Costo para la República mexicana $280 + envío $60 por correos de México o Fedex express $110
Costo para EUA, Canadá, Centroamérica y caribe 16USD envío 15USD
Europa 14€ envío 20€
Sudamérica 16USD envío 23USD
Envíos a todo el mundo.
Peso 760 gr.
Pags 402
Pasta blanda
Ventas al whatsapp (+52) 3322714279 solo da clic aquí para mandar el msj https://api.whatsapp.com/send?phone=5213322714279
EL MITO DEL SIGLO XX. UNA VALORACIÓN DE LAS LUCHAS
ANÍMICO-ESPIRITUALES DE LAS FORMAS EN NUESTRO TIEMPO
ALFRED ROSENBERG
CO-FUNDADOR DEL NSDAP, REICHSLEITER, MINISTRO DE LOS
TERRITORIOS OCUPADOS DEL ESTE, RESPONSABLE DE LA FORMACIÓN DOCTRINARIA DEL
NSDAP
EL MITO DEL SIGLO 20 de Alfred Rosenberg, es la obra más
célebre del Nacionalsocialismo, con excepción de Mein Kampf, y probablemente la
de mayor relevancia y amplitud de miras
Su autor fue nada menos que uno de los fundadores del
Movimiento Nacionalsocialista, Reichsleiter (Dirigente del Reich) y ministro de
los territorios ocupados del Este Además de ello, ejerció las funciones de
Comisionado del Führer para la totalidad de la educación espiritual y
doctrinaria del NSDAP”. De ahí la trascendental importancia que para la
comprensión del pensamiento nacionalsocialista revise EL MITO DEL SIGLO 20,
cuya aparición desatara la controversia ideológica más encendida y violenta de
la época contemporánea.
“El mito del siglo XX” es una de las aportaciones más
decisivas, no sólo al pensamiento del vigente y concluso siglo, sino también a
toda una cosmovisión milenaria de la civilización y del hombre. A nivel
filosófico, los expertos, la valoran como el instrumento fundamental para
profundizar en los movimientos de masas de los años 30 en Europa. A nivel
histórico estamos, posiblemente, ante una monumental interpretación racial de
la historia.
SEMBLANZA DE ALFRED ROSENBERG
«El proceso ha sido realizado por lo menos un año demasiado
temprano. Entretanto se han encontrado gran cantidad de otros documentos. Hoy
ya no condenaríamos a Rosenberg».
ROBERT KEMPNER. Judío “alemán”. Fiscal suplente de USA en el
Tribunal Militar Internacional de Nuremberg. [Cfr. Otto Bräutigam-So hat es
sich zugetragen (Así aconteció), Ed. Kolzner, Würnzburg, Alemania, 1968]
Rosenberg nació en Reval, Estonia, una de las antiguas
provincias bálticas de colonización alemana. Era, por lo tanto, uno de los
numerosos alemanes de frontera y del exterior —Volksdeutscher— que han tenido
una vivencia tanto más consciente de su alemanidad cuanto que estaban en
contraste con su entorno. Allí cursó sus estudios, dedicándose simultáneamente
con gran talento y vocación a las artes plásticas y a la arquitectura. Siendo
aún estudiante secundario fue distinguido con diversos premios. Después de
finalizar el Politécnico en Riga, visitó por primera vez Alemania: Berlín,
Dresden, Münich y — estudiante de arte— siempre en primer lugar las
pinacotecas, así como cuando en 1914 llegó a París, su primera peregrinación lo
llevó al Louvre.
Al poco tiempo de su regreso estalló la guerra. Rosenberg se
había trasladado a San Petersburgo y luego a Moscú para completar sus estudios,
diplomándose de arquitecto con un brillante trabajo que le valió la invitación
de integrar el estudio del famoso arquitecto profesor Klein en la metrópoli
rusa, pero declinó para volver a Reval. Allí fue decisivo y característico para
su destino el discurso que el 30-11-1918 pronunció en un gran salón por él
alquilado, sobre el tema: “la cuestión judía”, identificando (tal como había
podido comprobar) judaísmo con bolchevismo. Finalmente encontró el camino desde
su hogar báltico rusificado a la patria alemana, cuyo aciago destino hizo que
“…un hombre totalmente entregado al arte, a la filosofía y a la historia, que
nunca había pensado mezclarse en política”, tuviera la más directa
participación política en los días venideros.
Se presentó en la redacción de la revista combativa dirigida
por el ardiente patriota Dietrich Eckart, Auf gut deutsch! [¡En buen alemán! N.
del T.] con las palabras: “¿Necesitáis un combatiente contra Israel?”. Tomó
contacto con la comunidad política y la camaradería de otros que pensaban como
él, el pequeño grupo del DAP [Deutschen Arbeiter Partei – Partido Alemán de los
Trabajadores. N. del T.] y en una visita que Adolf Hitler hizo a Dietrich
Eckart, Rosenberg conoció al hombre del que dijo después del fracasado putsch
de noviembre de 1923 (en el que también participó exponiendo su vida en las
primeras filas): “En los campos de batalla en Francia, ante miles de sus amigos
y enemigos, ante el Tribunal, en todas partes, él siguió siendo idéntico a sí
mismo: el Führer, el hombre que encarnaba el anhelo de los mejores, que dio
expresión a sus ansias hasta llegar a la acción, y más allá de la acción”.
Con el propósito de aglutinar a los nacionalsocialistas y
mantener viva la fe mientras durase el encarcelamiento del Führer y la
prohibición del NSDAP, junto con Julius Streicher y Hermann Esser el 1 de enero
de 1924 fundó la Grossdeutsche Volksgemeinschaft.[Comunidad Popular
Gran-Alemana. N. del T.]
En 1928 escribe EL MITO DEL SIGLO 20 (tenía sólo 35 años)
que, publicado en millones de ejemplares, tuvo una repercusión enorme y suscitó
grandes polémicas.
Ya el Nacional socialismo en el poder, como Reichsleiter
ejerció por encargo especial del Führer la supervisión general sobre la
totalidad de la difusión de la Weltanschauung nacional socialista. Durante la guerra
mundial 1939-1945 fue ministro de los territorios ocupados del Este. En enero
de 1943, en ocasión de su quincuagésimo natalicio, Hitler le dirigió un mensaje
de congratulación en el que declaró que Rosenberg había sido el único entre sus
colaboradores que en cuestiones fundamentales siempre había finalmente probado
tener razón. Cabe recordar que ya en 1937 había sido honrado con la máxima
distinción al serle conferido el Premio Nacional Alemán para el Arte y las
Ciencias. En presencia de Hitler, el ministro Goebbels leyó entonces la
fundamentación: “Como primero entre los vivientes, el Führer otorgó el Premio
Nacional Alemán para el Arte y las Ciencias al Pg [Parteigenosse: compañero del
Partido. N. del T.] Alfred Rosenberg. Alfred Rosenberg contribuyó con sus obras
en medida descollante a fundamentar y afianzar científica e intuitivamente la
concepción del mundo del Nacionalsocialismo. En una lucha incansable por
mantener la pureza de la concepción nacionalsocialista se ha conquistado
méritos especiales. Recién un tiempo posterior podrá apreciar plenamente cuán
profunda es la influencia de este hombre sobre la estructuración espiritual y
cosmovisional del Reich Nacionalsocialista. El Movimiento Nacionalsocialista y
más allá de él, todo el pueblo alemán celebrarán con la más profunda
satisfacción que el Führer distingue en Alfred Rosenberg a uno de sus
co-combatientes más antiguos y más fieles, mediante el otorgamiento del Premio
Nacional Alemán para el Arte y las Ciencias”.
Aún después de la tragedia de 1945 y ante el tribunal
erigido por sus enemigos mortales para asesinarle, Rosenberg mantuvo con su
invariable firmeza los principios de siempre… y subió sonriente al cadalso.
[Corresponde señalar que la forma de ejecución consistió en la muerte por estrangulamiento
en lugar del método usual de ruptura de la cervical. Este procedimiento sádico
de los asesinos judeo-demomarxistas daba una vez más la razón a la lucha
nacionalsocialista de Alfred Rosenberg. N. del E.].
Alfred Rosenberg —como todos sus gloriosos y abnegados
camaradas— murió por un mundo nuevo determinado por EL MITO DEL SIGLO 20, es
decir, el Mito de Adolf Hitler de la Sangre y del Honor, del Trabajo y de la
Libertad.
JUICIOS SOBRE “EL MITO DEL SIGLO 20”
“Los mejores medios auxiliares para ello (para la educación
doctrinaria del NSDAP), son las clásicas obras de nuestro Führer, Mein Kampf y
EL MITO DEL SIGLO 20 de Rosenberg”.
OTTO GOHDZS * Miembro del Reichstag Jefe de Adoctrinamiento
del Reich
*Der Schulungsbrief [Carta de Adoctrinamiento, N. del T.],
Marzo de 1934, Fase. 1, p. 15.
“Una obra clásica de cosmovisión… Alfred Rosenberg reune en
su persona al docto poli-historiador, al agudo pensador lógico, al artista que
siente y plasma intuitivamente y al apasionado político con voluntad de poder.
Lo que otorga a esta obra su especial encanto es la combinación de una cierta
universalidad de los puntos de vista y una ingeniosa arquitectónica de la
estructura y una forma lingüistica impresionante, aunque con frecuencia de la
índole de palabras-impacto… No solamente lectores jóvenes, sino también maduros
sienten algo de esta fuerza magnética. Yo mismo pocas veces en los últimos años
he leído un libro con tanto suspenso como éste, lo que no se explica solamente
por la índole saturada de vida y apasionada de esta erudicción… Con
arrebatadora fuerza profética y con ardientes colores de artista dibuja
Rosenberg su germánica visión del mundo, de la religión y de la Iglesia. La
imagen de ensueño que pone ante nuestros ojos muestra una incondicional consecuencia
y una arquitectónica acabada”.
FRIEDRICH HEIBER ** Dirigente del Movimiento episcopal,
adversario declarado.
** Hochkirche. [Iglesia Episcopal, N. del T.]. Cfr.
Nationalsozialistische Monatshefte [Cuadernos Mensuales Nacionalsocialistas, N.
del T.]
“EL MITO DEL SIGLO 20: EL LIBRO DEL HONOR ALEMAN. Un tesoro
de conocimientos, como a un pueblo probado en sufrimientos sólo en raros
momentos de su historia le es obsequiado”.
VOLKISCHER BEOBACHTER*** Diario Oficial del NSDAP
*** El Observador Popular. [N. del T.]
“¡El libro del honor alemán! Estamos en la entrada de un
nuevo siglo. Alfred Rosenberg escribió en su MITO DEL SIGLO 20, con concluyente
inexorabilidad el programa filosófico-cultural para la Nueva Alemania. El que
haya leído Mein Kampf de Hitler y EL MITO DEL SIGLO 20 de Rosenberg perderá las
últimas escorias de un pasado liberal y será totalmente libre y espiritual,
totalmente erguido y desde el fondo de su ser gozoso y esperanzado, portador
del porvenir”.
HANNS JOHST Presidente de la Academia de Poetas
TEXTO DE PRESENTACIÓN DEL EDITOR ALEMÁN
EL MITO es una visión grandiosa de psicología racial que nos
transmite conocimíentos fundamentales de índole filosófico-religiosa,
filosófico-cultural y de historia de la humanidad, en una plenitud casi abrumadora
que, lisa y llanamente, enseña una nueva historia mundial. Rosenberg se
acredita en su obra, sostenida por un estupendo saber, como un pensador genial
y un visionario dotado de excepcionales condiciones, que con la mirada
infalible de sus claros ojos retrospectivamente atraviesa la niebla de
milenios, y luego, mirando nuevamente hacia adelante, señala el único camino
justo hacia el porvenir.
EL MITO DEL SIGLO 20 es el Mito de la Sangre, que bajo el
signo de la svástica desencadena la revolución mundial racial, es el despertar
del alma racial. que después de largo sueño pone fin victoriosamente al caos
racial.
A NUESTROS LECTORES
Al encontrarnos frente a la tarea de traducir EL MITO DEL
SIGLO 20 de Alfred Rosenberg, tuvimos plena conciencia de la responsabilidad
asumida, ya que se trata de la máxima obra histórico-filosófica del
Nacionalsocialismo, del texto básico para la cabal comprensión de la visión del
mundo que encierra en sí la certeza de un futuro venturoso para los pueblos.
Nuestra norma fue, como hasta ahora —pero llevada a un grado quizás mayor—, la
fidelidad al texto original, aún cuando el castellano de la traducción pudiera
no ser siempre totalmente ortodoxo. El autor usa un lenguaje
extraordinariamente denso, expresivo, plástico, y a fin de ser comprendido por
toda persona culta no utiliza términos técnicos ni extranjeros, sino las
expresiones correspondientes en el alemán corriente, para lo que, por cierto,
pudo valerse de las posibilidades únicas que ofrece el idioma alemán, que es viviente
y permite la construcción ilimitada de nuevas palabras, lo que hace posible
expresar también nuevos pensamientos con toda precisión. En consecuencia, no se
extrañe, por lo tanto, el lector, sí encuentra palabras, conjuntos de palabras
o construcciones no muy usuales en nuestra lengua, pues puede tener la plena
seguridad de que no se ha procedido con ligereza al usarlos, sino ponderando
cuidadosamente y con la consulta de bibliografía autorizada. Por otra parte, se
está operando un cambio en el modo de traducir, imponiéndose cada vez más la
traducción que no ve ya su meta en una versión interpretativa lingüísticamente
inobjetable desde el punto de vista académico, sino que se ajusta al estilo del
original, asegurando de esta manera una captación más exacta de las ideas y de
la idiosincracia del autor.
Confiamos, por ello, que la presente traducción será
vehículo idóneo para hacer llegar los pensamientos expuestos en EL MITO DEL
SIGLO 20 a un amplio sector del mundo de habla castellana.
WALTER DEL PRADO
ADALBERTO ENCINA
INTRODUCCIÓN
La totalidad de las actuales luchas exteriores por el poder
constituyen repercusiones de un desmoronamiento interior. Ya se han derrumbado
todos los sistemas estatales de 1914, aun cuando en parte siguen subsistiendo
formalmente. Pero se han desmoronado también ideas y valores sociales,
eclesiásticos y de interpretación del mundo. Ningún principio rector que esté
por encima de todo, ninguna idea superior a todo domina de un modo incontestado
la vida de los pueblos. Grupo contra grupo, partido contra partido, valor
nacional contra dogmas internacionales, imperialismo rígido contra pacifismo en
expansión. La finanza envuelve con cuerdas doradas los Estados y los pueblos,
la economía es nómade, la vida desarraigada.
La Guerra Mundial, como comienzo de una revolución mundial
en todos los terrenos, ha puesto en evidencia el hecho trágico de que si bien
millones ofrendaron su vida, esta ofrenda, no obstante, ha beneficiado a otras
fuerzas distintas de aquellas por las cuales los ejércitos estaban dispuestos a
morir. Los muertos de la Guerra son las víctimas de la catástrofe de una época
devenida carente de valores, pero al mismo tiempo —y eso lo comienza a
comprender en Alemania un número, aunque hoy todavía reducido, de seres humanos—
los mártires de un nuevo día, de un nuevo credo.
La sangre que murió comienza a revivir. Bajo su signo
místico está teniendo lugar una nueva estructuración celular del alma popular
alemana. El presente y el pasado aparecen repentinamente en una nueva luz, y
para el futuro surge una nueva misión. La historia y el objetivo del futuro no
significan ya lucha de clase contra clase, no ya conflicto entre dogma
eclesiástico y dogma eclesiástico, sino la controversia entre sangre y, sangre,
entre raza y raza, entre pueblo y pueblo. Y esto significa: combate de valor
anímico contra valor anímico.
La interpretación de la historia sobre base racial
constituye un concepto que pronto será considerado lógico y natural. A ella
sirven ya hombres meritorios. Otros podrán completar en un futuro no muy lejano
la construcción de la nueva imagen del mundo.
Mas los valores del alma de las razas, que son las fuerzas
impulsantes tras la nueva imagen del mundo, no han llegado a constituir aun
conciencia viva. Alma, empero, significa raza vista desde adentro. E
inversamente es la raza el lado externo de un alma. Despertar a la vida el alma
de la raza quiere decir reconocer su valor máximo, y bajo su dominio atribuir a
los otros valores su posición orgánica: en el Estado, en el Arte y en la
Religión. Es este el deber de nuestro siglo: partiendo de un nuevo mito de la
vida, crear un nuevo tipo humano. Ello requiere coraje. Coraje por parte de
cada uno en particular, coraje por parte de toda la nueva generación, y hasta
aun de muchas generaciones venideras. Es que el caos no es refrenado jamás por
hombres sin coraje y jamás aun ha sido estructurado un mundo por cobardes.
Quien quiera ir adelante, debe entonces también quemar puentes tras de sí. El
que se dispone a realizar un largo peregrinaje, ha de abandonar viejos enseres.
El que aspira al Bien más elevado, debe doblegar lo inferior. Y frente a todas
las dudas e interrogantes, el hombre nuevo del Primer Reich Alemán venidero
conoce una sola respuesta: ¡mas yo quiero!
Por numerosos que sean los que ya hoy aprueban en su
interior más recóndito estas palabras, no puede, pese a ello, ser comprometida
ninguna comunidad en las ideas y las conclusiones expuestas en este escrito.
Constituyen confesiones absolutamente personales, no puntos programáticos del
movimiento político al cual pertenezco. Este tiene su gran tarea peculiar y
debe, como organización, mantenerse alejado de las controversias de naturaleza
religiosa y político-eclesiástica, al igual que del compromiso con una
determinada filosofía del arte o con un especial estilo arquitectónico. No
puede tampoco, por consiguiente, ser responsabilizado de lo aquí expuesto.
Inversamente, las convicciones filosóficas, religiosas, artísticas, pueden ser
fundamentadas con real seriedad solamente sobre la premisa de la libertad de
conciencia personal. Tal es el caso presente. Sin embargo, la obra no se dirige
a seres humanos que viven y actuan felices y bien afirmados dentro de sus
comunidades religiosas, sino a todos aquellos que interiormente se han
desligado de éstas pero aun no se han abierto paso, luchando, hacia una nueva
concepción del mundo. El hecho de que éstos se cuentan ya hoy en día por
millones, obliga a cada camarada de lucha, mediante reflexiones más profundas,
a ayudarse a sí mismo y a otros buscadores.
El escrito, cuya idea fundamental se remonta a 1917, ya
había sido terminado en lo esencial en 1925, mas nuevos deberes del momento
retardaron permanentemente su finalización. La posterior aparición de diversas
obras tanto de camaradas de lucha como de adversarios exigieron luego el
tratamiento de problemas antes relegados. De ninguna manera creo que aquí se
tenga a la vista una realización acabada del gran tema que hoy en día nos ha
sido planteado por el destino. Pero sí espero haber puesto en claro diversas
preguntas y haberlas respondido en el contexto, como base para promover la
venida de un día con el cual todos soñamos.
Munich, febrero de 1930.
El Autor.
PARA LA 3a TIRADA
¡Oh, camaradas de mi tiempo!
No preguntéis a vuestros médicos
y tampoco a los sacerdotes,
si os vais extinguiendo interiormente.
Hölderlin
La aparición del presente escrito ha provocado de inmediato
una lucha de opiniones de la índole más vehemente. Si bien eran de esperar
controversias intelectuales gracias a los problemas claramente formulados y a
las expresiones conscientemente agudizadas, confieso abiertamente, empero, que
ese odio concentrado con que tuve que enfrentarme, y esa tergiversación
inescrupulosa de las exposiciones hechas por mí, tal como comenzaron,
respondiendo parecería a una voz de mando, me han conmocionado; pero también me
alegraron. Pues la salvaje, desenfrenada polémica especialmente de los círculos
romanos, me ha demostrado cuán justificado es el juicio que en esta obra ha
recaído sobre el principio romano-sirio. Siguiendo el método probado, de
antigua data, se escogieron del voluminoso escrito determinadas conclusiones y
formulaciones y se desarrollaron ante el lector creyente en la prensa romana,
solamente escrita en alemán, y en panfletos, las “blasfemias”, el “ateísmo”, el
“anticristianismo”, el “Wotanismo” del autor. Los mistificadores ocultaron que
yo hasta llego a postular para la totalidad del arte germánico un punto de
partida y un fundamento religioso, que con Wagner declaro que una obra de arte
es religión representada en forma viviente. Se ocultó la gran veneración que en
la obra se tributa al fundador del cristianismo; se ocultó que las exposiciones
religiosas tienen el evidente sentido de ver a la gran personalidad sin los
desfigurantes adimentos posteriores de diversas Iglesias. Se ocultó que
presenté al Wotanismo como una forma religiosa muerta (pero que, naturalmente,
tengo gran respeto por el carácter germánico que dio vida a Wotan lo mismo que
a Fausto), y se me atribuyó en forma mendaz e inescrupulosa la intención de
volver a introducir el “culto pagano de Wotan”. En fin, no hubo nada que no
fuera desfigurado y adulterado; y lo que aparecía correctamente trascripto,
recibía un matiz totalmente distinto por ser arrancado del contexto. Sin
excepción, por ser incontestables, la prensa romana dejó de lado todas las
comprobaciones históricas; sin excepción todos los razonamientos que conducían
a determinadas concepciones fueron distorsionados, callándose, además, las
fundamentaciones de las exigencias formuladas. Los prelados y los cardenales
movilizaron las “masas creyentes”, y Roma, que con el marxismo ateo, es decir,
con el apoyo del poder político de la subhumanidad (Untermenschentum) lleva una
lucha de aniquilamiento contra Alemania, también con el sacrificio de las masas
católicas alemanas mismas, tuvo el descaro de vociferar repentinamente acerca
de una Kulturkampf. Las disquisiciones de esta obra, que por su forma y su
contenido, por cierto, están por encima del nivel cotidiano, no fueron materia
de una crítica objetiva y, por lo tanto, satisfactoria, sino utilizadas para la
lucha diaria más desenfrenada. No contra mí solamente -esto no me hubiera
afectado-sino también contra el Movimiento Nacionalsocialista al que pertenezco
desde su comienzo. A pesar de que en la Introducción y también en la obra misma
he declarado expresamente que un movimiento político, que abarca muchas
confesiones religiosas, no puede solucionar problemas de naturaleza religiosa o
de filosofía del arte, que por consiguiente mi profesión de fe en una visión
del mundo es personal, a pesar de todo ello, los oscurantistas hicieron todo lo
que podían para distraer la atención de sus propios crímenes políticos
cometidos contra el pueblo alemán y de lamentarse una vez más por la “religión
amenazada”; no obstante que la genuina religión no estuvo ni está amenazada más
que por la promoción sistemática del marxismo á través del Centro, dirigido por
prelados romanos. El Movimiento Nacionalsocialista no ha de practicar ninguna
dogmática religiosa, ni en pro ni en contra de una confesión, pero el hecho de
que se quiere negar a una persona que participa activamente de la vida política
el derecho de defender una convicción religiosa que contraría a la romana,
muestra hasta qué punto ya ha crecido el amordazamiento espiritual. Según la
valoración de la dogmática romana se juzga la aceptabilidad de la actividad en
el campo nacional, en lugar de que tal exigencia prepotente se presentase de
entrada como psicológicamente imposible. Un intento sin duda serio de depurar
la personalidad de Cristo de aditamentos no cristianos -paulinos, agustinianos
y otros-, tiene como consecuencia en los beneficiarios reinantes del
falseamiento de la figura espiritual de Jesucristo, una manifestación unánime
de furor, no porque hubieran sido afectados altos valores religiosos, sino
porque una posición de poder político, obtenida mediante la provocación de la
angustia anímica de millones, aparecía amenazada por un orgulloso despertar.
Las cosas se presentan de manera tal que a la Iglesia romana, que no sintió
temor ante el darwinismo y el liberalismo, dado que los vio solamente como
intentos intelectualoides, sin fuerza para crear comunidad, el renacimiento
nacionalista del ser humano alemán -que ha perdido la vieja interrelación de
valores por la conmoción de 1914-1918-, empero, se le aparece tan peligroso por
el hecho de que amenaza generar un poder formador de tipos. Esto lo husmea ya
desde lejos la casta sacerdotal reinante, y precisamente porque ve que este
despertar se esfuerza por fortalecer todo lo noble y orgulloso, por eso su
alianza con la subhumanidad roja es tan estrecha. Esto sólo cambiará cuando el
frente alemán se muestre victorioso; en esta hora Roma tratará de obtener como
“amigo” lo que como enemigo no pudo llevar a cabo. Mas perseguir estas
posibilidades no está dentro del marco de este libro; aquí se trata por
consiguiente, de hacer surgir como por un trabajo de cincel, los tipos
espirituales, resultantes de la toma de conciencia de los seres humanos
empeñados en la búsqueda, además del despertar del sentimiento por los valores
y de la aceración de la resistencia del carácter frente a todas las seducciones
enemigas. Toda la excitación alrededor de mi escrito ha sido tanto más
significativa cuanto que no fue vertida palabra alguna para distanciarse de las
injurias a los grandes alemanes, lo que desde hace tiempo pertenece a la labor
literaria de los jesuitas y sus secuaces. Se promovieron calladamente los
insultos a Goethe, Schiller, Kant y otros, no se hizo objeción alguna cuando
los abremarcha de Roma vieron su misión religiosa en evitar la formación de un
Estado nacional alemán; cuando en asambleas pacifistas católicas se exigía
rehusar el saludo al soldado alemán; cuando religiosos católicos osaron negar
públicamente las acciones de los francotiradores belgas y culpar a los soldados
alemanes del asesinato de sus camaradas, a fin de contar con un pretexto para
la persecución de los belgas; cuando, completamente acorde con la propaganda
francesa, el ejército nacional alemán fue acusado de la profanación de altares
y hostias, cometida en iglesias belgas. Contra estas conscientes profanaciones
de la alemanidad, del honor de sus defensores caídos y vivientes, no se ha alzado
ningún obispo ni cardenal alguno; pero sí se produjo por parte de éstos un
violento ataque tras otro contra el nacionalismo alemán. Y si esto se
denunciaba públicamente, los grupos romanos políticos y religiosos proclamaban
su sentir nacional.
La Iglesia romana de Alemania no puede negar su plena
responsabilidad por la labor devastadora del pueblo de sus numerosos clérigos
pacifistas, ya que en otros casos en que sacerdotes católicos honorables
hallaron palabras de genuina voluntad nacional alemana, les impuso sin más la
prohibición de hablar en público. Existe, por tanto, un trabajo
político-ideológico realizado sistemáticamente, que puede ser probado, para
robar al pueblo alemán su orgullo por los defensores de la Patria de 1914, para
profanar su recuerdo y para enlodar la ardiente voluntad de amparar al pueblo y
a la Patria. Constatar esto lo exige la más elemental veracidad; cómo los
creyentes se entienden con su autoridad eclesiástica, es cuestión de su propia
conciencia. Pero no es el caso de que ellos, a fin de silenciar conflictos
nacientes, puedan presentar los hechos incontrovertibles simplemente como
deslices, sino que se trata de armarse de valor para la defensa precisamente
contra la política de las más altas instancias eclesiásticas. Ahora bien: si
estas fuerzas nacientes, además de ello, reconocen toda la antítesis de la
cosmovisión o no, podrá quedar como su propio asunto. Lo importante es que
despierte la seria voluntad de defender el honor nacional alemán, no solamente
contra los marxistas sino de la misma manera, es más, con mayor acritud aun,
contra el Centro y sus aliados eclesiásticos, como propulsores del marxismo.
Soslayar también este punto, no haría más que poner de manifiesto una
mentalidad no-alemana.
No entraré a considerar en forma pormenorizada aisladas
voces antagónicas. Anotaremos solamente para caracterizar los métodos
inescrupulosos, que el jesuita Jakob Nötges tiene la audacia de afirmar entre
otras cosas que la protección del idioma materno pertenece al “régimen católico”,
a pesar de que precisamente su Orden ha sido la más sangrienta adversaria del
derecho a la lengua materna; que el amor al pueblo y a la Patria es exigido por
“todos los grandes teólogos moralistas”, cuando precisamente su Orden lucha
contra el nacionalismo alemán; hasta que finalmente el cristiano amor al
prójimo de este señor se descarga en las palabras: “Este báltico es luchador
por la cultura como se es boxeador. El pobre hombre padece de la incurable
angustia de la Plaza de San Pedro, que se manifiesta en furia y vociferación”.
Luego se le da a Hitler el consejo de meterme “en un chaleco de fuerza”, ya que
la exposición al frío ya no sirve: “para eso soportó demasiadas veces el
invierno ruso”. Este odio rabioso del jesuita que por un golpe de sol romano ha
perdido toda forma, es completado por otros miembros de la Orden mediante una
lucha de índole contraria. El jesuita Koch, por ejemplo, ya se siente obligado
a hablar también de un alma racial alemana, designa la vivencia tal como se
desprende de El Mito como seria y honorable, para celebrar al final a Bonifacio
como el más grande de los germanos. Esta forma de adulteración al cien por cien
la encontraremos con frecuencia en el futuro, por haberse llegado a la
convicción de que la difamación ya no surte efecto; por eso han de recibirse
con especial prudencia también tales intentos “germánicos”. La destrucción del
alma alemana es siempre la meta tanto de los apóstoles del azuzamiento como
también de los maliciosos hombres de bien de la Sociedad de Jesus y sus
compañeros de lucha. Ayer, hoy y mañana.
También en círculos evangélicos mi obra provocó una violenta
conmoción. Innumerables artículos en diarios y revistas atestiguan que
evidentemente tocó puntos muy sensibles. En sínodos evangélicos, en congresos de
la Liga Evangélica, El Mito ocupó frecuentemente el lugar central del debate, y
muchos folletos de teólogos protestantes dan testimonio de que se ha hecho
sentir, nueva y profundamente, una pugna de valores en medio del luteranismo.
Mi predicción de que los eclesiásticos evangélicos se comportarían frente al
nuevo sentimiento religioso en forma similar a como antaño lo hizo
dogmáticamente Roma ante la Reforma, lamentablemente se ha confirmado. Los
teólogos y profesores que se alzaron contra mi escrito, en plena posesión de la
“verdad evangélica”, tomaron por el camino más fácil: se limitaron simplemente
a constatar la herejía de mis exposiciones, alabaron el “sentimiento nacional”
—pero sin comprometerse—, se regocijaron por poder comprobar (presuntas) inexactitudes,
y luego rechazaron.
Se me informó que en uno de esos sínodos, después de un
informe de este tipo un sencillo pastor de blanca cabellera se levantó y
declaró que no podía adherirse al orador, ya que era evidente que con la nueva
ciencia racial Dios había encomendado a nuestro tiempo, un gran problema para
su solución, al que todos nosotros debíamos dedicamos con sagrada seriedad!
¡Descubrámonos ante este hombre venerable! Indistintamente si su búsqueda da el
mismo resultado que la mía, al honesto investigador adversario todo luchador
verdadero le brindará respeto, pero no a los viejos custodios de dogmas que
creen su deber el mantener sus posiciones a cualquier precio.
En conversaciones con teólogos eruditos pude comprobar
siempre, por otra parte, lo siguiente: convenían conmigo en que la valoración
histórica anímico-racial de la antigüedad era justa y que también la
apreciación del hugonotismo era, sin duda, exacta. Pero cuando luego sacaba la
conclusión final que, en realidad, también los judíos debían tener su carácter
muy determinado, una representación de Dios ligada a la sangre y que,
consiguientemente, esta forma de la vida y del espíritu nos era absolutamente
extraña, entonces se alzaba como un muro entre nosotros el dogma del Antiguo
Testamento; entonces aparecía repentinamente el judaísmo como una excepción
entre los pueblos. ¡Muy seriamente sostenían que el Dios cósmico sería idéntico
que las dudosas concreciones espirituales del Antiguo Testamento! Justamente el
politeísmo hebraico fue elevado como modelo de monoteísmo. De la gran
concepción original ario-persa del mundo, así como de su concepción cósmica de
Dios, la teología luterana no había recibido conocimientos más profundos. A
ello se agregó luego la veneración de Pablo, un pecado original del
Protestantismo, contra el cual, como es sabido, ya Lagarde -atacado por la
totalidad de la teología académica de su tiempo-, había luchado
infructuosamente.
También los teólogos evangélicos repiten en todas partes,
aun habiendo general asentimiento a la cosmovisión nacional (völkisch), la
frase presuntuosa de la Iglesia romana: la valoración racial de los pueblos
significa una anticristiana “idolatría” de la nacionalidad (Volkstum). Estos
señores, sin embargo, pasan por alto al respecto que la posición de excepción
que atribuyen a los judíos no representa otra cosa que idolatrar al pueblo
parasitario hebraico, siempre enemigo nuestro. Esto les parece lógico y natural
y tienen a bien igualmente pasar por alto al respecto que esta glorificación del
judaísmo nos ha obsequiado en forma directa, al quedar liberada la faz
impulsiva judía, ese envilecimiento de nuestra cultura y de nuestra política,
contra el cual la actual conducción del Protestantismo ha demostrado ser
incapaz de actuar y luchar con éxito precisamente gracias a esa actitud de
idolatría hacia los judíos.
Produce aflicción que los representantes contemporáneos de
la teología evangélica sean tan poco luteranos como para hacer pasar las ideas
por las cuales Lutero comprensiblemente aun debía estar dominado, como dogmas
por siempre inamovibles. La magna obra de Lutero fue, en primer término, la
destrucción del exótico pensamiento sacerdotal, en segundo lugar, la
germanización del Cristianismo. Pero la alemanidad naciente condujo después de Lutero
todavía a Goethe, Kant, Schopenhauer, Nietzsche, Lagarde, y hoy se acerca a
pasos agigantados a su total florecimiento. La teología evangélica asestaría al
luteranismo genuino el golpe mortal si quisiera oponerse incondicionalmente al
desarrollo ulterior de su esencia, Si D. Kremers, un dirigente de la Liga
Evangélica, declara en un escrito que El Mito es “devorado” especialmente por
la juventud académica, pone en evidencia de este modo que tiene plena
conciencia de cuán intensamente actua ya la nueva vida en la joven generación
protestante. Ahora bien: ¿no es más importante promover esta vida anímica
arraigada en el pueblo, que mantenerse adicto interiormente a ídolos dogmáticos
ya derribados hace tiempo? Esta joven generación, por cierto, no quiere sino
contemplar la gran personalidad del fundador del Cristianismo en su auténtica
grandeza, sin aquellos agregados deformantes que zelotas judíos como Mateo,
rabinos materialistas como Pablo, juristas africanos como Tertuliano, o
productos de poli-mestizaje sin firmeza moral como Agustín, nos han obsequiado
como el más terrible lastre espiritual. Ellos quieren comprender el mundo y el
Cristianismo sobre la base de su naturaleza, captarlo partiendo de valores
germánicos, su derecho lógico y natural en este mundo, pero que precisamente
hoy en día debe de nuevo ser conquistado penosamente.
Si la ortodoxia en función no es capaz de comprender todo
esto, no podrá sin embargo, cambiar el curso de las cosas, a lo sumo lo podrá
retardar algo. Una gran época habrá encontrado así una vez más a una generación
pequeña. Mas esta época, que de todos modos vendrá, reconoce el valor tanto de
la Catedral de Estrasburgo como la de Wartburg, reniega en cambio del presumido
Centro romano, lo mismo que del Antiguo Testamento jerusalemítico. Succiona de
las raíces de la dramaturgia germánica, de su arquitectura y de su música, más
fuerza que de las desconsoladoras narraciones del estéril y árido pueblo judío,
reconoce más de un profundo simbolismo nacional dentro de la Iglesia católica,
y lo conecta con la veracidad del luteranismo genuino. Reune bajo la gran
cúpula de una visión del mundo anímico-racial todo lo individual en el
organismo pleno de sangre de una esencialidad alemana.
Aquí el joven religioso evangélico debe marchar adelante,
dado que sobre él no pesa aquella disciplina paralizante del alma que inhibe a
los sacerdotes católicos. Hasta que haya madurado el tiempo en que también de
entre éstos resuciten los rebeldes germánicos, y conduzcan la obra del monje
Roger Bacon, del monje Eckehart, hacia la libertad de la vida práctica, tal
como, dándoles el ejemplo, lo han vivido, sufrido y luchado con anterioridad
los otros grandes mártires del Poniente.
Por parte del lado nacional, El Mito por temor al Centro,
fue silenciado medrosamente. Sólo unos pocos osaron defender sus razonamientos.
Pero la crítica negativa desde este sector consistió casi siempre en imputarme
querer llegar a ser el “fundador de una nueva religión”, y que en este aspecto
había fracasado. Ahora bien: en el capítulo sobre la Iglesia Nacional
(Volkskirche) he rechazado de antemano esta imputación; de lo que se trata hoy,
junto a la fundamentación de la interpretación racial de la historia, es de
poner uno frente al otro los valores del alma y del carácter de las diferentes
razas, pueblos y sistemas ideológicos, estructurar para la alemanidad una
jerarquía orgánica de estos valores y perseguir las manifestaciones de la
voluntad del germanismo en todos los campos. El problema es, por consiguiente:
promover, contra la confusión caótica, una orientación única de las almas y de
los espíritus e incluso señalar las premisas de un renacimiento general. Según
esta intención debe ser medido el valor de mi obra y no por la crítica de
aquello que de ninguna manera me propuse realizar, lo que será cometido de un
reformador, que recién podrá surgir de una generación que ya posea claros
anhelos. Las voces del exterior son, en conjunto, más objetivas que el eco en
Alemania de los círculos necesitados de reformas. Pero más importante que todo
esto son los numerosos asentimientos provenientes de los más diversos países, y
ante todo de aquellos alemanes que han tomado conciencia cabal de la actual
gran hora decisiva espiritual tanto de Alemania como también de todos los
pueblos de Occidente. Los problemas ante los cuales nos encontramos colocados
nosotros también están ante la puerta de las otras naciones, solamente que a
nosotros un duro destino nos obliga a una rendición de cuentas más sincera y a
tomar un nuevo camino, pues de otro modo, junto con el colapso político, se
produciría necesariamente también la catástrofe anímica, y el pueblo alemán
desaparecería de la historia como verdadero pueblo. Un genuino renacimiento,
empero, no es nunca obra de la política de poder solamente, mucho menos aun un
problema de “saneamiento económico”, como lo creen presumidas cabezas huecas,
sino que significa una vivencia central del alma, el reconocimiento de un valor
máximo. Si esta vivencia se transmite millones de veces de hombre a hombre, si
finalmente la unificada fuerza del pueblo se coloca ante esa transformación
interior, entonces Ningún poder del mundo podrá impedir la resurrección de
Alemania.
El campo democrático-marxista había tratado primeramente de
no dejar que se propagase la obra, mediante su silenciamiento total. Pero,
luego viose obligado a tomar posición. Dicha gente atacó así el “falso
socialismo” que presuntamente sería enseñado en esta obra, en perjuicio de la
clase trabajadora. El “verdadero” socialismo de la socialdemocracia al parecer
consiste —sin preocuparse por una literal esclavización de todo el pueblo
durante muchos decenios, debido a la continuada pignoración de todos los
valores aun existentes— en proseguir con la sumisión a los dictados de la
finanza internacional. El “verdadero” socialismo estriba, asimismo, en
continuar dejando librado, sin freno alguno, al productivo y decente pueblo
alemán a una infame propaganda fílmica y teatral, que solamente conoce tres
tipos de héroe: la prostituta, el rufián y el criminal. El “verdadero”
socialismo del grupo dirigente marxista seguramente consiste en que el hombre
común al realizar un mal paso va a parar al presidio, en tanto que los grandes
defraudadores permanecen sin sufrir condena alguna, tal como ya fue hasta ahora
práctica aceptada por los sectores influyentes relacionados con la democracia y
la socialdemocracia. El marxismo en su totalidad, como no era posible de otro
modo, ha probado ser el disolvente de toda comunidad orgánica en favor de
instintos nómades extraños, por lo cual debe conceptuar a una nueva
fundamentación y arraigo de un tal sentimiento socialista popular formador de
estilo, como un ataque a su existencia.
El marxismo y el liberalismo se encuentran hoy en día a lo
largo de todo el frente en desordenado combate de retirada. Durante muchos
decenios era considerado como especialmente progresista hablar solamente de
“humanidad”, ser ciudadano del mundo y rechazar el problema racial como
anticuado. Ahora todas estas ilusiones no sólo están acabadas políticamente,
sino que también la cosmovisión que las
fundamenta está resquebrajada, y no pasará mucho tiempo más,
para que en las almas de los conducidos y seducidos aun medianamente sanos, se
derrumbe completamente. Acorralado, el marxismo “científico” no tendrá otra
salida que intentar la prueba de que ¡también Karl Marx reconoció expresamente
la influencia del pueblo y de la raza en el acontecer mundial! Esta misión, la
de incorporar el irrefrenable despertar de la sangre del trabajador alemán a la
ortodoxia marxista, que durante decenios atacó furiosamente el “desvarío
racial”, la emprendió entre otros cometidos la “Educación Socialista”. Una
tentativa que por sí misma caracteriza el catastrófico derrumbe espiritual
interno, aunque después de la legitimidad admitida a regañadientes del punto de
vista racial en sí, se afirma que Marx descartó el “fetichismo racial”. Lo que
es lógico y natural, de otra manera hubiera debido trasladarse a Siria como
maestro, adonde en verdad pertenece. Reconocer esto y erradicar el materialismo
marxista y la retaguardia capitalista financiera como una planta extraña
sirio-judía de la vida alemana, esa es la gran misión del nuevo movimiento
alemán de los trabajadores, que de esta manera conquistará el derecho de ser
enrolado en la conducción del futuro alemán.
Nosotros, por nuestra parte, no negamos en absoluto muy
diversas influencias: paisaje, clima y tradición política; pero todo esto es
sobrepasado por la sangre y el carácter ligado a la sangre. De la recuperación
mediante la lucha de esta jerarquía, se trata.
Restablecer la natural espontaneidad de la sangre sana, este
es quizás el más alto objetivo que un ser humano puede hoy proponerse;
simultáneamente, esta comprobación atestigua la triste situación del espíritu y
del cuerpo, ya que tal acción ha llegado a ser una necesidad vital. Una
contribución a esta venidera gran acción liberadora del siglo 20 debía ser el
presente escrito. La sacudida de muchos que ya están despertando, pero también
de los adversarios, ha sido la consecuencia deseada. Espero que la controversia
de un nuevo mundo en formación con los viejos poderes se extienda cada vez más,
penetre en todos los terrenos de la vida, genere fecundando siempre algo nuevo,
ligado a la sangre, orgulloso, hasta el día en que estemos en el umbral de la
plena realización de nuestro anhelo por una vida alemana, hasta la hora en que
todas las fuentes palpitantes se reunan en una gran corriente del renacimiento
nórdico-alemán.
Es este un ideal digno de ser enseñado y vivido. Y esta
vivencia y esta vida solamente es reflejo de una eternidad presentida, la
misión misteriosa en este mundo, en el cual hemos sido puestos para llegar a
ser lo que somos.
Munich, octubre de 1931.
A. R.
PARA LOS 500.000 EJEMPLARES
En diciembre de 1936 la tirada de El Mito sobrepasó el medio
millón de ejemplares. Es éste un hecho que ya no puede ser designado con la
palabra “éxito literario”, más bien muestra que mi obra ha llegado a constituir
un pedazo de vida del pueblo alemán, que ha tomado posesión interior de
millones que tuvieron el valor de arrojar lejos de sí lo perimido, a fin de
marchar valerosamente hacia un nuevo futuro.
He vuelto a revisar ahora nuevamente el escrito y no he
tenido casi nada que corregir. Las formulaciones tales como fueron asentadas en
tiempos de la más encarnizada lucha política, han atestiguado su profunda
justificación actual. Solamente en el plano de lo político-estatal en la
actualidad fueron superados en parte algunos aspectos, por lo que se efectuaron
los ajustes correspondientes.
Mayor fundamentación encontraron los pensamientos formulados
en El Mito en disertaciones posteriores, que han sido recopiladas en dos
volümenes: Blut und Ehre [Sangre y Honor. N. del T.] y Gestaltung der Idee
[Plasmación de la Idea. N. del T. -Ambas obras fundamentales serán publicadas
oportunamente por EDICIONES ODAL. N. del Editor]. A mis adversarios romanos les
he contestado en el escrito An die Dunkelmänner unserer Zeit [A los
oscurantistas de nuestro tiempo. N. del T.] (Tirada: 680.000).
La transmutación decisiva de los espíritus y de las almas se
produce en toda Alemania. A su servicio se halla hoy en primera línea, entre
otros, El Mito del Siglo 20.
Berlín, enero de 1937.
A. R.
No hay comentarios:
Publicar un comentario