, y el de difundidrlas, sin limitación de
fronteras, por cualquier medio de expresión.>Declaracion universal de los
derechos humanos, adoptada por la Asamblea General de las Naciones Unidas el 10
de diciembre de 1948 en París.
No hay comentarios:
Publicar un comentario