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La lectura de este libro se hace de obligado cumplimiento
para triturar una de aquellas grandes falsedades que ha ido tejiendo la
modernidad en torno a la supuesta generalidad de las prácticas homosexuales en
la antigua Grecia y de lo más que aceptado que, en ella, estarían dichas
prácticas.
Todo ha contribuido, y contribuye, a la propagación de
tamaña patraña. Todo empezó, tal como el autor de esta obra nos explica, de la
mano de una pléyade de autores decimonónicos que, en el contexto de la
Inglaterra victóriana, empezaron a propalar sus peculiares interpretaciones de
la historia de la antigua Grecia en base a una especie de leit motiv sobre el
que no paraban de hacerla girar; leit motiv que no era otro que el de la
supuesta caudal importancia que el fenómeno homosexual habría tenido en sus
formas de vida, costumbres, prácticas, maneras de proceder, mitos religiosos,
unidades militares, literatos, pensadores y políticos.
El autor nos aclara cuáles fueron las tácticas utilizadas
por estos distorsionadores autores. Así, entre éstas destacó la de crear una
especie de rumorología que se basaba en no afirmar sus mentiras sino en dar a
entender que los hechos y ios textos analizados parecían conducir, como
conclusión, a la realidad de la extensión de lo homosexual en el seno de
aquella civilización.
La eficacia manipuladora de la manera de proceder de estos
autores resulta incuestionable, a pesar de que sus “descubrimientos” no tenían
otras bases que la de la elucubración abracadabrante, la suposición y la
deducción subjetiva y caprichosa que realizaban a partir de hechos, realidades
y escritos de la antigua Grecia.
Nuestro desenmascarador autor nos ejemplariza lo
manipulativo de las interpretaciones realizadas por aquellos mixtificadores a
través del análisis diseccionador de diversos textos clásicos. Contrapone las
interpretaciones tergiversadoras con un análisis serio, riguroso y lógico de lo
que dichos textos expresan y consigue, con este proceder, poner en la más total
evidencia a los 'amigos de la mentira'.
PRÓLOGO
La lectura de este libro se hace de obligado cumplimiento
para triturar una de aquellas grandes falsedades que ha ido tejiendo la modernidad
en tomo a la supuesta generalidad de las prácticas homosexuales en la antigua
Grecia y de lo más que aceptado que, en ella, estarían dichas prácticas.
Todo ha contribuido, y contribuye, a la propagación de
tamaña patraña. Todo empezó, tal como el autor de esta obra nos explica, de la
mano de una pléyade de autores decimonónicos que, en el contexto de la
Inglaterra victoriana, empezaron a propalar sus peculiares interpretaciones de
la historia de la antigua Grecia en base a una especie de leit motiv sobre el
que no paraban de hacerla girar; leit motiv que no era otro que el de la
supuesta caudal importancia que el fenómeno homosexual habría tenido en sus
formas de vida, costumbres, prácticas, maneras de proceder, mitos religiosos,
unidades militares, literatos, pensadores y políticos.
El autor nos aclara cuáles fueron las tácticas utilizadas
por estos distorsionadores autores. Así, entre éstas destacó la de crear una
especie de rumorología que se basaba en no afirmar sus mentiras sino en dar a
entender que los hechos y los textos analizados parecían conducir, como
conclusión, a la realidad de la extensión de lo homosexual en el seno de
aquella civilización. Por esto —nos va comentando nuestro autor— expresiones
como la de “parece ser...” representaban un lugar común en sus tergiversadores
trabajos.
No se atrevían a aseverar sus falacias por temor a la
reacción que pudieran provocar por parte de una sociedad tan puritana como la
victoriana que les tocó vivir. Pero el mal ya estaba hecho: los rumores ya se
habían lanzado y ya se sabe lo cierto del dicho castellano del “difama que
algo queda
La eficacia manipuladora de la manera de proceder de estos
autores resulta incuestionable, a pesar de que sus “descubrimientos” no tenían
otras bases que la de la elucubración abracadabrante, la suposición y la
deducción subjetiva y caprichosa que realizaban a partir de hechos, realidades
y escritos de la antigua Grecia.
Nuestro desenmascarador autor nos ejemplariza lo
manipulativo de las interpretaciones realizadas por aquellos mixtificadores a
través del análisis diseccionador de diversos textos clásicos de peso tal como,
p. ej., “El banquete”, de Platón. Contrapone las interpretaciones
tergiversadoras con un análisis serio, riguroso y lógico de lo que dichos
textos expresan y consigue, con este proceder, poner en la más total evidencia
a los 'amigos de la mentira'.
'Amigos de la mentira' que, por desgracia, han tenido
continuidad en épocas posteriores a la del inicio de la falsedad objeto de
estudio en esta obra, pues otros tomaron el relevo para que el inicial daño
hecho no acabara en el olvido y pudiera continuar gangrenando la ciencia
histórica.
Sobre todo ha sido en las últimas décadas cuando más se ha
visto potenciada esa mentira iniciada, básicamente, hace siglo y medio. No nos
ha de extrañar lo más mínimo que esto haya sido así, pues no en vano nos
hallamos sumergidos en lo que todas las doctrinas y textos Sapienciales de la
Tradición denominaron como fase crepuscular' del ya de por sí oscuro Rali-yuga
al que se referían los textos védicos; Edad de Hierro hesiódica o Edad del Lobo
según las sagas nórdicas. Julius Evola la calificó como la de la hegemonía del
'Quinto Estado' (en el que se erige como protagonista un hombre fugaz'
variable hasta lo absurdo e insaciable en sus apetitos materiales) y autores
como Marcos Ghio la han denominado como la Edad del Paria'.
En estos tiempos abisales que corren no nos ha, pues, de
extrañar el que continuamente se nos esté hablando sobre el “paraíso
homosexual” que, según los 'amigos de la mentira', suponía la antigua Grecia.
Se nos habla de ello en libros, en “revistas sobre historia”, en la televisión
y se hace, además, aprovechando cualquier ocasión (aunque no venga mucho, o
nada, al caso) para ahondar en el bulo y propagarlo aún más.
Bien nos dice el autor que al vivir en un tiempo en el que
cualquier atisbo de virilidad es zaherido y atacado por patriarcal, “machista”
y hasta fascista' y, complementariamente a esto, todo signo de feminismo
antinatura y de homosexualidad es ensalzado y promovido como deseable (hasta
el punto de haberse provocado, en este estado de cosas, la proliferación
gigantescamente anómala de congéneres nuestros que se declaran homosexuales) no
falta nunca, por esta razón, quien aprovecha para contribuir con su sucio
grano de arena al engrandecimiento de esta falsedad histórica.
Nos acerca, también, nuestro autor a la constatación de la
existencia de ese tipo de visión mutilada de la realidad que es propia de
muchos homosexuales en el sentido de que llegan a casi no concebir otra
realidad que no sea la homosexual. Por este motivo creen ver gente de su
condición sexual (según ellos, si no declarada al menos sí en estado
latente...) en todo tipo de personajes (históricos o actuales) y en todo tipo
de gente corriente. Y es que como reza el refrán “se cree el ladrón que son
todos de su condición”.
Es tal la fortaleza que, en la actualidad, los homosexuales
han desarrollado que se han constituido en un auténtico lobby de presión que,
por el gran poder que detenta, acaba imponiendo muchas de sus propuestas,
muchos de sus gustos, muchas de sus percepciones y muchos de sus montajes;
como éste de la presunta extendida y preponderante homosexualidad en la antigua
Grecia.
Nuestro autor nos señala el cómo antes que una sociedad
eminentemente homosexual hemos de considerar a la griega antigua como justo lo
contrario, pues aquella sociedad tuvo unos pilares institucionales y
existenciales fuertemente viriles. Las ' sociedades de hombres' constituyeron
su pulso vital y su alma. Estas sociedades fueron de espíritu eminentemente
guerrero y en ellas el elemento femenino (y lo feminizante) estaban ausentes
en la vida pública. Se establecían, por ello, fuertes vínculos —viriles,
obviamente— entre hombres que compartían milicia, así como entre veteranos y
noveles y entre instructores y “reclutas” como si de maestros y discípulos se
tratase. Las escuelas y academias de índole no militar también basaban las
enseñanzas que en ellas se impartían en esta relación entre maestro y
discípulo. Sólo las mentes enfermizas y la mirada distorsionada del enajenado
y decadente hombrecillo moderno querrán ver otro tipo de relación, que por el
tipo de sociedad de la que hablamos (viril), no tenía cabida.
Para desenmascarar el bulo este libro desmenuza diversos
pasajes de la mitología griega, analiza citas de los clásicos griegos, nos
recuerda el ofensivo vocabulario que se utilizaba contra los homosexuales en
las comedias teatrales, relaciona las prohibiciones civiles de que eran objeto
los que practicaban la homosexualidad (so pena, incluso, de poder ser
ejecutados si no cumplían con ellas) o
nos especifica cómo en Esparta el destino que deparaba para quien
mantuviese relaciones homosexuales era el destierro o la muerte. Asimismo
denuncia la manipulación burda del lenguaje que se ha realizado para traducir
vocablos de textos clásicos (como del referido “El banquete”, de Platón), de
manera que, p. ej., para lo que, referido al 'Batallón Sagrado' o Banda
Sagrada' de
ebas, debería traducirse como ejército de maestros y
alumnos' se convierte, como por arte de magia, en ejército de amantes y
amados'... o lo que debería ser muchacho' se traduce como muerde
almohadas...'.
Esta obra indispensable no delega, tampoco, el cometido de
poner en evidencia a quienes han querido ver relaciones homosexuales en
personajes capitales de la historia o de la mitología griegas, ya fueran
hombres, héroes o dioses. Fulmina, sin dejar pábulo a ningún atisbo de duda,
las ridiculeces vertidas entorno a emblemáticos dúos como los formados por
Aquiles y Patroclo, Apolo y el príncipe espartano Jacinto o Alejandro Magno y
Hefestión.
Nuestro autor también aporta datos incuestionables basados
en la más pura y elemental matemática, como aquéllos que hacen referencia a
cantidades y porcentajes de escenas representadas en vasijas halladas de
aquella época que pudieran dar pie a las fabulaciones de los 'amigos de la
mentira'.
No falta tampoco, en este libro, un vapuleo contra la
radical y sangrante deformación que se ha hecho alrededor de la realidad
concerniente a la isla de Lesbos y a la academia que en ella fundó la poetisa
Safo. Con este vapuleo el lesbianismo se queda también huérfano: sin uno de
sus grandes mitos.
Muy acertadamente nuestro autor denuncia la ofensiva
emprendida por el mundo moderno (a través de sus voceros y portaestandartes)
para destrozar todo lo mucho que de elevado, ejemplar y formativo se puede
rastrear en el mundo de nuestros ancestros con el deletéreo objetivo de
dejarnos sin referentes ni raíces genuinos para así más fácilmente igualar —en
lo superfluo y vanal— a unos pueblos con los demás y sumirlos en el más gregario
y abyecto cosmopolitismo en el que, gracias a este siniestro proceder, se ha
acabado, a día de hoy, por abocar a este autómata mundo desarraigado y
globalizado en el que sus habitantes ya sólo se mueven bajo los impulsos
incontrolables que provocan la sed insaciable del consumismo y el apego más
primario a la realidad material.
El mundo precristiano —como en el que se inscribe la Grecia
antigua— no reprobaba actividades, conductas o maneras de ser guiado por ese
tipo de moralismo que en torno a la idea de pecado es consustancial a
religiones como las del Libro, sino que la reprobación a actividades como las
de la homosexualidad venía dada por lo que ésta supone de alteración de lo que
dicho mundo precristiano consideraba la normalidad'. Normalidad entendida en el
sentido de armonía social (que no era posible, a su atinado entender, en el
contexto de las relaciones homosexuales). Y armonía social —y, por ende,
política— que pretendía ser un reflejo (aquí abajo, en el microcosmos) de la
armonía y el equilibrio que reina en el macrocosmos —en lo Alto—.
Quizás no con la misma intensidad y semejante ahínco con que
los amigos de la mentira' se han cebado con respecto a la antigua Grecia pero
sí por las mismas razones y con las mismas disolventes finalidades la antigua
Roma ha sido también —y es— objeto de tergiversaciones similares a las
denunciadas en este libro. Tenemos claro el que de haber podido existir
episodios —en el transcurso de ambas civilizaciones— en los que las prácticas
homosexuales no se hubieran topado con la reprobación social y/o política,
estos episodios habrían, sin duda, correspondido a su ciclo de declive: a su
período de decadencia; o al período de decadencia de alguna de sus etapas o, en
el caso concreto de Grecia, de algunas de sus polis. Hablaríamos, así, de
instantes concretos, puntuales y terminales que se hallarían en las antípodas
de lo que ambas civilzaciones representaron. De todos modos, todavía estamos
esperando a que nos muestren (sin mentiras) el que incluso en estos períodos
decadentes la homosexualidad hubiese tenido carta blanca y hubiese contado con
la aprobación pública y el reconocimiento general.
Y, repetimos, en el hipotético caso de haber existido
momentos en los que la homosexualidad hubiese contado con el beneplácito de las
sociedades griega y/o romana no habría más que aplicarle a los falsarios el
mismo implacable argumento que se les podría espetar con respecto a la
historia de, p. ej., países como España, pues ¿quién —con la misma desvergüenza
manipuladora de los amigos de la mentira'— no podría, en un hipotético futuro
en el que España no existiese como entidad política ni cultural, referirse a la
historia de nuestro periclitado país en los mismos términos de paraíso
homosexual' —que nuestro autor, tan acertadamente, reputa como categóricamente
falsos para la Grecia antigua— y quién no podría referirse a ella en estos
términos echando mano del actual estado de cosas tan lamentable en el que
existencialmentc se encuentra este nuestro país y en el que, en efecto, los
homosexuales ocupan un lugar de privilegio y sus prácticas sexuales son —nos
atreveríamos a afirmar— alabadas y aun promovidas? Pero, ¿quién podría verter
dichas afirmaciones obviando que esta anómala situación fue propia sólo de
algunas decadentes décadas de la historia hispánica (¿tal vez las últimas de
nuestra historia...?) y no fue propia de la mayor parte de ella?, pues, como
botón de muestra, resulta ilustrativo al respecto el recordar las hogueras a
las que eran destinados, en las plazas públicas, aquellos que en otras épocas
practicaban la homosexualidad: la Plaza Mayor de Madrid fue testigo, por
ejemplo a lo largo del s. XVII, de muchas de estas crueles cremaciones...
Pero mejor demos paso a la sustanciosa lectura de este
libro.
Eduard Alcántara
INTRODUCCIÓN
Reescribiremos la historia, historia llena de vuestras
mentiras y distorsiones heterosexuales. (Manifiesto gay).
Está por todas partes. Se menciona por encima en tertulias
televisivas, se escribe en libros de texto, está en boca de profesores de
universidad, e Internet lo repite incesantemente, incluso en la
"Güiquipedia" —como por ejemplo en este "artículo" (por
llamarlo de alguna manera) sobre la pederastía en Grecia—.
Todo el mundo lo parafrasea, se ha convertido en un
"meme", en un eslogan que las masas repiten sin pensar, de modo
similar al famoso "todos somos iguales". Se han vertido toneladas y
toneladas de basura sobre la historia griega, e innumerables autorzuelos del
tres al cuarto han desarrollado páginas y páginas dando por sentado que la
mentira es cierta.
¿A qué me refiero? A que hoy todo el mundo asume que los
antiguos griegos eran homosexuales. Sin embargo, este dogma no es más que otro
gigante con pies de barro, y aquí yo lo desmenuzaré y demostraré porqué es así.
En otro texto demostré la falsedad del mito de que los
griegos fuesen "mediterráneos". En éste me ocuparé del mito griego
más desafortunadamente conocido: el mito de que la homosexualidad formaba sistemáticamente
parte de la sociedad griega y de que la pedofilia era una práctica común y
socialmente aceptada. Como se verá, la tesis no es que no existiese
homosexualidad entre ellos, sino que la moral tradicional tenía a los
homosexuales mal vistos.
También demostraré que, en la mayor parte de los casos,
existían castigos prescritos por conducta homosexual, como por ejemplo la pena
de muerte, el exilio o la marginación de la vida pública.
Esto va dirigido, ante todo, a quienes algo "no les
cuadra" en eso de la homosexualidad griega y a quienes quieren fundamentar
tales sospechas para que sean algo más que simples sospechas. Efectivamente,
hubo homosexuales en Grecia, pero como se verá, que haya habido homosexuales
no significa que haya sido una "práctica habitual" ni mucho menos
que la pedofilia fuese una "institución social", como han llegado a
afirmar disparatadamente algunos autores homosexuales, a quienes nadie ha
arrojado a la cárcel por hacer apología de la pedofilia —y además sin bases para
ello, difamando y ensuciando gratuitamente la historia de todo un país—. Y es
que es detestable que se utilice la mitología de hace milenios para legitimar
fenómenos decadentes de la vida moderna y sólo moderna. Desde arriba, la
doctrina oficial del Sistema pretende presentar a la antigua Grecia como la
tierra prometida de los gays, una suerte de paraíso homo, y eso es demasiado
para un amante de Grecia como un servidor, al cual nadie le puede vender la
moto porque conoce bastante bien el imaginario mitológico de la Hélade, o para
muchos griegos modernos, que aborrecen que otras sociedades decadentes utilicen
la historia de su país para justificar sus propias desviaciones. Como veremos
después, la película "Alejandro Magno" se mostró sólo 4 días en Grecia
y fue un fracaso absoluto: los griegos conocen su propia historia como la palma
de su mano, se han leído bien todos los libros (en griego antiguo inclusive) y
saben lo que hay, como para que ahora vengan cuatro escritores neoyorkinos
psicológicamente destrozados, a explicarles cómo era su propio país.
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