Los crímenes de los buenos Autor: Joaquín Bochaca


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Los tribunales de los procesos de Nuremberg afirmaron que se habían erigido en jueces porque ellos representaban la Civilización y el Derecho. Este es el sofisma oficial, pues consiste en adoptar como base axiomática, lo que se halla, precisamente, en discusión.
Los vencedores desplazaron a sus más doctos juristas, heraldos de su propaganda, para sostener, impávidos, este razonamiento: “Durante seis años de guerra ideológica y otros seis años de guerra real, nuestra radio y nuestros periódicos han repetido que sois unos bárbaros; habéis sido vencidos, luego sois unos bárbaros”. Esa es la verdad creada por los que gustan en autodenominarse demócratas, la que canaliza la persecución judicial de los heterodoxos hasta el día de hoy.
Y no obstante debe haber otra realidad. Hay otra realidad. Y es que frente a los crímenes, reales o inventados, exagerados en progresión geométrica las más de las veces, de los vencidos, existen los crímenes de los “buenos”. Este libro abarca los crímenes cometidos por los “buenos” en el periodo que se inicia en 1933 hasta cincuenta años después. Los “buenos” son, evidentemente, los que como tal son presentados en este lapso de tiempo por prensa, radio y televisión.
Los crímenes de los “malos” ya han sido exhaustivamente relatados, fotografiados, disecados, expuestos, retocados, exhibidos y, sobre todo, exagerados, cuando no puramente inventados. El conocido autor revisionista J. Bochaca, de pluma amena e inteligencia brillante, analiza la verdadera historia de nuestra época y los crímenes de los otros, sobre los que se ha edificado nuestro mundo actual.
PRÓLOGO

Desde hace treinta y siete años, vivimos en plena falsificación histórica. Una falsificación muy hábil: para empezar, arrastra a las imaginaciones populacheras; luego se apoya sobre la conspiración de esas mismas imaginaciones. Se empezó por decir: he aquí cuan bárbaros eran los vencidos de la última guerra mundial que, además, se desató por su culpa exclusiva. Luego se añadió: acordaos de cuánto habéis sufrido, los que padecisteis su ocupación, y de cuanto pudierais haber sufrido, los que no fuisteis invadidos por haber preservado vuestra neutralidad los nobles Aliados. Se inventó, incluso, una filosofía de esa falsificación. Consiste en explicarnos que lo que unos y otros eran realmente no tiene ninguna importancia; que sólo cuenta la imagen que se había creado, y que esta transposición es la única realidad. Un par de centenares de vividores de la prensa, la radio y la televisión, creadores a tanto alzado de la llamada Opinión Pública Mundial quedaban, de esta guisa, promocionados a la existencia metafísica.

Pero yo creo, tozudamente, estúpidamente, en la Verdad. Quiero creer en la Verdad. Me empeño en creer que acaba por triunfar de todo, incluso de la imagen que se ha creado industrialmente. Y que triunfara cuando llegue el Nuevo Amanecer, que probablemente no veremos, ni esta generación ni la próxima, ante el maniqueísmo imperante en nuestra época, con unos ángeles de la Virtud y unos réprobos derrotados por aquellos.

El proceso que se abrió, y que aún continúa abierto, contra Alemania, o, más exactamente, contra el nacional-socialismo y las doctrinas más o menos afines que intentaban derrocar el ideado político del siglo XIX -- el siglo de Marx y Stuart Mill -- tiene una base sólida; mucho más sólida de lo que generalmente se cree. Pero no es la que se proclama oficialmente urbi et orbi. Y las cosas, en verdad, son mucho más dramáticas de lo que se dice; el fundamento, el móvil de la acusación es mucho más tenebroso e inconfesable para los vencedores.

Los tribunales de los procesos de Nüremberg y de los centenares de procesos contra los vencidos afirmaron -- y afirman, pues la farsa pseudo-Jurídica continúa hoy, treinta y siete años después del final de la contienda -- que se habían erigido en Jueces porque ellos representaban a la Civilización y al Derecho. Esta es la explicación oficial, el sofisma oficial, pues consiste en adoptar, como base axiomática, lo que se halla, precisamente, en discusión. Los vencedores desplazaron a sus más doctos Juristas, heraldos de su propaganda, para sostener, impávidos, este razonamiento de criaturas:

"Durante seis años de guerra ideológica y otros seis de guerra real, nuestra radio y nuestros periódicos han repetido que sois unos bárbaros; habéis sido vencidos, luego sois unos bárbaros".

Pues es evidente que los Jueces de Nüremberg y sus sucesores no han dicho, no dicen otra cosa cuando se presentan como abanderados de la indignación unánime del mundo civilizado, indignación que su propia propaganda ha provocado, dirigido, sostenido y atizado y que, desde 1945 hasta hoy ha sido -- con la intensidad requerida por los diferentes casos -- provocada, sostenida, dirigida y atizada, a voluntad, como una plaga de saltamontes, contra todo país que no se plegaba a la nueva religión laica de la época: la Democracia, ya liberal, ya "popular". Pero no nos engañemos. Esta indignación prefabricada ha sido, y es aún, el principal fundamento de la acusación permanente contra los vencidos. Es la indignación del mundo civilizado la que impone el proceso continuo, martilleando retinas y cerebros masificados a través de prensa, radio y televisión a beneficio de las nuevas generaciones. Es esa indignación, finalmente, la que crea la verdad de los que gustan de autodenominarse demócratas, quien canaliza la persecución judicial de los supervivientes y los sucesores nostálgicos de los vencidos, y es ella, para resumir, quien lo es todo: los jueces de Nüremberg no son más que los escribas de esta unanimidad. Se nos coloca, a la fuerza, unas antiparras verdes y se nos invita, a continuación, a declarar que las cosas son verdes, del color de la esperanza. He aquí la realidad; he aquí, también, el programa de nuestro futuro.

Pero la verdad sin adjetivos es otra. Los verdaderos fundamentos del Proceso de Nüremberg y de los miles de procesos que a su imagen y semejanza se repiten desde entonces, son otros. Por una parte, es el miedo de los vencedores políticos -- es decir, los vencedores auténticos -- de la última guerra. Por otra, el miedo de los vencidos políticos, antiguos aliados de aquellos. Miedo de los vencedores políticos, de los vencedores reales, es decir, de la Rusia Soviética y del Comunismo que ella encarna, que todavía recuerda cómo un adversario que debía atender múltiples frentes a la vez, le puso al borde de la derrota y le inflingió tremendos golpes pese a una apabullante inferioridad numérica y material; un adversario cuyo renacer hay que impedir por todos los medios, pues sería el núcleo del único adversario que podría con él... núcleo de una Europa auténtica, que nada tiene que ver con los tenderos del Mercado Común. Y para ello hay que desacreditarlo a los ojos de esta generación y de las que vendrán.

Miedo, también, de los vencidos políticos; de las democracias occidentales europeas, líderes mundiales hace cuarenta años y segundones vergonzantes hogaño, y también de la "Gran Democracia" americana, receptora de más bofetadas diplomáticas, políticas y militares -- Viet Nam -- que un payaso de feria. Es el miedo patológico de los viejos, el pánico senil; es el espectáculo de las ruinas, el pánico de los vencedores militares, de los cuarenta aviones contra uno, de los tres mil barcos contra quince submarinos, de las cuarenta naciones contra una, a la que han ido abandonando, uno tras otro, sus débiles aliados. Es el contemplar Hamburgo, Dresde, Colonia, Stuttgart. Es preciso que los vencidos sean unos malvados. Es indispensable que lo sean pues, si no lo fueran, si no fueran unos monstruos, ¿cómo justificar las ciudades arrasadas, las zonas residenciales incendiadas? ¿cómo justificar las bombas de fósforo ante las tropas de ocupación, ante los soldados del contingente de movilizados conscriptos, ante esos electores que un día volverán a sus hogares y hablarán con sus familiares, electores también? El horror de los vencedores militares, el interés de los vencedores políticos, la venganza vesánica de los pastores espirituales del Sionismo: he aquí los motivos verdaderos de la tramoya que a escala mundial se ha levantado y se sostiene con diabólica perseverancia. Este horror, este interés y esta venganza imponían transformar los bombardeos de fósforo contra ancianos, mujeres y niños en una Cruzada. Así se inventó, a posteriori, un derecho a la matanza, más aún, un deber a la matanza en nombre del respeto a la Humanidad, y una Ley de Lynch en nombre del respeto a la Justicia. Los que mataron, se nombraron a sí mismos, policías, fiscales, jueces y verdugos a la vez. Esta es la realidad. Esta es la única realidad. No hay otra, para el hombre masificado, sometido a un permanente lavado de cerebro por los llamados mass-media.

Y, no obstante, debe haber otra realidad. Hay otra realidad. Y es que frente a los crímenes, reales o inventados, exagerados en progresión geométrica las más de las veces, de los vencidos, algo se echa en falta. Incluso para el espíritu más mediocre parece evidente que algo más debe haber; que ante los demonios del Nazismo hubo, no ángeles, sino seres humanos, muy humanos, demasiado humanos, que cometieron torpezas y crímenes.

Hemos resuelto narrar estos crímenes, o, por lo menos, los que nos han parecido más relevantes. Pero no hemos querido limitarnos a una relación cronológica de abusos militares o civiles propiciados por los políticos del bando Aliado, en el curso de la Segunda Guerra Mundial.

Nuestra relación abarca los crímenes cometidos por los "buenos" en el período histórico comprendido entre 1933 y 1982, es decir, en casi medio siglo de "fascismo" o lo que los mass media denominan tal. Los "buenos" son, evidentemente, los que como tal son presentados en este lapso de tiempo por prensa, radio y televisión. Son los "demócratas" -- tanto los del Este como los del Oeste -- entre 1933 y 1945; son los "anticolonialistas", integrantes de los llamados "movimientos de liberación nacional" en las antiguas colonias de los "buenos" precedentes, desde 1945 hasta hoy. Naturalmente, muchos de los "buenos" de antaño -- de hecho, y prácticamente, todos los países europeos y América -- han perdido ya tal categoría en beneficio de lo que, genéricamente, se denomina "la izquierda". El "Viento de la Historia", en expresión del General De Gaulle, sopla, aceleradamente, en dirección a la izquierda, y así el General Patton, que era de los "buenos" en el transcurso de la Segunda Guerra Mundial, se volvió "malo" al poco tiempo, como se volverían igualmente "malos" el General Wedemeyer, el General Clark, el General Mac Arthur, el Senador McCarthy, el General-Presidente Chiang-Kai-Chek, el General De Gaulle, el Presidente Nixon y un larguísimo etcétera.

Los crímenes de los "malos" ya han sido exhaustivamente relatados, fotografiados, disecados, expuestos, retocados, exhibidos y, sobre todo, exagerados, cuando no puramente inventados. Consideramos, pues, de todo punto supérfluo, epilogar nuevamente sobre ellos. En otro lugar nos hemos ocupado de algunos aspectos del tema [1]. En las páginas que siguen, y dentro de la tónica general de nuestra época, de "desmitificación" de los ídolos, con el objeto suplementario de contribuir a desarrollar la virtud de la modestia entre los vencedores, presentamos, basándonos no en testimonios emanados de los miserables vencidos, sino de los virtuosos vencedores, los crímenes de los "buenos". De los consagrados por la Opinión Pública -- es decir, por un par de centenares de escribas mercenarios -- como portadores de la espada flamígera de la Acusación en nombre de la Humanidad. Hay un aforismo jurídico que afirma que "a confesión de parte, exclución de prueba". Lo que sigue no es, pues, un alegato fiscal, sino una sentencia de la Justicia inmanente, pues de ninguno de los testimonios que citamos puede decirse que fue forzado o coaccionado. Esa sentencia, empero, no puede dirigirse contra los soldados que noblemente lucharon por una causa que creyeron justa ni contra las población civiles que, desde la retaguardia y en medio de penalidades y sufrimientos inherentes a toda contienda, les respaldaron con su aliento. Se dirige contra los fautores y beneficiarios de la II Guerra Mundial, que si oficialmente empezó en septiembre de 1939, realmente se inició en 1933 y todavía continúa, hoy en día, en plena paz... relativa, pues desde el 9 de Mayo de 1945, fecha oficial de la capitulación del III Reich, el incendio bélico no se ha apagado totalmente, surgiendo en cualquier punto del Planeta tan pronto como se apagaba en otro punto el incendio precedente. Esos fautores y provocadores de guerra son los auténticos culpables de los crímenes cometidos por sus ocasionales aliados, manipulados a su pesar y en contra de sus auténticos intereses. Y muchas veces, allí donde el estallido de las bombas ahogaba el bisbiseo enervante y azuzador del Gran Parásito, se llevaron a cabo acciones de noble generosidad, de uno y otro lado; acciones que los desgraciados políticos occidentales alentaron cuando les fue posible por no cuadrar en el esquema que su propaganda maniquea había trazado. La lucha en el desierto de África del Norte, por ejemplo, fue, hasta la llegada de Montgomery, una "guerra entre caballeros". A las tropas italianas del Duque de Aosta, que, cercadas en Etiopía, debieron rendirse, les rindieron honores militares las tropas rhodesianas del Ejército Británico que las habían vencido. Para citar acciones parejas en la lucha fraticida y estúpida entre europeos hay lo que los franceses llaman "L´embarras du choix".

Ahí esté el caso del as de la Aviación Británica, Bader, que, al ser derribado su avión sobre el suelo alemán, se lanzó en paracaídas, enganchándosele una de las piernas ortopédicas en el aparato. Los alemanes se lo comunicaron por radio a los ingleses, los cuales enviaron un avión que lanzó, en paracaídas, una pierna ortopédica de repuesto para Bader. El avión inglés fue escoltado, durante todo el vuelo, por dos "cazas" de la Luftwaffe.

Las tropas de la Segunda División de Paracaidistas, al mando del General Hermán B. Ramcke, resistieron cercadas, en Brest hasta finales de septiembre de 1944.B General Troy H. Middleton que mandaba las tropas norteamericanas sitiadoras le conminó a rendirse: "Con sus oficiales y soldados, que por usted lucharon valientemente, pero que ahora son prisioneros, hemos hablado sobre la dotación de Brest... Usted ha cumplido plenamente con su deber para con su patria. Por lo expuesto, requerimos de usted, de soldado a soldado, poner fin a esta lucha desigual. Esperamos que usted, que ha servido con honor y que aquí ha cumplido con su deber, dará a esta propuesta su mejor atención". Ramcke fue explícito en su respuesta: "Rechazo su propuesta". Middleton una vez vencido le rindió honores militares y le permitió despedirse de sus tropas que respondieron al "Sieg Heil" de su General, con prolongados "Heil".

El más famoso de los generales alemanes de las fuerzas paracaidistas, el General Student fue juzgado ante un tribunal británico por su ocupación de Creta. El Fiscal pedía la pena de muerte en la horca, pero inesperadamente se presentó en la sala el general neozelandés Inglis, Jefe de las fuerzas británicas en Creta, quien ante la sorpresa del tribunal declaró que si Student era juzgado también tendría que serlo él. La lucha -- dijo -- había sido muy dura pero ambos bandos habían combatido con lealtad. Student fue condenado a 5 años de cárcel.

En Arnhem (Holanda), el General de la SS Bittrich concedió una tregua a los ingleses cercados para permitir a los camilleros de la Cruz Roja Británica que evacuaran a 2.200 heridos que pudieron, así, salvar sus vidas. En Cherburgo, las tropas alemanas, cercadas, resistieron, al igual que en Brest, hasta el final de la guerra. En vista de la caótica situación de la plaza, el mando alemán pidió permiso a Berlín para capitular. Como Cherburgo era un puerto importante que interesaba no cayera en manos de los Aliados, el permiso fue denegado. En tales circunstancias, y ante la ausencia absoluta de medicamentos para atender a los miles de heridos y enfermos que se encontraban en la plaza, un capitán inglés que estaba en Cherburgo, prisionero de los alemanes, se ofreció para atravesar la línea de frente y regresar a Cherburgo con un cargamento de medicinas. Así se hizo. Jugándose la vida, el oficial británico llegó a las líneas aliadas y cumplió su misión; trajo las medicinas y se constituyó, nuevamente, prisionero.

El espíritu de la Cultura Occidental, con sus valores de generosidad, caballerosidad e hidalguía se puso de manifiesto a menudo en la contienda. Somos conscientes de ello, y nos interesa ponerlo de manifiesto para que quede bien claro que las páginas que siguen no constituyen en Acta de Acusación contra ninguno de los nobles pueblos que intervinieron, a su pesar, en ella, sino contra el Gran Parásito que les manipuló, en su provecho y que utilizó, a tal fin, al desecho biológico de sus pueblos-huésped.

El Tribunal Militar Internacional de Nüremberg, que juzgó a los "Malos", tipificó tres clases de delitos mayores, a saber:

- Los crímenes contra la Paz.

- Los crímenes de Guerra.

- Los crímenes contra la Humanidad, y otras tres clases de delitos (relativamente) menores, a saber:

- El complot nazi.

- La pertenencia a las SS.

- El delito de opinión.

Naturalmente, los "buenos" no cometieron esos delitos menores. Pero lo compensaron largamente con una comisión impresionante, a nivel industrial, de delitos mayores. Vamos a empezar por la responsabilidad en el desencadenamiento de la guerra que debe ser, según Perogrullo, -- personaje que gozó de gran fama en épocas menos moralizantes y cultas que la actual -- el mayor crimen que se puede cometer contra la paz.

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