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Luego de haber sostenido en su libro “Cruzada contra el
Grial” una unidad de la tradición de los trovadores y el minnesang , la herejía
cátara y la leyenda del Santo Grial, postulando la existencia de una religión
ario-gnóstica subterránea perseguida constantemente por la Iglesia Católica,
ahora, en “La Corte de Lucifer” relata, en forma de diario, el viaje mágico y
misterioso de Otto Rahn al Lánguedoc, tierra de los valerosos Cátaros, Francia
y luego por Alemania, Austria e Islandia, siguiendo las pistas de los herejes
paganos y su tesoro, el Graal, la piedra cáida de la Corona de Lucifer, “a
quién no se hizo justicia”.
Rahn ya no identifica a Lucifer como el demonio, sino como
el “Portador de Luz”, la “Estrella de la Mañana”, el que se puede equiparar con
el mismísimo Apolo, también anunciador de la luz, y descubre una cadena aúrea
de todos los seguidores de Lucifer, que a lo largo de los siglos se han puesto
del bando libertario, “a aquellos buscadores del derecho y la justicia que, sin
tomar en consideración los doce mandamientos mosaicos, han encontrado, desde su
propia fuerza, derecho, deber y sentido; a aquellos arbitrarios y orgullosos
que no esperan ayuda del monte Sinai; a aquellos que han puesto el saber por
sobre la creencia y el ser por sobre el parecer; y, no en último término, a
aquellos que han reconocido que Yahvé jamás podría ser su divinidad”
Yahvé, el dios tribal de los judíos, es el mismo satán al
que Jesús llamó el “Padre de la mentira” cuando les enrostró sus creencias a
los fariseos judíos, y quienes no se han arrodillado ante él, para buscar en
cambio verdad, belleza, fuerza y justicia en el propio espíritu libre, han sido
combatidos por la Iglesia que lo adoptó por Dios en contra del cristianismo de
los cátaros, los puros, que amenzaban convertir al pueblo con el buen ejemplo.
Estas investigaciones no podían sino gozar del favor de
Heinrich Himmler, SS-Reichsführer, quien financia este nuevo trabajo de Rahn,
lo integra a la Algemeine SS y encarga difundirlo en círculos selectos de las
SS.
LOS CÁTAROS, GUARDIANES DEL SANTO GRIAL
A veces llega a resultar casi cómico pero siempre es triste,
ver a las personas que portan arquetipos Templarios ganados a costa de hoguera
y orca, de sangre y espada, de
sacrificios innumerables encarnación tras encarnación, ir corriendo por el
mundo como niños engañados, detrás de objetos materiales milagrosos, talismanes
mágicos, tesoros materiales, mesas salomónicas, objetos de poder, copas de lujo
o muy humildes vasos sagrados, la Sangre de Cristo, astillas de una cruz que
jamás usó, evangelios y otros trozos de La Biblia…
El Santo Grial es una especie de sincretismo (por usar un
término suave), en que se ha mezclado lo sagrado como idea, con los factores de
una historia inventada y degenerada de la crucifixión de Iesus el Esenio. La
palabra Graal se convirtió en una innocua copa para mansos, siendo en realidad
una espada mandoble ( o el gladius graalis, mas pequeña y apta para la
caballería) y se mezcló todo con un vino de la Última Cena, que en realidad
tuvo lugar en casa de Poncio Pilatos, amigo de Iesus, y otros la llenan
mentalmente con una sangre del Maestro que jamás se derramó en el Gólgota . Sin
embargo ha sido -hasta hoy- todo un desafío intentar quitar de la mente del
católico, alguna espina de la “corona de Cristo”. No, ni para aliviar un poco
su sufrimiento, ni para extraer un poco del veneno de la culpa. Por eso hablar
a cátaros modernos es algo de cuidado. La mayoría son una peña de disfrazados
misticoides, otros usan los símbolos en su circo místico y pseudoesotérico con
el mayor descaro.
Me he topado con supuestos Templarios que en el colmo del
ridículo, están pidiendo venias a la Iglesia, quieren que el Papa les
reconozca, como si semejante esperpento diabólico, en nombre de los traidores
históricos, tuviera autoridad alguna para reconocer a una Orden Templaria. Sólo
faltaría que encima de Templario, esos lamesotanas dijesen que son Cátaros.
Los Cátaros eran y son -todos, sin excepción- Caballeros
Templarios de hecho y derecho, con diferencias prácticas especiales respecto de
otros Hermanos Templarios que les
protegieron espada en mano. No se ha extinguido y jamás se extinguirá el Temple
ni los Cátaros. Los grandes conspiradores delirantes de poder sobre el mundo,
no han podido ni pueden ni podrán jamás destruir la Verdad, que es un Principio
Universal Absoluto, ni podrán evitar nunca que surjan portadores que lleven la
Llama Votiva, ya sea por intelecto, por herencia, por sangre, por Espíritu o
por todo ello combinado.
En general
la Orden Templaria tenía, tiene y tendrá siempre la misión de conservar y
difundir el Conocimiento Hermético. Ese es el Verdadero Tesoro, que es el mismo
que el verdaderamente Cristiano (nótese “Conocimiento”, que no creencia ni
costumbre, rito ni tradición), también llamada Sabiduría Hiperbórea. Se ha
recuperado, custodiado y defendido a capa y espada documentos y objetos
continentes del Scientia Ocvlvs Dei, que es una parte del Scientias Corpvs Hermeticvm. Ello ha permitido la
recuperación en nuestros días de todos estos conocimientos claves, que han dado
lugar al más importante de los documentos esotéricos modernos: La Tabla
Esmeralda Completa.
Aunque ésta era originalmente sólo una parte del Cuerpo
Hermético, dedicada a la teoría y prácticas alquímicas, se acepta llamar
actualmente “Tabla Esmeralda Completa “a todo el conjunto de Conocimientos.
¿Qué otra cosa que un Gran Conocimiento de las Verdades materiales,
espirituales y universales, podía convertir a más de doscientas mil personas en
un peligro para la Iglesia Católica que persiguió y asesinó a la mayoría de
ellas a lo largo de varios siglos?. Y digo “varios siglos”, porque la historia
(o historieta) oficial habla de unos 34 años de persecución a los Cátaros, más
un único hecho de traición contra la Orden del Temple.
Pero no. La Orden de Temple no fue fundada por Hugo de Payn.
Esa fue una rama con una misión muy concreta de infiltración en la Iglesia para
combatir al Anticristo. Las Ordenes Templarias se remontan al menos a cuatro
siglos antes de Cristo y hasta hoy se mantiene una Guerra Kamamanásica (Guerra
de Ideas o Guerra del Alma) entre Templarios e Iglesia. Ningún arma puede ser
tan peligrosa contra los poderes esclavistas establecidos, ya sean políticos,
económicos o religiosos, como el Conocimiento Puro, y más aún cuando quienes lo
poseen, viven conforme a él. Se puede robar un objeto, un tesoro, pero no se
puede robar el Conocimiento, aunque se destruyan todos los documentos que lo
contienen.
Ya fue difícil a todas las ramas Templarias cumplir cada una
con su misión, pero entre las más difíciles estuvo la de Payns, en una maniobra
de infiltración en la Iglesia Católica, destina a combatir la mentira histórica
de un Cristo Crucificado, inventada alrededor del año 820 por el Papa Pascual
Iº, o sea cinco siglos después de fundarse la Ecclesia Catolicvs Apostolicvs.
Si Constantino tuvo éxito en el año 325 al fundar una institución susceptible
de controlar en su momento para corromper posteriormente, la victoria de
Pascual Iº, fue mucho mayor, ya que inició la divulgación falsa y monstruosa de
la crucifixión del Gran Maestro Esenio, basada en una carta de Saulo de Tarso
(el Apóstol Pablo) quien fuera el verdadero “judas” (adjetivo despectivo de los
romanos a los judíos) ahorcado por el Sanhedrín a orillas río Cedrón. Por un
tiempo hizo creer a sus mandantes que había conseguido que los romanos
crucificaran a Iesus el Esenio en Roma, engaño que al descubrirse años después,
le costó la orca.
Pero la Orden Cátara tuvo la más dura de todas las misiones,
que fue la de conservar la Doc-Trina (“Conocimiento de los Tres”, por Amor,
Inteligencia y Poder, como manifestaciones de la esencia SER, CONSCIENCIA y VOLUNTAD),
pero no necesariamente en documentos (aunque también), sino en sí mismos, en sus propias personas, en el ejemplo de sus
propias vidas llevadas a cada instante en la Clave de Coherencia entre
Sentimiento (puro), Pensamiento (correcto), Palabra (sabia y justa) y Obra
(valiente y Amorosa en lo externo,, así como transmutadora -alquímica- en lo interno).
Con la
“Pasión de Cristo” creada por Pascual Iº, impuesta a fuerza de terror, amenazas
de herejía y excomunión por blasfemia al negarla, fue degenerando al extremo la
liturgia Cristiana, que contiene en esencia buena parte de la utilidad práctica
del Corpvs Hermeticvm. Difundir esto y los conocimientos que han llegado hasta
ahora gracias a la labor Templaria, hoy en día puede resultar preocupante para
los poderes fácticos, pero ya es tarde para evitarlo. Sin embargo, más
peligroso aún era poseer y divulgar conocimientos en aquellos días en que la
“mediática” no daba opciones, ya que el poder de comunicación se hallaba más
controlado que ahora (hoy puede ser vigilado pero en la práctica es
incontrolable), además no se había impuesto del todo este diabólico engaño de
masas, que aún bajo el pontificado de Eugenio IV (1431-1447) seguía teniendo
enemigos, pero no sólo entre los Cátaros y Templarios en general, sino también
en el seno de la propia Iglesia, con el “Antipapa” Felipe V, que fue el último
Cristiano auténtico que alcanzó influencia en la Iglesia de aquella época,
condecorado post-mortem por la Templarii Ordinis Mountain Tolosatium.
Esta rama cátara fue albergada por el Conde de Armagnac,
Juan IV, que consiguió jugar a dos bandos con ingleses y franceses, con una
habilidad magistral e inteligencia poco reconocida en la historia, a fin de
minimizar los efectos de las guerras y al mismo tiempo proteger los bastiones
cátaros que no habían sido aniquilados por la Corona ni la Iglesia en el siglo
XIII. Lógicamente la obra de Juan IV fue llevada a cabo en el mayor secreto
posible, porque aunque la historia oficial diga otra cosa, mucha gente sabía
que lejos de exterminar a los Cátaros, la Inquisición obró sin quererlo ni
saberlo, como la más dura herramienta de la Ley de Selección. Si el Temple se
refiere a los “Templos” un doble sentido de la palabra en su esencia
metalúrgica, sería una perfecta alegoría de ese proceso histórico que obligó a
los Cátaros a corregir rumbos, que les enseñó a ocultarse mejor que nadie, a
disfrazarse, a usar hasta las herramientas del demiurgo sin caer en sus
trampas. Es decir, a “templarse” como espadas.
Juan IV pasó a la historia con poco laurel, señalado a veces
como traidor -pero sin pruebas y aún con respeto- por todos los frentes, sin
embargo la poca información fiable nos da a entender que fue un Cátaro
ejemplar, miembro de la Aurea Catena, que evitó ser Perfecto o tan siquiera
aparecer como simple Creyente, para poder proteger a sus Hermanos. Nada
especial, en realidad. Siempre funcionaron así las Ordenes Esotéricas: Un
sector Guerrero protege al sector Santo. También Juan IV modificó y perfeccionó las “Exceptiones
regulas” (excepciones a las reglas) redactadas por Armand Beauné dos siglos
antes, en 1243, destinadas a modificar inteligentemente las costumbres, ritos y
modismos y apariencia de los Cátaros, por las que habían sido rápidamente
delatados y casi exterminados en los últimos 35 años.
Armand Beauné, fiel sirviente en los últimos años del Conde
de Toulouse, Raimundo VI, siguió como consejero de su hijo Raimundo VII y por
él sabemos que los Condes de Toulouse -en contraposición a la historia oficial-
realizaron una “persecución” contra los Cátaros, acordada en el Tratado de
París de 1229 con el Rey Luis VIII. Dicha persecución consistió en darles apoyo
logístico (armas, montura, alimentos y sirvientes), les proporcionó guías y
mandó detrás ochocientos hombres bien armados para perseguirles “sin acercarse
a más de un día de marcha” y regresar al llegar a las lumbreras de Saint Jean
(las lumbreras eran peñascos costeros donde se establecían hogueras, a modo de
faros). Beauné reunió desde meses antes, a todos los fieles vasallos que
supieran escribir, por orden de Raimundo VII y promovió este documento en una
convención de urgencia entre los Perfectos que logró reunir en un campo de Albi
(pueblo del que surge la rama Albigense), cuando ya la Iglesia lo creía “libre
de herejes”. Ello permitió que más de tres mil Cátaros fueran convencidos para
emigrar con rumbo desconocido en 1245, partiendo en barcos, de un sitio cercano
a Santander. Los Templarios ya tenían una ruta definida al menos en 1028 hacia
América, secreto que sólo reveló la sinarquía de la época cuatro siglos y medio
después, porque el “show” del “Descubrimiento de América” de Colón debió ser
adelantado a los planes verdaderos, a fin de evitar la formación y
fortificación de un Estado Templario allende el mar. Sólo conociendo los
detalles de esta historia se comprende por qué un criminal con captura
recomendada por la Corona Portuguesa, es enviado a cruzar el mar en tres
carabelas con enormes cruces Templarias en sus velas.
En realidad, las traiciones al Temple, las persecuciones,
las matanzas de Cátaros no hicieron más que pulir en la Órdenes Templarias los
mecanismos de supervivencia, su táctica y estrategia, y en buena medida
ayudaron a erradicar los conceptos y costumbres a veces forzadas y otras veces
fanáticas. La aversión a matar un pato o tan siquiera un mosquito, hacía fácil
que se delataran ante los inquisidores y sus esbirros. El apego a la verdad
como norma irrenunciable en un mundo de mentiras, engaños y traiciones, les
hacía más vulnerables aún, porque considerar la mentira más pequeña como
diabólica, incluso cuando pudiera salvar una o muchas vidas, se saldaba con una
o varias hogueras, a veces miles… Es el precio del fanatismo incluso en las
causas más justas y verdaderas.
La necesidad de “estar tan limpio por fuera como por dentro”
en una época en que la higiene no era costumbre y el hombre que no oliera un
poco a cerdo no era hombre, y si se perfumaba sin tener ropas de lujo… ¡Era un
hereje! Si era judío se le perdonaba o
mentía sin inconveniente alguno sobre la causa de su higiene, pero bastaba
preguntarle si era Cátaro. Si lo era, imposible mentir, así que “pasto de las
llamas”. La “Endura” o ayuno extremo también les hacía fácilmente reconocibles,
a la vez que poco aptos para una huida forzada.
Finalmente, el Aurea Catena de Caballeros Templarios,
también llamado el Tutela Circvlvs (“Círculo de los Protectores”, como Raimundo
VI y unos doscientos nobles más), fueron enseñando a los Cátaros que matar no
es pecado cuando es en defensa de la propia vida, de la dignidad, de cualquier
inocente del que se pretenda abusar. Lograron quitar a los Cátaros el “veneno
místico” de la mansedumbre, defender la Verdad Absoluta que es Dios, porque no
necesita la defensa de nadie, y las Verdades emanadas de él son todas
relativas. También lograron eliminar el mandamiento jehovítico de “No matarás”,
que facilitó a los inquisidores su obra macabra… Y recuperaron en algún momento
la información sobre el verdadero sentido del Graal, con lo que los Cátaros ya
no fueron los mansos artesanos de vida monástica, fáciles de identificar,
fáciles de condenar y asesinar si más, sino Guerreros en toda regla. No
desaparecieron, se transmutaron; no se extinguieron, se escondieron. Nunca se
rindieron, pero aprendieron a no ser apresados. Dejaron por fin, de cometer el
“Pecado de Omisión”. No obstante, no dejaron de ser Puros y Perfectos, aunque
hoy haya muy pocos auténticos Cátaros.
Entre los documentos (inaccesibles ahora para mi, pero que
retengo partes en la memoria) figura un panfleto de unas pocas palabras que
recorrió toda Europa sin llegar a manos infieles: Nuntius Pro Bellatores Dei
(Novedades para los Guerreros de Dios), No recuerdo todo el texto pero se
autorizaba en el nombre de Dios, a usar el Santo Graal. Esa fue la punta del
ovillo que me llevó a la investigación sobre el origen de la palabra hallándola
en varios documentos y que unos años después me hizo saltar de alegría al
encontrarla una vez más en el Evangelio de Nerón con el significado evidente de
espada o mandoble.
El otro, también redactado poco después del Exceptiones
regulas es el Licentiis Catari Militia ya en plan estratégico avanzado. Este
último es un libro de unas veinte páginas, confeccionado en un cuero bien
curtido y escrito en latín algunas cosas y en francés otras, con tinta de
cochinilla y carbón, y no creo que haya muchas copias ni siquiera en otros
materiales. Está sellado en la portada con el escudo del Condado de Armagnac y
firmado con las iniciales R.R. Su contenido trata sobre disfraces, es decir las
ropas más comunes entre agricultores, carreteros, judíos, lavanderas, etc.,
(sin dibujos) “el arte de oler a cerdo en un instante” con un “perfume”
destilado de excrementos de cerdo hecho con calderos y seda. Indica las medidas
(con dibujos) para el gladius graalis y cómo se debe fabricar y templar
mientras se forja, a partir de hierro y sangre de caballo. Algunos textos en
francés indican cómo se debe proceder ante la presencia de clérigos, ante
partidas de soldados y cómo deben componerse los grupos para pasar inadvertidos
en un viaje. Unas páginas con dibujos de colores es ya ilegible porque la tinta
no resistió el paso del tiempo. Las dos últimas páginas son mapas costeros que
no me supieron identificar los Custodios de esos incunables. En la portada
posterior se lee Appendix Motivator – Omnes pro custodiatinSacrum Corpvs
Hermeticvm
Sépase que las Ordenes Templarias ya estaban en Egipto hace
casi cuatro mil años, que los Cátaros fueron una avanzada para recobrar la
ejemplaridad de la Ascensión al Reino Crístico y muchos lo lograron, aunque la
enorme mayoría fue abatida. Debe saberse que los Esenios eran Templarios
nómades, iniciados e iniciadores en todos los Templos desde Finisterre hasta
Cachemira, pasando por el norte de Europa y Egipto. Debe saberse que la
Doctrina (Doc-Trina) es una sola y que la enseñanza Cristiana auténtica es el
mismísimo Corpvs Hermeticvm. Sépase que los Cátaros y Templarios no pueden ser
extinguidos por poderes temporales, porque quien sabe de las Leyes del
Espíritu, conoce a Dios.
Ramiro de Granada
LA PARTIDA
Este libro se basa en hojas del “Diario de mi vida”, que
empecé en Alemania, continué en el sur y concluí, por el momento, en Islandia.
Tuve que terminarlo ya que la visión del sol de medianoche había abierto un
núcleo esencial del círculo en que mi pensamiento y mis aspiraciones
regularmente se mueven.
Como el artista que crea un mosaico debe amontonar primero
las pequeñas piedras de los diversos colores para encajarlas en la obra intuida
y en contornos previamente dibujados, así también procedí. Bajo cielos
diferentes y en diversos países he obtenido presentimientos y conocimientos
que, reunidos, produjeron la visión total.
Lo he configurado de modo tal que, por omisión,
complementación o poniendo de relieve las hojas seleccionadas del “Diario de mi
vida”, y, no en última instancia, también su modificación, la imagen vista en
espíritu por mí, al ser contemplada también Por otros, pudiera ser entendida y
querida. ¡Ojalá mi pluma lo conseguido!
He puesto este libro por escrito en una pequeña ciudad del
alto Hesse. Al alzar los ojos por sobre mi escritorio, se abre un paisaje qué
me es inmensamente entrañable y al que, Cuándo el destino me empuja por campos
y yermos extraños, con frecuencia he añorado: el alto Hesse, la tierra de mis
antepasados. En un pequeño pueblo de alturas pobladas por bosques, que parecen
recluir la comarca contra el sur, han vivido cultivando el suelo desde tiempos
remotos, o erguidos frente al yunque, o moliendo granos para hacer harina, o
sentados ante el telar en pequeños cuartos. La tierra es pedregosa y del cielo
casi siempre cuelgan nubes. Pocos de ellos han logrado ser pudientes.
A los ancestros de mi madre que vivían en Odenwald las cosas
se les dieron más fáciles. Allá, el sol y el aire son templados y la tierra
suele ser generosa con quienes la cuidan con amor. La pequeña dudad del alto
Hesse en la que viví y escribí este libro está dominada por los restos de
muralla de un castillo. A pocos pasos de la puerta del burgo, que se ha mantenido
incólume, se alza un viejísimo tilo. Aquí debe de haber predicado Bonifacio a
los catos del cristianismo de Roma. Estando bajo el tilo miré hacia el norte,
mis ojos quedaron fulguradamente hechizados por una montaña sobresaliente,
sobre cuya cima el “Apóstol de los alemanes” celebró una fiesta conventual:
Amöneburg. Mis antepasados no quisieron a san Bonifacio, que pretendió predicar
el Evangelio del Amor. En una carta que envió al papa en el año 742, los
trataba de idiotas.
Desde mi pequeña ciudad del alto Hesse hasta Marburg, a
orillas del río Lahn, hay pocas horas de camino. Un hijo de esta ciudad, “el
flagelo de Alemania”, también evangelizó para Roma. Sobre el lomo de una mula
recorrió el maestro e inquisidor Konrad von Marburg su patria, recolectó
milagros de rosas para la canonización de su excelentísima penitenta, la
esposa del landgrave Isabel von Thüringen, y coleccionó herejes, a los que
quemó en el centro de su ciudad natal, en un lugar que hasta hoy se llama
“Arroyo de los Herejes”.
Mis antepasados más remotos fueron paganos; los más
recientes, herejes.
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