Costo para la República mexicana $230 + $60 de envío
Costo para EUA, Canadá, Centroamérica y caribe 26 dólares
Europa 25 euros
Sudamérica 30 dólares
Envíos incluidos
Envíos a todo el mundo.
Peso 300 gr.
Pags 198
Pasta blanda
El autor judío Norman Finkelstein, profesor universitario y
Ph.D en Ciencias Políticas y en en Estudios Políticos en la Princeton
University, hijo de supervivientes del holocausto, denuncia la construcción
ideológica montada en torno al exterminio de los judíos durante la Segunda
Guerra Mundial y la fuente de beneficios desmedidos que representa para las
organizaciones sionistas.
Con gran coraje, y a pesar de las críticas, expone la tesis
de que la memoria del Holocausto no comenzó a adquirir la importancia de la que
goza hoy día hasta después de la guerra árabe-israelí de 1967. Esta guerra
demostró la fuerza militar de Israel y consiguió que Estados Unidos lo
considerara un importante aliado en Oriente Próximo. Esta nueva situación
estratégica de Israel sirvió a los líderes de la comunidad judía estadounidense
para explotar el Holocausto con el fin de promover su nueva situación
privilegiada, y para inmunizar a la política de Israel contra toda crítica.
Así, Finkelstein sostiene que uno de los mayores peligros
para la memoria de las víctimas del nazismo procede precisamente de aquellos
que se erigen en sus guardianes y que sin embargo terminaron estafando a las
verdaderas víctimas del Holocausto.
Ahondando en una gran cantidad de fuentes, descubre la doble
extorsión a la que los grupos de presión judíos han sometido a Suiza y Alemania
y a los legítimos reclamantes judíos del Holocausto y denuncia que los fondos
de indemnización no han sido utilizados en su mayor parte para ayudar a los
supervivientes del Holocausto, sino para mantener en funcionamiento «la
industria del Holocausto».
RESEÑA BIOGRÁFICA
Norman Gary Finkelstein nació el 8 de diciembre de 1953 en
los EE.UU. Es profesor universitario y autor de varias obras, especializado en
asuntos relacionados con el judaísmo, Israel y el sionismo y el conflicto en
Medio Oriente.
Graduado de la Binghamton University, recibió su Ph.D en
Ciencias Políticas de la Princeton University. Ha escalado todas las posiciones
académicas en el Brooklyn College, Rutgers University, Hunter College, New York
University, y más recientemente , DePaul University, en donde fue Profesor
asistente de
2001 a 2007. En una decisión que ha generado una amplia
controversia, Finkelstein fue excluido de la Pertenencia a DePaul en junio de
2007, siendo colocado en cargos administrativos para el año académico 2007-2008
y cancelados sus tres cursos. Afirmó que se declararía en desobediencia civil
si se perpetuaban los intentos por alejarlo de sus estudiantes. El 5 de
septiembre de 2007 anunció su renuncia a la Universidad bajo términos no
revelados.
Finkelstein escribió sobre las experiencias de sus padres
durante la Segunda Guerra Mundial. Su madre, Maryla Husyt Finkelstein, hermana
de un padre judío ortodoxo que creció en Varsovia, Polonia, vivió en el Ghetto
de Varsovia y conoció el campo de concentración de Majdanek y los campos de
trabajos forzados de Czestochowa y Skarszysko Kamiena. Su primer marido murió
durante la guerra.
Ella consideraba que el día de su liberación fue el día más
horrible de su vida , ya que estaba sola en el mundo puesto que ninguno de sus
familiares había logrado sobrevivir a las penurias del ghetto.
Su padre, Zacharias Finkelstein, sobrevivió tanto al Ghetto
de Varsovia como al Campo de concentración de Auschwitz.
Finkelstein creció en la Ciudad de New York. En sus
memorias, registra que, como joven, se identificaba profundamente con la
molestia de su madre, testigo de las atrocidades genocidas de la Segunda Guerra
Mundial, y se sentía profundamente molesto con la carnicería que estaba
produciendo Estados Unidos en Vietnam. Además de la influencia de su madre, sus
lecturas de Noam Chomsky lo convencieron de la necesidad austera de mantener
sus puntos de vista intelectuales en persecución de la verdad.
Completó sus estudios de pre-grado en la Binghamton
University en Nueva York en 1974, después de los cual estudió en la École
Pratique des Hautes Études en París. Fue a obtener su Grado de Magister en
Ciencia Política de la Princeton University en 1980, y más tarde hizo su PhD en
Estudios Políticos, también de Princeton. Finkelstein escribió su tesis
doctoral en sionismo, y desde allí atrajo la controversia, la cual comprometió
una carrera académica universitaria . Antes de ganar un empleo académico, fue
trabajador social a tiempo parcial con adolescentes conflictivos en Nueva York.
Después, enseñó exitosamente en Rutgers University, New York University,
Brooklyn College, y Hunter College y hasta recientemente en la DePaul
University de Chicago.
Finkelstein es conocido por sus escritos críticos sobre el
rol de Israel en el conflicto árabe-israelí y por su afirmación que el
Holocausto está siendo explotado por fines políticos pro-Israelíes y para
financiar a los políticos en desmedro de los reales supervivientes.
Sus libros han sido empleados como herramientas para
revertir una corriente de pensamiento académica oficial, contaminada de
inexactitudes y, algunas veces, hasta fraudulenta.
El trabajo de Finkelstein ha atraído gran número de
partidarios y opositores. Algunos de sus partidarios son Noam Chomsky,
lingüista y analista político; Raul Hilberg, historiador del Holocausto; Avi
Shlaim, partidario de la Nueva Historia israelí; y Mouin Rabbani, jurista
palestino y analista. De acuerdo a Hilberg, Finkelstein muestra “coraje
académico para hablar con la verdad aún cuando nadie lo apoye . . . Podría
asegurar que su lugar en la historia está asegurado, y es de los que a fin al
siempre triunfan. Estará entre los triunfadores a pesar del gran costo que le
significará.”
PREFACIO
La publicación de La industria del Holocausto, en junio de
2000, suscitó una reacción internacional considerable. Dio lugar a debates de
ámbito nacional y se situó a la cabeza de la lista de libros más vendidos en
países muy diversos, incluidos Brasil, Bélgica, Holanda, Austria, Alemania y
Suiza. Todas las publicaciones británicas de importancia le dedicaron al menos
una página, en tanto que, en Francia, Le Monde le consagraba dos páginas
enteras y un editorial. Fue el tema de numerosos programas radiofónicos y
televisivos y de varios documentales. La reacción más intensa se produjo en
Alemania. Casi doscientos periodistas atestaron la conferencia de prensa en la
que se presentó la traducción alemana del ensayo y mil personas abarrotaron la
sala berlinesa donde se celebró un caldeado debate sobre la obra (mientras
otras quinientas se quedaban fuera por falta de espacio). La edición alemana
vendió 130.000 ejemplares en unas semanas y en pocos meses se publicaron tres
libros basados en ella1 . Ahora mismo, La industria del Holocausto está
pendiente de ser traducida a dieciséis idiomas.
En contraste con la estridente polémica internacional, en
Estados Unidos, la reacción inicial fue un silencio sepulcral. Ninguno de los
medios de comunicación de primera fila quiso saber nada del libro2. Los Estados
Unidos son la sede central de la industria del Holocausto. Es de suponer que un
estudio donde se explicara que el chocolate provoca cáncer suscitaría una
reacción similar en Suiza. Cuando resultó imposible seguir haciendo oídos
sordos al clamoreo internacional, una serie de comentarios histéricos lanzados
en foros selectos sirvieron para sepultar eficazmente el ensayo. Dos de ellos
merecen especial atención.
The New York Times hace las veces de principal vehículo
publicitario de la industria del Holocausto. En su haber se incluye la
promoción de figuras como Jerzy Kosinski, Daniel Goldhagen y Elie Wiesel. El
volumen de información que se ofrece del Holocausto en sus páginas sólo es
superado por el de las previsiones meteorológicas. En el índice del New York
Times de 1999, las entradas correspondientes al Holocausto sumaban 273. En
comparación, sólo había 32 entradas relacionadas con el continente africano3.
El suplemento literario del New York lunes de 6 de agosto de 2000 publicaba una
larga reseña de La industria del Holocausto («Historia de dos Holocaustos»)
escrita por Omer Bartov, un historiador militar israelí convertido en
especialista en el Holocausto. Bartov ridiculizaba la idea de que existieran
explotadores del Holocausto diciendo que se trataba de «una nueva versión de
“Los protocolos de los ancianos de Sión”», y descargaba una andanada de
invectivas: «extravagante», «absurdo», «paranoico», «chirriante», «estridente»,
«indecente», «juvenil», «condescendiente», «arrogante», «estúpido», «pagado de
sí mismo», «fanático», etcétera4. Unos meses más tarde, en un artículo
increíble, Bartov adoptó de pronto la posición contraria. Arremetió contra la
«lista cada vez más nutrida de explotadores del Holocausto», y puso como
ejemplo máximo «“La industria del Holocausto” de Norman Finkelstein»5.
En septiembre de 2000, el redactor de Commentary Gabriel
Schoenfeld publicó un hiriente ataque titulado «Las indemnizaciones por el
Holocausto. Un escándalo creciente». Rehaciendo el camino trazado en el tercer
capítulo de este libro, Schoenfeld denunciaba a los explotadores del
Holocausto, entre otras cosas, por «valerse sin escrúpulos de cualquier método,
aunque sea indecoroso o incluso deshonroso», «arroparse en la retórica de la
causa sagrada» y «avivar las llamas del antisemitismo». Pese a que en sus
acusaciones se hacía eco de La industria del Holocausto, esto no impidió que
Schoenfeld denigrase esta obra y a su autor en este artículo y en otro sobre el
mismo tema, también publicado en Commentary6, utilizando adjetivos como
«extremista», «lunático» y «grotesco». En un artículo posterior publicado en el
Wall Street Journal, Schoenfeld condenaba a «Los nuevos explotadores del
Holocausto» (11 de abril de 2001) y llegaba a la conclusión de que, «en estos
tiempos, una de las peores agresiones contra la memoria es la que procede no de
los negacionistas del Holocausto [...], sino de quienes se suben al carro de
los beneficios literarios y legales». Esta denuncia reflejaba asimismo lo
expuesto en La industria del Holocausto. A modo de gentil agradecimiento,
Schoenfeld me metió en el saco de los negacionistas del Holocausto tildándome
de «chiflado manifiesto».
Apropiarse de los hallazgos de un libro y, a la vez,
denigrarlos no es tarea sencilla. La actuación de Bartov y de Schoenfeld me
trae a la memoria una sentencia pronunciada por mi difunta madre: «No es casualidad
que sean los judíos quienes hayan inventado la palabra chutzpá7». En un terreno
totalmente distinto, he tenido la buena fortuna de que el indiscutible decano
de los estudiosos del holocausto nazi, Raúl Hilberg, haya apoyado pública y
reiteradamente diversas argumentaciones controvertidas de La industria del
Holocausto8. La integridad de Hilberg tan sólo es parangonable a su erudición.
Tal vez tampoco sea una casualidad que los judíos hayan inventado la palabra
mensch9.
Norman G. Finkelstein, Junio de 2001, Nueva York.
notas:
1 Ernst Piper (ed.), Gibt es wirklich eine
Holocaust-Industrie?, Munich: 2001; Petra Steinberger (ed.), Die
Tinkehtein-Debattc, Munich: 2001; Rolf Surmann (ed.), Das Finkelstein-Alibi,
Colonia, 2001.
2 Véase Christopher Hitchens, «Dead Souls», The Nation,
18-25 de septiembre de 2000.
3 De acuerdo con una búsqueda Lexis Nexis correspondiente a
1999, más de la cuarta parte de las crónicas de Roger Cohén, corresponsal del
Times en Alemania, versaban sobre el Holocausto. Raúl Hilberg observó
irónicamente: «Al escuchar Deutsche Welle (un programa de radio alemán), recibo
una impresión de Alemania totalmente diferente de la que obtengo al leer el
Neiv York Times». (Berliner Zeitung, 4 de septiembre de 2000). Es de señalar
que, mientras se desarrollaba el exterminio nazi, el Times apenas si le prestó
atención (véase Deborah Lipstadt, Beyond Belief, Nueva York, 1993).
4 Incluso el autor de Mein Kampf salió mejor librado en el
suplemento literario del Times. La crítica que en su momento se publicó de esta
obra denunciaba el antisemitismo de Hitler, pero, a la vez, concedía un gran
valor a «este hombre extraordinario» por «haber unificado a los alemanes, haber
destruido el comunismo, haber adiestrado a la juventud, haber creado un Estado
espartano animado por el patriotismo, haber puesto freno al Gobierno
parlamentario, muy poco adecuado al carácter alemán, y haber protegido el
derecho a la propiedad privada», (James W. Gerard, «Hitler As He Explains
Himself», The New York Times Book Review, 15 de octubre de 1933).
5 Omer Bartov, «Did Punch Cards Fuel the Holocaust?»,
Newsday, 25 de marzo de 2001.
6 «Holocaust Reparations: Gabriel Schoefeld and Critics»,
enero de 2001
7 Chutzpá: descaro, desvergüenza. (N. de la T.)
8 Véanse las entrevistas a Hilberg incluidas en
www.NormanFinkelstein.com en el apartado «The Holocaust Industry».
9 Mensch, persona honrada, íntegra. (N. de la T.)
Introducción
Este libro es tanto una anatomía como una denuncia de la
industria del Holocausto. En las páginas que siguen, argumentaré que “El
Holocausto” es una representación ideológica del holocausto nazi.10
Al igual que la mayoría de las representaciones similares,
ésta tiene una conexión, si bien tenue, con la realidad. El Holocausto es una
construcción, y no arbitraria sino más bien intrínsecamente coherente. Sus
dogmas centrales sustentan importantes intereses políticos y de clase. De
hecho, el Holocausto ha demostrado ser un arma ideológica indispensable. A
través de su explotación, una de las potencias militares más formidables del
mundo, poseedora de un horrendo historial en materia de derechos humanos, se ha
presentado como un Estado “víctima”, y el grupo étnico más exitoso de los
Estados Unidos ha adquirido un estatus de víctima en forma similar. Esta falsa
victimización genera considerables dividendos – particularmente inmunidad a la
crítica, por más justificada que ésta sea. Y podría agregar que quienes gozan
de esta inmunidad, no han escapado de las corrupciones morales que típicamente
van con ella. Desde esta perspectiva, el desempeño de Elie Wiesel como
intérprete oficial del Holocausto no es una coincidencia.
Es evidente que no llegó a esta posición por sus compromisos
humanitarios o sus talentos literarios.11 Wiesel desempeña este papel principal
más bien porque articula impecablemente los dogmas del Holocausto y, por
consiguiente, sostiene los intereses que le subyacen.
El estímulo inicial para este libro provino del decisivo
estudio The Holocaust in American Life (El Holocausto en la Vida
Norteamericana) de Peter Novick al que reseñé para una publicación literaria
británica.12 En estas páginas, el diálogo crítico en el que entré con Novick se
ha ampliado; de allí las numerosas referencias a su estudio. El The Holocaust
in American Life es más una colección de golpes provocativos que una crítica
fundada y pertenece a la venerable tradición norteamericana del muckraking.13
Sin embargo, como la mayoría de los de su estilo, Novick se concentra solamente
en los abusos más notorios. Por más sarcástico y refrescante que sea, The
Holocaust in American Life no constituye una crítica a fondo. Hay postulados
básicos que no critica. El libro, ni banal ni hereje, está sesgado hacia el
extremo controversial del espectro conocido. Como era previsible, recibió
muchos, aunque dispares, comentarios en los medios norteamericanos.
La categoría analítica central de Novick es la “memoria”.
Con toda la actual furia en la torre de marfil, la “memoria” es con seguridad
el concepto más pauperizado que descenderá de la cumbre académica por largo
tiempo. Con el obligatorio guiño hacia Maurice Halbwachs, Novick apunta a
demostrar cómo los “conflictos actuales” modelan la “memoria del Holocausto”.
Solía haber un tiempo en el cual los intelectuales disidentes difundían
categorías políticas robustas, tales como “poder” e “intereses” por un lado, e
“ideología” por el otro.
Hoy, todo lo que queda es el lenguaje blando y despolitizado
de “conflictos” y “memoria”. Sin embargo, dada las pruebas que Novick presenta,
el Holocausto es una construcción ideológica con intereses creados. Si bien la
memoria del Holocausto es deliberada, de acuerdo con Novick también es
arbitraria “en la mayoría de los casos”. Según su argumento, lo deliberado
proviene de “un cálculo de ventajas y desventajas” pero más bien “sin mucha
consideración por . . . las consecuencias”.14 Las pruebas sugieren la
conclusión opuesta.
Mi interés original en el holocausto nazi fue personal.
Tanto mi padre como mi madre fueron sobrevivientes del Ghetto de Varsovia y los
campos de concentración nazis. Aparte de mis padres, todos los miembros de mi
familia, en ambas ramas, fueron exterminados por los nazis. Mi primer recuerdo
del holocausto nazi, por decirlo así, es el de mi madre pegada al televisor
mirando el juicio de Adolf Eichmann (1961) cuando yo volvía a casa de la
escuela. Si bien habían sido liberados de los campos sólo dieciséis años antes
del juicio, en mi mente siempre hubo un abismo infranqueable que separaba a mis
padres de eso. Había fotografías de la familia de mi madre colgando de las
paredes de nuestra sala de estar. (Nadie de la familia de mi padre sobrevivió a
la guerra). Nunca pude establecer el sentido de mi conexión con ellos, menos
todavía concebir lo que había ocurrido. Eran las hermanas, los hermanos y los
parientes de mi madre; no mis tías, tíos y abuelos. Recuerdo haber leído de
niño el The Wall de John Hersey y Milla 18 de Leon Uris; ambos relatos
novelados del Ghetto de Varsovia. (Todavía recuerdo a mi madre quejándose de
que, enfrascada en The Wall pasó de largo por la estación de subterráneo en
dónde debía haber bajado en su camino al trabajo). A pesar de que lo intenté,
no pude ni por un momento dar el salto imaginativo de conectar a mis padres, en
toda su condición de gente común y corriente, con ese pasado. Francamente, sigo
sin poder hacerlo.
La cuestión más importante, sin embargo, es la siguiente:
aparte de esta presencia fantasmal, no recuerdo que jamás el holocausto nazi
haya invadido mi niñez. La principal razón de esto fue que a nadie de fuera de
mi familia pareció importarle lo que había sucedido. El círculo de amigos de mi
niñez leía mucho y discutía apasionadamente los hechos del día. Y, sin embargo,
sinceramente no me acuerdo de ningún amigo (o padre de amigo) que haya hecho
una sola pregunta sobre lo que mi madre y mi padre habían tenido que soportar.
No era un silencio respetuoso. Era simple indiferencia. A la luz de ello, uno
no puede menos que ser escéptico frente a los desbordes de angustia de décadas
posteriores, una vez que la industria del Holocausto estuvo firmemente
establecida.
A veces pienso que el “descubrimiento” del holocausto nazi
por parte de los judíos norteamericanos fue peor que el haberlo olvidado. Es
cierto: mis padres rezongaban en privado; el sufrimiento que habían padecido no
estaba públicamente validado. Pero ¿no era eso mejor que la crasa explotación
del martirio judío? Antes de que el holocausto nazi se convirtiese en El
Holocausto, sólo se publicaron sobre la materia unos pocos estudios académicos
como el The Destruction of the European Jews (La Destrucción de los Judíos
Europeos) de Raul Hilberg y memorias como Man’s Search for Meaning (La Búsqueda
del Sentido por el Hombre) de Viktor Frankl y Prisoners of Fear (Prisioneros
del Miedo) de Ella Lingens-Reiner.15
Pero esta pequeña colección de perlas es mejor que el
contenido de estantes y más estantes de esos novelones que ahora atiborran las
bibliotecas y librerías.
Tanto mi padre como mi madre, si bien revivieron ese pasado
hasta el día en que fallecieron, hacia el final de sus vidas perdieron todo
interés en El Holocausto como espectáculo público. Uno de los amigos de toda la
vida de mi padre había sido, junto con él, un interno de Auschwitz; un
idealista de izquierda aparentemente incorruptible quien, por una cuestión de
principio, se negó a recibir indemnizaciones de los alemanes después de la
guerra. Más tarde, en un momento dado, se convirtió en el director del museo
del Holocausto israelí, Yad Vashem. A regañadientes y con genuina desilusión,
mi padre finalmente admitió que hasta este hombre había sido corrompido por la
industria del Holocausto, acomodando sus convicciones a las necesidades del
poder y el beneficio.
A medida en que las versiones de El Holocausto adquirían
formas cada vez más absurdas, a mi madre se le daba por citar (con ironía
premeditada) a Henry Ford: “La Historia es cháchara”. En mi casa, especialmente
los cuentos de los “sobrevivientes del Holocausto” – todos ex internos de
campos de concentración, todos héroes de la resistencia – resultaban blanco de
una sarcástica hilaridad. Hace ya mucho tiempo, John Stuart Mill descubrió que
las verdades que no están sujetas a un continuo desafío “dejan de tener el
efecto de la verdad y se convierten en falsedades por exageración”.
Con frecuencia mis padres se asombraban de mi indignación
ante la falsificación y la explotación del genocidio nazi. La respuesta más
obvia es que se lo ha utilizado para justificar las políticas criminales del
Estado de Israel y el apoyo norteamericano a esas políticas. Hay, también,
motivos personales. Me importa la persecución de la que fue objeto mi familia.
La actual campaña de la industria del Holocausto de extorsionar dinero de
Europa en nombre de “las víctimas necesitadas del Holocausto” ha reducido la dimensión
moral del martirio de mis padres al de un casino en Monte Carlo. Pero aún
aparte de estas consideraciones, sigo convencido de que es importante preservar
– luchar por – la integridad del registro histórico. En las páginas finales de
este libro sugeriré que, estudiando el holocausto nazi, podemos aprender mucho
no sólo acerca de “los alemanes” o de “los gentiles” sino acerca de todos
nosotros. No obstante, creo que para hacer eso, para realmente aprender del
holocausto nazi, hay que reducir sus dimensiones físicas y agrandar sus
dimensiones morales.
Se han invertido demasiados recursos públicos y privados en
monumentalizar el genocidio nazi. La mayor parte de lo así producido es
inservible; no constituye un tributo al sufrimiento judío sino al engreimiento
judío. Hace ya mucho tiempo que deberíamos haber abierto nuestros corazones a
los sufrimientos del resto de la humanidad. Ésta fue la principal lección que
me impartió mi madre. Ni una sola vez le escuché decir: “no compares”. Mi madre
siempre comparaba. Sin duda, es preciso hacer diferenciaciones históricas. Pero
el hacer diferenciaciones morales, entre “nuestros” sufrimientos y los de
“ellos” ya es, en sí mismo, una parodia moral. Muy humanamente Platón observó:
“No puedes comparar a dos personas miserables y decir que la una es más feliz
que la otra”. A la vista de los sufrimientos de afroamericanos, vietnamitas y
palestinos, el credo de mi madre era: todos somos víctimas de holocaustos.
Norman G. Finkelstein
Abril 2000 – Ciudad de Nueva York
notas:
10 En este texto, holocausto nazi se refiere al hecho
histórico real. El Holocausto significa su representación ideológica.
11 Por el vergonzoso historial de las apologías de Wiesel en
beneficio de Israel, véase A Nation on Trial: The Goldhagen Thesis and
Historical Truth de Norman G. Einkelstein y Ruth Bettina Birn (Nueva York
1998), 91n83, 96n90. Su historial en otras parte no es mejor. En una nueva
memoria, And The Sea is Never Full (Nueva York 1999) Wiesel ofrece esta
increíble explicación a su silencio sobre el sufrimiento palestino: “A pesar de
considerable presión, me he negado a tomar públicamente posición frente al
conflicto árabe-israelí” (125). En su puntillosamente detallada revisión de la
literatura sobre el Holocausto, el crítico literario Irwing Howe despachó la
abundante producción de Wiesel en un único párrafo y con la pálida frase: “el
primer libro de Elie Wiesel Night (está) escrito con simpleza y sin
indulgencias retóricas”. Alfred Kazin está de acuerdo: “No hay nada que valga
la pena leer desde Night . Elie es ahora todo un actor. Se me ha redefinido
como » docente en angustia «.” (Irving Howe, Writing and The Holocaust, en New
Republic [27 Octubre 1986 1; Alfred Kazin, A Lifetime Earning in Every Moment
[Nueva York 1996 1, 179
12 Nueva York 1999. Norman Finkelstein Uses of The Holocaust
en London Review of Book (6 de Enero 2000).
13 Estilo muy acentuado de crítica denunciatoria. (N. del
T.)
14 Novick, The Holocaust, 3 - 6.
15 Raul Hilberg, The Destruction of the European Jews (New York:
1961). Viktor Frankl, Man’s Search for Meaning (New York 19Sg). Ella
Lingens-Reiner, Prisoners of Fear (London 1948).
No hay comentarios:
Publicar un comentario