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Al lector
Después de haber leído los subtítulos de este libro, no
faltarán lectores, “aun entre los católicos bien intencionados, pero
pésimamente informados”, que —según nos lo advierte el cardenal José Caro,
arzobispo de Santiago de Chile recientemente fallecido— “crean que la masonería
es un anacronismo, que se exagera su importancia y su influencia preponderante
en la política moderna; y que, por lo tanto, hablar de ella en nuestros tiempos
está fuera de lugar. Sin embargo —continúa el ilustre príncipe de la Iglesia—
la acción masónica sigue haciéndose cada día más intensa y universal”. (l) 1)
CARO, José. El misterio de la Masonería, pág. 118. Editorial Difusión. Buenos
Aires, 1926.
Para los católicos liberales, satisfechos, aburguesados,
acomodaticios, conformistas y adaptables a cualquier régimen —con tal que se
respeten sus intereses, sobre todo económicos— todo lo que aquí digamos será
producto de la exaltada fantasía de visionarios; cosas terribles, pero pasadas
de moda; pues, en los países civilizados ya han sido superadas por las nuevas
corrientes de libertad y democracia en que se desarrolla la vida nacional.
Y si volvemos a insistir en la gravedad del problema y en la
forma larvada con que estos gérmenes de destrucción se insinúan en las masas
populares, en las mentes juveniles y en las clases cultas de la sociedad —amparados
sus agentes por la lenidad y complicidad de quienes deberían velar por la integridad de nuestro ser
nacional— se elude el tema con una sonrisa displicente, y se subestima su importancia,
repitiendo el consabido sonsonete: “¡Queremos pruebas convincentes! ¿Dónde
están los masones; quiénes son?” Y si las pruebas llegan y si se entregan las
listas de todos ellos con los cargos públicos que ocupan, nos responden: “¿Y
qué mal hay en eso; no son acaso gente honrada y libre como cualquier otro
ciudadano?”.
Actitud orgullosa y suicida de quienes, con una magistral
negativa o con una pérfida suspensión de su juicio, creen remediarlo todo,
pretenden salir del paso y satisfacer las exigencias de una crítica infatuada.
Y si les hablamos de los “caballos de Troya” que los masones han introducido en
nuestra legislación y en todos los cuadros directivos de la política, de la
economía, de las finanzas, de la educación primaria, secundaria y
universitaria, de la justicia, de los gremios y sindicatos, de la prensa diaria
y periódica, de la radio, del cine, de la televisión, de las fuerzas armadas, de
la política, de los centros culturales, sociales, deportivos y recreativos, nos
responden que: —en cuanto a las leyes laicas, ellas son innocuas, que muy bien
se puede contrarrestar su efecto, y que no es problema insoluble la convivencia
católico-laicista de mutua comprensión democrática; y —en cuanto a los nuevos
equipos, colocados estratégicamente en las instituciones del país, para
imprimirles el sello masónico —que esto es calamitoso y que obedece a un plan
de confusionismo derrotista, porque todos sus integrantes son excelentes
ciudadanos, respetuosos de las ideas ajenas; y que no existe el peligro de que
tales hombres socaven los cimientos de nuestro tradicionalismo criollo con
orientaciones antipopulares y anticristianas, porque todos ellos son personas
honorables de solvencia democrática intachable. En otras palabras: su
partidismo los pierde, y a breve plazo nos perderá a todos. Esquivan la verdad
por no tener que definirse.
A estos tales, en su
posición de equilibrio católico-laicista, condenó Pío XI en su encíclica “Ubi
Arcano”del 23 de diciembre de 1922; es decir, a todos
los que no sigan las directivas de los documentos pontificios en referente a la
escuela, al Estado, a la política, al matrimonio, a la propiedad, a la
secularización de la vida civil, etc.... “en lo cual —dice el Papa— es preciso
reconocer una especie de modernismo moral, jurídico y social que reprobamos con
toda energía, a una con el modernismo dogmático ya condenado por Pío X”.
Todos estos errores
modernos, sobre los cuales los partidos políticos deberían definirse claramente,
sin reticencias, ni escamoteos, ni fraseologías hueras y polivalentes, elusivas
de los problemas de fondo —si es que
quieren hacer honor a su bandera democrática— tienen sus defensores dentro de
la masonería; porque, según dijo León XIII, “de ella todos salen y a ella todos
vuelven. Ella es su real inspiración y el móvil oculto de su poder”.
En ella se dan cita, y a sus órdenes trabajan, todos los que
maquinan contra la civilización cristiana. Eran más de 20.000 las obras que
tratan sobre la masonería en 1959. Aquí se ofrece una síntesis —muy incompleta
por cierto— de los principales trabajos publicados por los escritores que gozan
de mayor autoridad en la materia ante los masones y ante sus enjuiciadores. El
lector tendrá, en este manual de simple divulgación un resumen de todos los
temas. En él hallará nociones generales sobre el origen y la expansión mundial
de la masonería, su organización y métodos de proselitismo y adoctrinamiento;
las doctrinas masónicas con respecto a la religión, a la moral, a la familia,
al matrimonio, a la enseñanza, a la libertad, a la democracia, a la propiedad y
al patriotismo; el objeto y la acción de la masonería y la táctica que emplea;
y finalmente su historia.
EL AUTOR
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