Agustin de Iturbide Emperador de Méjico - Alberto Mestas

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PRÓLOGO DEL AUTOR 

Don Agustin de Iturbide,  con su brevisima actuación politica, es una de las figuras más interesantes de la historia contemporánea.  Autor real de la independencia de Méjico. exaltado allí hasta la idolatría en los días en que se emancipaba la Nueva España de la paternal soberanía de la vieja metrópoli,  hoy yace su memoria casi olvidada e incomprendida. 
Olvido que es justificado en España, donde no obstante ya en muchos va desapareciendo la incomprensión,  cuando el tiempo ha hecho su labor da aquietar pasiones exaltadas, y cuando nadie ya, ni en Méjico ni aquí,  piensa en cambiar el orden de cosas actualmente existente, por mucho que justamente se llore la desaparición del Imperio español, el más excelso y excelente que conocieron los siglos. 
Pero olvido e incomprensión que no pueden ser justificados en Méjico, donde a Iturbide, verdadero y único autor de la independencia, preténdese suplantarlo con aquellos primeros insurgentes de triste memoria:  Hidalgo y Morelos, a quienes falsamente quieren ahora atribuir la gloria que sólo a aquél pertenece. 
La personalidad de Iturbide es sumamente compleja y no cabe--menos para un español--enjuiciarle en conjunto porque hay en ella, en su actuación,  hechos dignos de gran alabanza junto a otros que no pueden merecer sino censura. 
Puédesele censurar en su labor estéril, y vituperarle la traición a España; pero cabe también alabarle por su constancia, por la habilidad y diplomacia con que realizó sus planes, y reconocer que en la pérdida del Imperio español, aunque él fuera una de las figuras más destacadas, no sólo a él cabe la culpa, sino que ésta es aún mayor en los propios gobernantes de España quienes fueron los que realmente traicionaron a su patria dejando que se infiltraran en ella los principios de la Revolución, contra los que precisamente se sublevara Iturbide. 
Se le puede censurar a éste por aceptar la corona imperial de Méjico, sabiendo que por no ser" un monarca ya hecho",  al aceptarla edificaba su Imperio sobre arena, dejándolo a merced de los ataques de las envidias y rencores; y también se le puede alabar por la ejemplar dignidad---rara en un advenedizo a la realeza--, y el desinterés con que supo ostentar la suprema dignidad del Imperio. 
Es digna de loa la rectitud y pureza de los principios políticos que profesa (que llegan casi hasta a disculpar traición a España, porque por aquéllos la sublevación no fué tanto contra la dominación española como contra el liberalismo, la impiedad y la democracia triunfantes en el gobierno de la metrópoli); y digna de censura su actuación, porgue la separación de América hizo que inevitablemente cayera ésta en manos de los mismos principios revolucionarios contra los cuales él se sublevara. 
Escribiendo a José de la Riva Agiero, presidente del Perů, decía el 4 de septiembre de 1823(recién destronado Iturbide), Simón Bolivar: 
"Bonaparte en Europa e Iturbide en América,  son los dos hombres más prodigiosos, cada uno en su género, que presenta la historia moderna". 
Conformes en el juicio, hoy,  en plena decadencia de los regímenes liberales y democráticos se puede ver más claramente cómo, en la breve historia del primer Emperador de Méjico, hay ancho campo para la meditación y el estudio. 
Frente a frente Iturbide y Napoleón, no hay duda de que, si la actuación militar del primero no tuvo nunca ni la importancia ni la trascendencia (en todos los órdenes) de la de Bonaparte, su actuación política (aunque de menor trascendencia también) es más desinteresada y recta que la del Emperador francés, cuyo reinado no fué sino la consagración definitiva de los principios de la revolución de 1789.  
También en pureza de principios, en rectitud de atuación, y en desinterés patriótico es superior Iturbide a Simin Bolivar. El libertador de Méjico proclama clara y decididamente desde el primer momento de su actuación sus firmes convicciones monárquicas, y éstas no le abandonan ni un instante a pesar de todas las contrariedades y todas las adversidades que le persiguen; y tiene previsiones geniales en Iguala---aunque más tarde parezca olvidarse de ellas cuando acepta la corona---, y afirmaciones proféticas sobre el porvenir de Méjico en su"Manifiesto de Liorna". 
Simón Bolivar no se atreve a proclamar su monarquismo porque le ciega el brillo falso de los principios revolucionarios, y pretende solucionar el problema político de la Gran Colombia con la creación de una institución como la del Senado hereditario que, aunque inspirada en modelos extranjeros que habían demostrado su eficacia (como la Cámara inglesa de los Lores), tenia forzosamente que resultar extraña e inaplicable en tierras latinas, y más en nación recién surgida a la vida independiente. 
Y si los tres: Bolivar, Napoleón y Agustin I, mueren abandonados y perseguidos,  la dignidad y grandeza de los últimos trágicos momentos del que fuera Emperador de Méjico,  hácenle una aureola que purifica y agiganta su figura. 
En su interesante estudio sobre "El fin del Imperio español en América", escribe Marius André: "En nuestras universidades se enseña que en 1822 Iturbide se proclamó Emperador de Méjico con el nombre de Agustin I, después de haberse malquistado con el Congreso,  y haber causado la sublevación del pueblo, y que, al año siguiente,  le hizo abdicar una revolución militar". Y comenta: "Un general no se proclama él solo Emperador;  estas dos palabras se ponen para evitarse el escribir que Iturbide fué elevado al trono por el entusiasmo popular,  lo cual seria conforme a la verdad, pero contrario al mito revolucionario". Y es que el mito revolucionario deformó en todas las historias contemporáneas la realidad de los móviles y causas de la independencia de América, al extremo de que este hecho es hoy en la misma España el peor conocido de su historia. 
Hablando de los historiadores mejicanos observa Junco que no fueron los primeros primates del liberalismo en su tierra los que relegaron a Iturbide "al oprobio y al olvido", sino los liberales surgidos tras la Intervención y el Segundo Imperio (el de Maximiliano de Austria),  En los primeros años de la vida de Méjico independiente todos,  hasta los enemigos personales de su actuación (Za-  bala, Quintana Róo, Gómez Farías, Alamán, Iglesias y Comonfort), supieron comprenderle y juzgarle sin pasión.
En España,  donde,  como dejamos dicho,  apenas si se sabe por qué, cuándo ni cómo se separó de nosotros América, no se publicó hasta ahora otra biografía de Iturbide que la de Carlos Rodrigo Navarro,  a mediados del pasado siglo. Pero en ella la figura de Iturbide está deformada;  Navarro le estudia desde un punto de vista más liberal que español, y así no encuentra nada loable en el primer Emperador mejicano. 
Pero hoy cabe que, sin olvidar el único juicio legitimo que un español puede hacer sobre la desaparición del Imperio español y sobre los causantes de ella, se estudie su figura compleja, y, sin prejuicios liberales (que enturbiarian más el juicio que explicables intransigencias patrióticas) se destaquen de ella aquellos hechos de los que, como dejamos dicho,  siempre pueden hallarse temas de estudio y meditación sobre problemas políticos e históricos que hoy, más que nunca, son de palpitante actualidad.





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