En defensa de Iturbide - Celerino Salmeron


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Hace algún tiempo, algunos amigos míos me pedían que escribiera alguna obra sobre don Agustín de Iturbide. Les dije, entonces, que creía no hiciera mucha falta, puesto que había obras como las de don Francisco Bulnes, Alfonso Junco, Alfonso Trueba, Ezequiel, A. Chávez y otras más, en las que se ha presentado al Libertador de Méjico en forma seria, brillante y honrada, y desde ángulos muy diversos, sin achicarlo ni agrandarlo artificialmente.

Me replicaron mis buenos amigos que, aunque lo dicho por mí era cierto, sin embargo, creían conveniente que yo escribiera un Iturbide con mi personalismo estilo. Prometí que lo pensaría y que tal vez con el tiempo llegara a escribir algo sobre el tema sugerido.

Han pasado los días, y ahora aparece una defensa mía sobre el bizarro Coronel de Celaya, precisamente con mi personalísimo estilo. Mas, ¿en que consiste en particular estilo mío? Muy sencillo. Todos mis lectores saben muy bien que mi pluma es agresiva; “corrosiva”, me dijo en cierta ocasión, vehementemente, Salvador Abascal, mi inseparable y extraordinario compañero de combate.
En el caso de don Agustín de Iturbide, siempre he adoptado una técnica muy especial que espero sirva a los defensores sanamente apasionados del Caudillo de las Tres Garantías, a fin de que lo defiendan con mejor éxito, siempre que se presente la ocasión. Por cada cargo que sus perversos enemigos lanzan al héroe de Iguala, hago que los “héroes” oficiales desciendan de sus nichos y altares donde los ha colocado la inmoral piedad de la facción revolucionaria; los formo en mi presencia, y a renglón seguido, haciéndola de fiscal, exhibo a cada quien sus miserias humanas, sus pecados escondidos entre la orlas de sus vestidos seráficos para probar que una historia oficial, inmoral y antimejicana, les cubre celosamente todas sus matadas y fechorías, nada más porque han pertenecido sin escrúpulos a la canalla masónica, liberal y revolucionaria y al bando que sin cesar ha destrozado, con saña de antropófago, al Méjico hispánico y católico; y pruebo que Iturbide jamás cayo en las aberraciones en que ellos cayeron, y que esas misma historia oficial que tiene como fin supremo y como relumbrosa arma de combate la mentira, a la figura nacional más importante de nuestra vida independiente.

Esa es mi técnica de combate para defender la verdad, repito, ya conocida o muchos de mis lectores. No he pretendido escribir una anchurosa biografía del héroe invencible que nos heredó una paria Independiente, Católica, Apostólica y Romana. No. Simplemente recopilo en la presente obra, tres artículos que, a partir de la segunda quincena de septiembre de 1967, publique en el entonces refulgente Sol de Mediodía, de esta ciudad, dirigido en aquellos días por don Salvador Borrego, y en los que juzgo, destrozo algunos de los cargos que más irracionalmente se lanza en contra del verdadero padre de nuestra independencia. Transcribo, además, integro, el discurso que en defensa del Libertador de Méjico pronuncie en el gran teatro Metropolitana, la mañana del 26 de setiembre de 1971, para conmemorar los 150 años de nuestra Independencia Nacional, y que tal vez muchos de mis lectores recuerden todavía.

En ese discurso, utilice la misma técnica para esclarecer la verdadera historia y pare hacer la defensa de nuestro invicto e inmortal Libertador. Si algunos puntos de los tratados en los artículos anteriores se repiten en mi discurso, se debe a la fuerza de las circunstancias, mas no a la falta de previsión. En todo caso, la repetición de estos puntos arraigara mejor la convicción histórica en el amigo lector, en lugar de perjudicarlo o de aburrirlo. Tanto mis tres artículos como el discurso, los publico en esta obrita, solamente con ligeras y muy necesarias afinaciones.

Por último, jamás me cansare de proclamar que es urgente rectificar la verdad histórica para acabar con el reinado de la mentira en Méjico, que es lo mismo que el reinado de Satanás. Y no olvidemos que si Iturbide, para las multitudes mejicanas de su ya lejana época, fue guía y faro y su honor hecho carne, tal como dice don Justo Sierra, para todos nosotros, patriotas mejicanos, Iturbide, por su visión patriótica de lo terreno y de lo eterno, por su catolicidad y por su desinterés político, continua siendo lo mismo que en 1822: faro y guía, y nuestro honor hecho carne y hecho historia.

Celerino Salmerón 




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