La ideología Nacionalsocialista - Varios autores

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Los 2 tomos en uno solo

Es imprescindible recuperar la iniciativa y hablar de la ideología nacionalsocialista en su sentido más amplio. La «concepción del mundo» del nacionalsocialismo abarcaba todos los aspectos de la vida, era, como la ideología plutocrática, una ideología totalitaria, que lo abarcaba todo. Nada escapa al «sistema» actual, da lo mismo que sea deporte, moda, naturaleza, arte... todo está condicionado por la ganancia, el beneficio, el interés... también el nacionalsocialismo daba su propia impronta a todos los problemas y asuntos de la vida en general, aunque naturalmente desde una óptica antagónica. Por todo ello es esencial penetrar en la ideología nacionalsocialista en su totalidad y no quedarse en la periferia. Hemos de tener siempre muy presente que los temas judíos, masones, raza etc. ocupaban un parte exigua en la propaganda nacionalsocialista, los temas esenciales eran, preferentemente el socialismo, y luego muchos otros, pero no desde luego los que pretenden presentar el sistema como temas «estrella». Esta colección de volúmenes sobre la ideología del nacionalsocialismo es esencial, es vital, es imprescindible y fundamental y debe servir para que se aprecie la gran dimensión ideológica del nacionalsocialismo. Podemos estar a favor o en contra de los planteamientos, pero leyendo cada uno de los artículos, nos podremos formar una opinión veraz de lo que fue el III Reich.
Lo primero ha sido reunir la máxima documentación posible, especialmente intentar conseguir el mayor número de revistas editadas en castellano en el III Reich. Fundamentalmente se han reproducido artículos de dichas revistas pero en alguna ocasión también se ha utilizado algún texto incluido en algún folleto de propaganda. Se han leído todos los artículos sin excepción y se han seleccionado los más interesantes, intentando lograr un equilibrio en la variedad. También hemos seleccionado los artículos escritos por relevantes personalidades del III Reich, incluso en aquellos casos -muy pocos- en los que el texto no fuese especialmente interesante. Hemos querido con ello que se pueda tener una imagen del máximo número de personalidades del III Reich.
Hay también unos pocos artículos que no son estrictamente ideológicos. A veces tratan de acontecimientos históricos relevantes y otras son simples puntos de vista de observadores, con frecuencia extranjeros. El motivo de haberlos incluido es el valor que poseen como demostración de la veracidad de la ideología nacionalsocialista. Una cosa es, naturalmente, una teoría elaborada en un escritorio, y la otra el llevar esa teoría a la práctica. En estos artículos no estrictamente ideológicos, se pone de manifiesto que la teoría sería convertida en realidad...
Dado el enorme volumen de documentación que se ha tenido que reunir y consultar, no ha sido posible hacer una selección previa total y editar un texto perfectamente estructurado. Estimamos que el material reunido supondría varios volúmenes como el presente.

Eurofascismo - Erik Norling

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Tuvo que ser el polémico periodista británico John Laughland, el que con su libro Tainted Source: Undemocratic Origins of the European Idea, publicado en 1997, pusiera sobre el tapete algo que el antifascismo había ocultado orwellianamente durante décadas: la idea de que los padres de Europa no son los archiconocidos Jean Monnet, Robert Schumann o Konrad Adenauer... ¿Quiénes, pues? La respuesta no podía ser más inquietante: los odiados fascistas. Con toda seguridad, su acendrado euroescepticismo jugó una mala pasada a Laughland y, en su búsqueda de un pasado anómalo para los temidos burócratas de Bruselas, lo que creyó una agradable sorpresa con la que apuntalar sus tesis antiunionistas, se ha convertido, de hecho, en la apertura de una nueva lata. La enésima. El destino, caprichoso, tiene estas cosas y para quienes estamos matrimoniados con la verdad histórica, ya sea por la puerta grande —caso de Norling— o por la de servicio —caso de Laughland—, nos es muy grato dar la bienvenida a cualquier estocada que se propine a ese auténtico cáncer para los espíritus y las sociedades libres que son los policías del pensamiento.
Ni qué decir tiene, insisto, que aún queda mucho por explorar y por decir sobre la idea europeísta de los fascismos, pero como adelanto las páginas que siguen sacian, sin temor a equivocarme, las expectativas.
Tras la lectura de este volumen, a uno le queda la sensación de que la ocultación, la tergiversación y la mentira de la historiografía oficial no tienen otro objetivo que evitar las propias carencias. En efecto, el liberalismo en crisis no se planteó seriamente la unidad continental, entre otras cuestiones porque Francia e Inglaterra, como potencias mundiales que fueron durante el período de entreguerras, tenían en aquella época sendos imperios coloniales a los que prestar muchísima atención. Cuando estalló la guerra, además, todos los esfuerzos se encaminaron a la destrucción del enemigo. El liberalismo sólo se puso manos a la obra cuando Europa se había convertido en una gigantesca llaga tras el irreversible desplome del III Reich

La lucha de Hitler - Joseph Geobbels

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JOSEPH GOEBBELS nació en Rheydt (Renania) el 7 de octubre de 1897. Cursó estudios superiores en las universidades de Bonn, Friburgo, Wurburg, Munich, Heidelberg, Colonia y Berlín, en Filología, Historia del Arte y Literatura. En 1920 se doctoró en Filosofía en la Universidad de Heidelberg. En 1922 se afilió al partido nacionalsocialista ocupando inmediatamente cargos de gran responsabilidad y siendo encargado de conquistar el "Berlín rojo". Su labor como orador y articulista fue excepcional, quedándole además tiempo para escribir diariamente varias páginas de su diario. De su inmensa producción literaria se han editado en español los siguientes libros o trabajos extensos: "El Comunismo sin careta", "El Bolchevismo en la teoría y en la práctica", "La lucha por Berlín", "La Lucha por el Poder", (escritos y discursos) " La Guerra Total" y "Michael" (novela). El presente libro es la traducción de la obra "Vom Kaiserhof zur Reichskanzlei" (Del Kaiserhof a la Cancillería), a la que se ha cambiado el título pues el original sería confuso al lector español. Dicho libro es un resumen del "Diario" de Goebbels durante los meses anteriores a la toma del poder por el nacionalsocialismo. Fue uno de los hombres decisivos del III Reich y como Jefe del Ministerio de Propaganda influyó poderosamente en el arte en todas sus facetas. Se suicidó en unión de su esposa y sus cinco hijas el 1 de mayo de 1945.

PREFACIO

Los cambios históricos que, comenzando con el 30 de enero de 1933, se han realizado a partir de entonces, visibles a todos, en la vida pública del Reich, son de una significación y alcance cuyas dimensiones por el momento son aún completamente inimaginables. Con toda razón este proceso lleva el nombre de Revolución Alemana; porque se trata en efecto de una revolución de todos los valores, de la caída de un mundo de pensamientos que hasta entonces fue aceptado como dado, lógico y natural e inalterable por todo el pueblo alemán. Este proceso se realizó en medio de una actividad que cortaba el aliento, y con un ritmo al que hasta entonces, por lo menos en cosas políticas, en Alemania no se estaba acostumbrado. Sus resultados colocaron la vida económica, cultural y política de la Nación sobre una base enteramente nueva. No sólo se trató de que el mundo espiritual imperante desde 1918 —completamente extraño al ser alemán— hubiese encontrado su relevo; también sus portadores y en ese ámbito tanto las personas como los partidos, tuvieron que evacuar el campo de la actividad pública y dejar libre el lugar a nuevos seres humanos y nuevas ideas.
Reside seguramente en el ritmo con el que se realizó esta revolución y en la lógica naturalidad con que fue llevada a cabo, o por lo menos aceptada por las anchas masas del pueblo, que sus resultados se han incorporado hoy como realidades firmes al campo de las manifestaciones, y que nadie en Alemania osa dudar en lo más mínimo de que se han vuelto inmutables para siempre. Esta circunstancia tiene su faceta de luz y su faceta de sombra. A aquéllas pertenece la firme estabilidad de la vida económica y política, que después de llevada a cabo la revolución se ha desarrollado paulatinamente y sin excepción en todas partes en Alemania. La crisis latente que desde hacía años pesaba sobre Alemania y que tuvo su causa en el desequilibrio de la relación de fuerzas, está totalmente superada. El Gobierno está nuevamente como fuerte centro de voluntad a la cabeza del país, y de él parten las corrientes de nuevas energías y nuevas decisiones a través de las masas populares hasta el último hombre de la última aldea. La lógica naturalidad, empero, con que estos hechos son aceptados, seduce a veces al contemporáneo, que estando colocado dentro de las cosas, muchas veces pierde la visión general y la apreciación de la dimensión histórica respecto a ello, a llegar a ser presuntuoso y hasta injusto frente a toda la evolución. No se puede sino calificar esto de ingratitud; porque las cosas que a partir del 30 de enero de 1933 han sucedido en Alemania son efectivamente de alcance histórico y en su valor histórico sólo comparables con las magnas revoluciones que en siglos pasados conmocionaron la existencia de las naciones y colocaron la vida de los pueblos de cultura sobre una base totalmente nueva.
Ante el ritmo vertiginoso con que se realizó la Revolución alemana, el contemporáneo no pocas veces ha perdido la comprensión respecto a cómo en realidad suelen desarrollarse procesos históricos. Lo que ayer aún era paradójico, hoy hace tiempo ya que se ha hecho trivial, y lo que hace algunos meses pareció casi inconcebible y sencillamente imposible, se ha transformado propiamente en una lógica naturalidad, de la que nadie da ya importancia.
Precisamente aquéllos que en el curso de la Revolución a veces casi amenazaban perder el aliento, son también hoy nuevamente aquéllos a quienes nada les va suficientemente rápido. Por lo general han tenido muy poca participación en la preparación del proceso histórico de nuestra Revolución. Por lo tanto tampoco pueden emitir juicio sobre cuan difícil fue que todo se hiciera, qué sacrificios ingentes se requirieron para llegar adonde hoy estamos, y a qué grandes crisis y cargas la Revolución del Reich, aún cuando ya parecía asegurada, estuvo constantemente expuesta. Son los que por consiguiente tienen menos que nadie el derecho de emitir juicio valorativo sobre método y ritmo de la Revolución alemana, cuyo verdadero secreto escapa totalmente a sus ojos. Harían bien en arrodillarse en humildad ante su grandeza y ante su dimensión histórica y dar gracias al Cielo de que se haya hecho posible en un pueblo que por guerra y época de postguerra parecía estar enteramente extenuado, del que antes de la aparición del Movimiento nacionalsocialista todo el mundo creyó tener que admitir que para grandes rendimientos históricos carecía para todo el futuro del impulso, de la fuerza combativa y del cálido aliento; que por el contrario su historia había sido escrita definitivamente hasta el fin.
Entonces era difícil creer en el porvenir de nuestro país, y ciertamente se necesitaba una inmensa medida de idealismo, autoconfianza e inquebrantable sentimiento de fuerza para dar al pueblo alemán una base, no sólo en lo espiritual, sino también ayudar a la preparación de esa base. Hoy esto ha cambiado. Aquéllos que entonces inclinaban más profundamente la cabeza y estaban más voluntariamente dispuestos a ofrecer su espalda para los latigazos de adversarios insolentes, hoy son los que llevan más alta la cabeza, y si no se les metiera en vereda de vez en cuando y se hiciese la comparación entre su anterior falta de coraje y su actual altanería intempestiva, entonces no tardaría mucho y se jactarían de ser los verdaderos portadores de la Revolución alemana frente a los que realmente la hicieron. Frente a estos no son sino principiantes y chapuceros.
Lo que entonces aparecía difícil, es hoy fácil, hasta cómodo: creer en Alemania y trabajar para su futuro firmemente y con toda la fuerza del corazón y de la mente siempre despierta. Lo que no hace mucho tiempo era considerado utópico, pertenece hoy hace mucho a las realidades, que según
el temperamento se acepta con entusiasmo o por lo menos sin toda antipatía seria o hasta autodefensa. Casi parecía que en Alemania no hubo nunca enemigos del nacionalsocialismo. Pronunciarse por él pertenece ahora al buen tono. Sus formas de expresión y símbolos a menudo han llegado a ser objeto de moda, y ante la chispeante fachada de su imagen lamentable a veces se desvanece el cuadro pintado con los colores ardientes y clamorosos de la penuria y del duro sacrificio viril de nuestro ascenso. Significaría un daño ya no reparable para el espíritu y para la fuerza combativa de nuestro Movimiento si no se hiciera frente siempre y siempre de nuevo contra ello por parte de aquéllos que llevan la responsabilidad por Alemania y su futuro. La Revolución alemana nunca ha sido un asunto de ruidoso patetismo o de frugal cursilería pequeño-burguesa. Fue dura y heroica, consciente de sus metas y tenaz, estuvo animada por el ardiente aliento de aquel impulso que tornó grandes las Guerras Campesinas o la liberación del yugo napoleónico. Tenemos todos los motivos para estar agradecidos al destino por haberos permitido una vivencia como esta. Y no sólo eso, además nos otorgó la gracia de colaborar en ella y aún de conducirla, plasmándola al campo visual de las realizaciones.
De hecho es ésta la revolución más grande todos los siglos y se ha realizado por nosotros y con nosotros. En ella nada nos ha sido regalado. Por el contrario: todo lo que hoy poseemos y llamamos nuestro lo hemos conquistado luchando amargamente y hemos hecho por ello sacrificios de bienes y sangre en una medida que nos vinculará eternamente a los grandes valores históricos. También aquí, como en todos los procesos históricos, ya sean guerras o revoluciones, se ha confirmado la verdad de la palabra del poeta de que sólo obtiene la vida, el que está dispuesto a perderla.
Es sentido y objeto de este libro dar en forma de hojas de diario un bosquejo de los acontecimientos históricos que tuvieron lugar en Alemania en el curso del año 1932 y el comienzo del año 1933. El autor tiene clara conciencia de que no está en su poder, como tampoco en su voluntad, dar una historia objetivamente abstinente de esta época tan decisiva para Alemania. Estuvo y está en medio de los acontecimientos. Fue convocado a colaborar en ellos diligente y activamente. No estaba ni dentro de su temperamento ni de su decisión, el observarlos desde la quietud de un gabinete de estudio y darles un significado más allá del subjetivismo personal. Ha asistido a ellos desde el primer comienzo conscientemente, ayudado por sus débiles fuerzas a que se hicieran realidad. El que por lo tanto espera encontrar historia en el sentido común la buscará aquí inútilmente.
Lo que aquí está asentado fue escrito en la urgencia y ritmo de los días y a veces de las noches. Aún está agitado por las cálidas excitaciones que los acontecimientos mismos trajeron consigo y que arrebataban consigo a todo el que tomaba parte activa en ellos. Están coloreados e impresionados en la más fuerte medida por el instante. En las horas plenas de preocupaciones cuando fueron escritos, el autor pensó en todo menos en que en un tiempo tan corto ya darían una contribución para el conocimiento de la época que ha quedado detrás de nosotros y que en el mejor sentido de la palabra es apertura del siglo que se inicia y que contiene de él ya todos los temas, todos los motivos y todos los preludios históricos.
Que ello sea como quiera. Escribir el libro de nuestro tiempo desde la atalaya objetiva de la erudición histórica quedará reservado a uno posterior en el tiempo, que entonces poseerá más distancia y observará esta época desde un punto de vista más elevado y abarcará planos más extensos de los que hoy a nosotros nos es tan siquiera posible. A éste le corresponderá entonces dar a las cosas otra, acaso más ingeniosa interpretación de lo que puede o hasta quiere hacerlo aquí el autor. El describirá aquí sólo lo que ha visto y vivido, y ello de tal manera que con total buena fe puede decir: i Así fué!
La Revolución alemana exigió de conductor y tropa sacrificios de índole personal y material de los que el gran público hasta hoy no se hace la menor idea. El transcurso sin fricciones de las cosas induce al ajeno muchas veces a admitir que el poder, sin nuestro concurso, nos ha caído como fruto maduro en el regazo. Esta opinión es tanto más fatal cuanto que pasa descuidadamente al lado del camino del sacrificio que nuestro Movimiento, de acuerdo con la ley según la cual emprendió el camino, debió andar, e incluso en ocasiones conduce a la imputación de que en realidad no había merecido el poder. Terminar de una vez por todas con ello, es el verdadero objetivo de estas hojas. El que las lea con espíritu de justicia y sin prejuicios debe llegar a la conclusión de que si alguien poseía un derecho al poder, entonces esos éramos nosotros, que no le correspondía a ningún otro y que lo que se consumó sólo se desarrolló conforme a la ley inmutable de una evolución histórica superior.
Y algo más: los adversarios del Movimiento nacionalsocialista nunca se cansaron en la época de su oposición de introducir una cuña entre el Führer y sus primeros colaboradores. Desde su punto de vista era tal labor muy comprensible, porque no eran lo bastante tontos como para ignorar que en resquebrajar la comunidad en el mando nacionalsocialista, residía su única posibilidad de desviar el Movimiento de la meta y hacerlo estrellar finalmente en la derrota e infructuosidad. Sólo raras veces los hombres que rodeaban a Adolf Hitler se decidían a contestar este cañoneo de mentiras de sus adversarios. Sabían muy bien que con ello no podían hacer callar el alboroto de la prensa; por hondamente que a veces tuvieron que vadear en el fango, para todos ellos había algo sagrado e intocable, que sólo forzados bajo la más fuerte presión manifestaban al gran público, esto es, su amor, lealtad y veneración que firmemente y sin vacilar jamás, en medio de las peores crisis y conmociones, brindaban al Führer. Junto a todo lo demás, era precisamente en esto en lo que se sentían más unidos y solidarios con las tropas políticas que estaban confiadas a su mando. Compartían con ellos los sacrificios y compartían con ellos la ciega devoción hacia el hombre en cuya mano ellos mismos se habían entregado, y en la que querían poner algún día el destino de la Nación alemana. Nuestro camino al poder es un cantar de los cantares de la lealtad, un resplandor luminoso como pocas veces fue escrito en la historia. Y si alguno de la primera fila rallaba y no podía satisfacer las exigencias para las cuales aparentemente había sido llamado por la época, entonces este hecho sólo servía para consolidar aún más visiblemente y poner en evidencia la grandeza y naturalidad de la lealtad de los otros.
Valor, coraje y tenacidad, esas eran las virtudes que animaban al Movimiento nacionalsocialista desde el Führer hasta el último hombre en el camino hacia el poder. Con ellos también hemos conquistado el poder. A veces, en épocas de las mayores crisis y agobios fatales estuvimos expuestos a las más graves conmociones personales. Que a pesar de todo nunca se rompieran y que, por el contrario, cuanto mayores se hacían los peligros y las tentaciones, tanto más dura e intransigentemente se desarrollaron, constituye una señal de que el nacionalsocialismo llegó al triunfo no sólo a consecuencia de su mejor organización, sino también y, sobre todo, a consecuencia de su mejor conducción.
Por encima de todo ello estuvo la mano de Dios. Ella visiblemente condujo al Führer y a su movimiento. Sólo los faltos de fé dicen que la suerte nos ha perseguido. En realidad en el Führer y en el Partido se cumplieron las palabras de Moltke en el sentido de que a la larga sólo el capaz tiene suerte. Lo que durante más de 10 años fue preparado en la intimidad y creció orgánicamente, irrumpió el 30 de enero de 1933 —y en el periodo siguiente— como una fuerte marea sobre toda Alemania. No había nadie en el país y en el mundo que se hubiera podido sustraer al poderoso y resonante ritmo de los acontecimientos. Era como si todo un pueblo despertara de un sueño profundo, se desenbarazase con una sacudida de las cadenas que lo oprimían y se levantase como un Fénix de la ceniza de un sistema caído. Y del fervor y entusiasmo con que las masas de millones del pueblo se entregaban a Hitler y a su idea, parecía escucharse el grito que ya una vez en época de las Cruzadas hizo estremecer a Alemania: "iDíos lo quiere!".
Y así como él nos dió su bendición, así la denegó a los otros. Que por cierto lo invocaron en alta voz desde sus púlpitos y tribunas partidarias, pero su obra no era la obra de él, su fe no era tampoco la fé de él y la voluntad no su voluntad. No es casual que millones de seres humanos en Alemania tengan la santa convicción de que el nacionalsocialismo es más que una idea política, que en él se anuncia la palabra de Dios y la voluntad de Dios, que el baluarte que erigió contra el bolchevismo según los más altos designios de la Providencia, ha de ser conceptuado como la última esperanza de salvación del mundo cultural occidental ante la amenaza del mayor antagonista a Dios, venido de Asia.
Este libro es un monumento en recuerdo del Partido y de los SA combatientes. Dice más al mundo contemporáneo de lo que podrían decir piedra y mármol. En los meses que aquí encuentran su descripción, aún no se podía comprobar quien tenía intención honesta y quién podía pro seguir el camino tenazmente y sin turbarse una vez en marcha. Entonces éramos considerados aún ante el gran público como ¡lusos y soliviantado res del pueblo, a los que en el mejor de los casos se les concedía una mentalidad honesta. Entonces aún circulaban a través del país los slogans que decían que el nacionalsocialismo había perdido su oportunidad y que Hitler era una celebridad acabada. Cuán difícil nos resultaba sobrellevar esto interiormente quizás se pueda medir mejor teniendo presente que éramos, y continuamos siendo siempre los mismos, que nuestras ideas y planes en los días y horas de las más graves pruebas de resistencia anteriores fueron tan claras, limpias y acertadas como lo son hoy día ya en vías de su realización.
Ante el hecho de que Adolf Hitler es hoy incuestionablemente Führer de todo el pueblo alemán, se olvida demasiado fácilmente que no hace mucho los sabiondos condenaban su conducta y trataban de inmiscuirse en su tarea o incluso ponían en duda sus buenas intenciones. También para esto servirá a caso este libro, para corroborar una vez más ante el mundo con cuan claro instinto y casi sonámbulamente seguro, el Führer transitó su ca mino y condujo al Movimiento a través de todos los peligros y amenazas sin titubeos y tenazmente hasta el poder. Jamás se ha equivocado, siempre tuvo razón. Nunca se dejó deslumbrar o tentar por el favor o desfavor del momento. Cumplió como un servidor de Dios la ley que le fue impuesta y satisfizo así en el más elevado y mejor sentido su misión histórica.
Y por eso también le sea expresado aquí, al comienzo de este modesto libro, el agradecimiento y la profunda veneración de uno de sus camaradas de lucha. Creo con ello hacerme el portavoz de todos aquellos que representaron la causa de Hitler y se mantuvieron leales y sin reservas junto a la bandera elegida. No crea nadie que entre aquellos que están alrededor de Hitler haya habido jamás, o pueda haber en el futuro, riña o discordia. Lo que en la lucha se unió creciendo, lo que soldó la privación, el sacrifico y la persecución, no lo podrá separar el deseo, ciertamente comprensible, pero ingenuo y necio, de sus enemigos. Hemos conquistado juntos el poder y en él estaremos juntos, ¡Pero sobre todos nosotros estará como una estrella señera el Führer y su idea!
Nos sentimos llenos de creyente responsabilidad frente a la historia. Nos hemos tendido la mano una vez en medio de la penuria y la desdicha y ahora somos para siempre un fiel grupo de conjurados de la gran idea. Venga lo que venga, con Hitler y tras él, algún día seremos inscritos en el libro de nuestra historia como un luminoso ejemplo de la disciplina, la tenacidad y la lealtad alemanas y se hablará de la Vieja Guardia de Hitler que no vaciló jamás.
Lo peor es con los periódicos. Tenemos los mejores oradores del mundo pero en cambio nos faltan plumas diestras y hábiles.
A un representante del Lavoro Fascista le he expuesto el desarrollo y el programa de nuestro Partido. Todo ha pasado en tal forma a nuestra carne y sangre que no podemos ya pensar ni sentir de otra manera.
Con el Cuerpo de Aviadores Nacionalsocialista he tratado sobre el empleo de aviones en las próximas luchas electorales que si bien no están aún fijadas, sabemos sin embargo que pueden producirse repentinamente y de la noche a la mañana.
i Las vivencias que uno tiene que vivir! Un jefe SA me viene con la pregunta de si un suicida puede ser enterrado con nuestra bandera. Yo le digo que si a condición de que se haya desplomado bajo la angustia de la época. No todos pueden ser lo suficientemente fuertes como para soportar los martirios de nuestro tiempo. El dice que no, y lo dice con duro patetismo.
Märchenbrunnen: Asamblea General de Socios del distrito Este clausurada por la policía. El año empieza bien. Casi todos trabajadores manuales. Estos han sido arrebatados en lucha tenaz al Berlín rojo. El que tiene al obrero, tiene al pueblo y el que tiene al pueblo tiene al Reich.
En el Clou formó el Estandarte Fiedler. El más activo que poseemos en Berlín. Fiedler es uno de nuestros mejores jefes SA, viene todavía de la época y tradición de Horst Wessel. Un sencillo obrero que se ha ido encumbrando

EPÍLOGO DEL EDITOR

La lectura de este libro constituye una auténtica lección de historia, así como una apasionante lección de capacidad política. Aunque en sus páginas se recoge la época más fundamental de la lucha del NSDAP no hemos de olvidar que esa lucha se desarrollaba no sólo en Berlín sino en todo el Reich y que no se desarrolló únicamente en 1932 sino que consistió en una serie de largas campañas desde 1919 hasta ese año.
Hay que tener presente que el triunfo nacionalsocialista fue la consecuencia de una lucha fanática encarnada real y auténticamente por todo el pueblo. El sistema pinto comunista hizo cuanto estuvo en su mano para impedir el triunfo de Hitler. El Partido fue prohibido, sus dirigentes encarcelados, se les prohibió hablar en público, se clausuraron reiteradamente sus diarios y publicaciones, se les impusieron multas, les fue prohibido el uniforme y, visto que todo esto no era suficiente para frenar su progreso, fueron asesinados docenas de nacionalsocialistas sin que prácticamente en ningún caso se tomasen represalias, las provocaciones llegaron a los mayores extremos pero la disciplina fue pese a todo mantenida siempre. En las elecciones fueron presentados junto a los nacionalsocialistas diversos partidos pequeños o más o menos grandes que proclamaban en sus programas aproximadamente los mismos ideales a fin de lograr dividir el voto, como último recurso se formó un insólito frente común contra Hitler que logró que el partido católico y los socialistas apoyasen a Hindemburg, protestante y aristócrata, antes que permitir el triunfo de Hitler. Ello no impidió que Hitler lograse los votos protestantes y obreros. Con los pactos políticos —como ya menciona con detalle Goebbels— se les desacreditó y se logró lo que Goebbels menciona reiteradamente como gran fracaso, sin embargo hay que tener en cuenta que incluso en ese período de gran fracaso el nacionalsocialismo seguía siendo el partido más fuerte de la historia de Alemania. En las elecciones de noviembre de 1932 mantuvo 196 escaños, frente a 121 los socialistas, 100 los comunistas, 69 el centro y 51 los nacional alemanes. El 33,1 por ciento de los votos eran para Hitler. Ciertamente había significado un retroceso en relación con los 230 diputados logrados en las elecciones de julio de 1932 con un 37,4 por ciento de votos, pero seguía siendo el más fuerte.
Ante la imposibilidad de debilitar al nacionalsocialismo por ningún medio y ante el aumento que se preveía iba a conseguir en otras posibles elecciones se recurrió al único truco no empleado a fondo: el de la desunión. La maniobra Strasser fue la última carta jugada por el sistema antes de rendirse a la evidencia y por ello ante el fracaso de esta maniobra de emergencia, no quedó más remedio que dar el poder a Hitler.
Las elecciones del 5 de marzo de 1933 fueron realizadas con toda normalidad y aunque se esgrima que no son válidas pues los nacionalsocialistas estaban ya en el poder, eso es debido al mal perder de los demócratas que siempre que las votaciones no les favorecen dicen que se trata de falsificaciones. Si Hitler utilizó su situación como Canciller para disponer así de la fuerza del Estado en su beneficio, no hizo en ningún caso más de lo que sus adversarios habían hecho con él reiteradamente durante años. La leyenda que explica el incendio del Reichstag como una maniobra nacionalsocialista carece de todo fundamento pues indudablemente Hitler no precisaba de esos recursos para lograr sus objetivos, al margen de que el terrorismo comunista en todo el mundo viene a demostrar que por más que la prensa mencione siempre que esos atentados o asesinatos benefician a la "derecha", siempre son comunistas convencidos sus realizadores. Pero Hitler no precisaba quemar el Reichstag, tenía al pueblo tras de sí pues había logrado reunir un equipo excepcional de colaboradores pudiéndose casi afirmar que la propaganda política fue realmente un invento nacionalsocialista. Ellos dominaban como nadie las técnicas de propaganda y de masas, lo cual ha sido suficientemente reconocido por los adversarios como para no insistir en ello.
Pero al margen de esto hemos de recordar que las circunstancias de su época eran fundamentalmente distintas de las de hoy. No existía televisión y la radio era un privilegio burgués. La prensa y los libros estaban también sólo al alcance de una minoría y desde luego muy lejos de las posibilidades económicas de los seis millones de parados. Hitler podía así convocar a las masas con octavillas o carteles, de la misma manera en que se veía obligado a hacerlo el partido más rico y poderoso. El poseer la radio, la prensa o el cine no representaba un gran apoyo. Era importante, pero no decisivo. Por ello en cuanto Goebbels tuvo la posibilidad de llegar al poder, cambió el sentido de la radio y distribuyendo altavoces por las calles la llevó al pueblo.
Las elecciones del 5 de marzo de 1933 les dieron el 42 por ciento de los votos. En total 17.000.000 de votos que representaban una cantidad mayor que la población de la mayoría de los países limítrofes. Pudo alcanzar el 52 por ciento deseado por medio de alianzas y luego en el Reichstag logró el poder absoluta en la Ley de Plenos Poderes votada por todos los partidos excepto el socialista y los comunistas ya ausentes del Reichstag. A partir de ese momento el porcentaje fue en constante aumento hasta llegar a la casi totalidad del pueblo alemán. Aunque de nuevo se argumente que las votaciones eran manipuladas, las decisivas elecciones para la unión del Sarre al Reich dieron la prueba decisiva al respecto. Dichas votaciones fueron realizadas bajo estricto control internacional y pese a que Hitler no pudo participar personalmente en la campaña, la anexión a Alemania obtuvo el 90 por ciento de los votos.
Mal que pese a los defensores a ultranza de la democracia, el triunfo de Hitler fue absolutamente democrático y como el criterio nacionalsocialista con respecto a las elecciones era fundamentalmente distinto que el democrático, optó por un medio más lógico a través de los plebiscitos. Al contrario de lo que ocurre hoy en día que los programas de los partidos son lo más generales posibles lo cual no les obliga al cumplimiento de los mismos pues son susceptibles de grandes modificaciones sin apartarse del contexto primitivo, el nacionalsocialismo creyó que era mucho más lógico consultar al pueblo sobre problemas concretos y no sobre programas abstractos. Las más grandes decisiones fueron sometidas al referendum y contaron siempre con el más amplio apoyo popular.
A lo largo del texto de Goebbels solo descubrimos un grave error táctico que parece imposible escapase a su sagacidad y a la del propio Hitler. El boicot decretado contra los judíos era realmente lo que el movimiento sionista mundial deseaba. El principio de acción-reacción que inspira el terrorismo mundial era ni más ni menos lo que convenía al sionismo. En la prensa de todo el mundo se hablaba de que en Alemania había un boicot contra los judíos, pero realmente este boicot no existía en el momento en que así era afirmado, pero justamente dicho boicot se organizó debido a la propaganda contraria a Alemania. Es decir que en la práctica se confirmó con tal boicot lo que la prensa mundial decía anteriormente y que era totalmente falso. Por suerte el buen juicio de Hitler y Goebbels hizo que el asunto no siguiese adelante, aunque con motivo del famoso asesinato de von Rath se volviese a caer en la trampa en la tristemente famosa "Noche de cristal". Dos errores —los dos únicos— que escaparon a la sagacidad del Dr. Goebbels. Viendo ahora retrospectivamente el partido que la prensa mundial ha sacado a esos dos hechos, no cabe duda que la decisión no fue acertada.
De lo que no hay duda es de que si el cambio operado en España de la dictadura a la democracia es legalmente aceptable, también lo ha de ser el inverso de la democracia al partido único de Hitler. Nada se hizo por la fuerza. Siempre se utilizaron los recursos jurídicos y nada fue impuesto sin más. Incluso en previsión de cometer los errores clásicos, Hitler se dirigió a sus Gauleiters el 6 de julio de 1933 diciéndoles que "no hay que destituir a un buen economista cuando sea un buen economista aunque no nacionalsocialista, sobre todo si el nacionalsocialista que va a ocupar su lugar no sabe nada de economía". Se quería evitar así un fácil triunfa lismo político que llevase al traste con la auténtica lucha contra el paro que había que acometer como objetivo principal. Esta política hizo posible efectuar el mínimo de cambios o efectuarlos de una manera progresiva de forma que no se resintiese especialmente la economía. En el ámbito del nuevo ministerio de propaganda el problema era distinto pues los mejores expertos eran del partido.
Fue tal el éxito de esta política que el primitivo gobierno formado el 30 de enero fue prácticamente mantenido sin relevar a nadie de su cargo excepto por voluntad propia o por cambiarlo de actividad o cargo. Ministros que ni siquiera eran del partido en 1933 permanecieron como ministros hasta el último gobierno nombrado por Hitler en 1945.
El éxito fundamental de Hitler consistió en disponer en todo momento de un equipo valiosísimo, que tan eficaces fueron en la lucha política, en el poder o en la guerra. Göring fue piloto en la primera guerra, uno de los primeros jefes de la SA, responsable de relaciones políticas en Berlín, Presidente del Reichtag, responsable del plan cuadrienal y de la política de divisas y Ministro del Aire. Lograr que las mismas personas respondiesen igualmente en esferas diferentes, fue uno de los logros del nacionalsocialismo. Otro de los éxitos fundamentales fue la fidelidad, cada cual cumplió con su deber en la lucha, en la victoria y en la derrota. Hess fue el ejemplo de fidelidad, Góring se convirtió el jefe y portavoz de los juzgados en Nüremberg y Goebbels siguió a Hitler en su muerte... el valor fundamental del equipo de Hitler fue que cada cual supo cumplir con su deber y representar su papel perfectamente, tanto en la victoria como a la hora de morir. El presente libro constituye un valioso documento que demuestra que un movimiento popular puede llegar a vencer, si se mantiene firme y unido, a los poderes más fuertes del sistema actual.


Dos movimientos nacionales - Horia Sima

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A pesar de haber desarrollado en ambientes independientes y sin posibilidad de influirse recíprocamente, entre los pensamietos de José Antonio y Codreanu existen coincidencias extraordinarias. Ambos, al igual que muchos de los fascismos de la época, están compenetrados tanto por la lucha en defensa de los valores patrióticos y la resolución de los problemas sociales, como por la primacía dada a los valores trascendentes.
En pocas personalidades la vida llega a ser tan fiel testigo de su pensamiento. José Antonio y Codreanu hacen de su sacrificio su mejor discurso y con él llegan a las masas. No sólo convencen por la solidez de su razonamiento, sino por la tensión de su vida. Su doctrina es afirmación directa, verdad de buena ley, oro nativo. Brotando de la plenitud de sus almas, su doctrina y su acción política están compenetradas en un inquebrantable bloque de verdades. No son de los que piensan de una manera y obran de otra.
Para José Antonio y Corneliu Codreanu los verdaderos gozos de su vida son los de la lucha, y su única satisfacción es ver al propio sacrificio servir a la nación.
De aquí resulta también su inmenso respeto para las dos categorías nacionales que a lo largo de toda su vida persiguen un ideal: los sacerdotes y los militares. Solamente en ellos la idea de servir, la aceptación previa del sacrificio, constituye una permanente razón de su vida. Solamente ellos tienen el privilegio de ejercitar una profesión que les mantiene en contacto con las realidades mayores de la Patria y con el mundo de las supremas verdades.
Aunque sus contemporáneos no llegaron a comprenderlos plenamente, sus enemigos se dieron plena cuenta de lo que representaban, por lo que ambos terminaron siendo asesinados. Sin embargo, su gloria de mártires de la fe cristiana y nacionalista perdurará por siglos en la conciencia de los pueblos.
Horia Sima es por su posición una de las personas más capacitadas para reseñar la vida y doctrina de estos dos hombres. Graduado en Filosofía y Filología románica, militó desde jóven en el Movimiento legionario rumano, al que llegó a liderar luego de la muerte de Codreanu. Cuando Rumania cae en las garras del comunismo forma un gobierno de resistencia en el exilio en Alemania. Terminada la Segunda Guerra Mundial huye a España, desde donde preside el movimiento legionario hasta su muerte en 1993.

EL AUTOR


La vida de Horia Sima aparece, desde su más temprana juventud, entregada a la Guardia de Hierro, que representó una lucha altiva y generosa por el honor y la grandeza de la patria rumana frente a la decadencia interior y las presiones exteriores. Nació en Bucarest el 3 de julio de 1906, donde estudió Filosofía y Filología románica, y siendo estudiante ingresa en las filas del Movimiento, que capitanea Codreanu. En 1935 es nombrado jefe de Región en el Movimiento y dos años después es elegido diputado en el Parlamento. Asesinado Corneliu Codreanu el 30 de noviembre de 1938, Horia Sima prosigue la lucha contra el Régimen. En el Gobierno Tatarescu –1940 – es ministro subsecretario de Estado. La Guardia de Hierro crece en influencia e importancia en el país. Pasa Horia Sima a ocupar otro ministerio en el Gobierno Gigurtu. Por fin en septiembre de 1940, estalla la revolución legionaria. El rey Carol abdica, haciéndose cargo del Poder el general Antonescu; Horia Sima es nombrado Vicepresidente del Consejo de Ministros. Cuando en el año 1941 el general Ion Ionescu realiza el golpe de Estado y, con el apoyo de las tropas alemanas, expulsa del Poder a los ministros legionarios -«esas cabezas locas», que dijo Hitler- los jefes de la legión, refugiados en Alemania, son internados por el Gobierno alemán, de acuerdo con Antonescu, en los campos de concentración de Buchenwald, Dachau y Sacsenhausen. Entre ellos figura Horia Sima. Primero con domicilio forzoso, después internado en Buchenwald y Sacsenhausen. Cuando en 1944 capitula Rumania, Horia Sima es puesto en libertad y llevado al Gran Cuartel Alemán para formar un gobierno rumano de resistencia. Vencida Alemania, sobrevenida la ola roja sobre Rumania, Horia Sima – 1944-1945- en Viena constituye y preside un Gobierno rumano en exilio. Sin posibilidad de actuación directa sobre su país, Horia Sima viene en exilio hasta hoy, preocupado por todos los problemas que afectan a su pueblo, sometido al dominio de Moscú. En estos años ha publicado diversos trabajos para dar a conocer al mundo el significado de la revolución legionaria y su visión de la Europa de hoy, entre los que figuran los siguientes: «La Destinée du Nationalisme» (París, 1951), «Europe at the Crossroad» (Muenchen, 1955) y «La crisis del mundo libre», aparecido en Madrid en 1958.

INTRODUCCIÓN

Desde el primer contacto con las obras de José Antonio y Corneliu Codreanu tendremos la sorpresa de descubrir coincidencias extraordinarias en su pensamiento. Frente a los problemas fundamentales de la Historia, José Antonio y Corneliu Codreanu adoptan parecida actitud.
Las diferencias entre sus ideas pierden importancia ante la frecuencia y calidad de los elementos comunes de su doctrina.
El hecho es tanto más significativo cuanto que José Antonio y Corneliu Codreanu se han desarrollado en ambientes completamente independientes. Hasta la presencia legionaria rumana en el frente nacional español, en el otoño de 1936, pocas noticias de lo que ocurría en España penetraban en los medios rumanos. Por otro lado, para los españoles, Rumania presentaba una imagen muy vaga, un país cuya fisonomía se diferenciaba apenas de los demás países del Este de Europa. Corneliu Codreanu y José Antonio ni se han conocido ni han tenido la ocasión de influirse recíprocamente.
Ambos han enfocado los problemas de sus naciones independientemente uno del otro, y, a pesar del aislamiento en que han vivido y se han manifestado públicamente, han llegado a conclusiones muy parecidas.
No pertenece al objeto de este estudio explicar el origen del parentesco en el pensamiento de los dos fundadores de movimiento. Hay, empero, un aspecto que tiene que ser aclarado. La doctrina de José Antonio y la de Corneliu Codreanu, antes de ser expresada por un acto intelectual, apareció en sus almas por intuición. No se trata de una construcción lógica. Su doctrina no es una creación de la sola razón, una nueva presentación de un material perteneciente al pensamiento ajeno. Con un sistema de proposiciones frías, no hubieran sido nunca capaces de concentrar en torno a sí a las nuevas generaciones. Empleando el lenguaje especifico de la razón, ambos desarrollan un conjunto de verdades que había germinado previamente en su ser intimo, como experiencia interior, como estado de espíritu. Nunca utilizan los métodos de los hombres de ciencia y de los filósofos. No hacen demostraciones, sino emplean la verdad como arma para atacar y arrebatar las posiciones ideológicas del adversario.
No dejan nunca el campo de la lucha. La verdad grita por ellos con una energía elemental, estalla como una fuerza de la Naturaleza. No sólo convencen por la solidez de su razonamiento, sino por la tensión de su vida. Su doctrina es afirmación directa, verdad de buena ley, oro nativo.
Brotando de la plenitud de sus almas, su doctrina y su acción política están compenetradas en un inquebrantable bloque de verdades. No son de los que piensan de una manera y obran de otra. Su personalidad no es desarticulada por contradicciones. Su vida se desarrolla con un tremendo rigor, siempre de acuerdo con sus principios, hasta el último sacrificio.
El heroísmo es una virtud muy difundida cuando se trata de hechos aislados, de estallidos ocasionales; pero es muy rara cuando se trata del «heroísmo duradero», del heroísmo continuo de toda una vida. Para José Antonio y Corneliu Codreanu los verdaderos gozos de su vida son los de la lucha, y su única satisfacción es ver al propio sacrificio servir a la nación.
De aquí resulta también su inmenso respeto para las dos categorías nacionales que a lo largo de toda su vida persiguen un ideal: los sacerdotes y los militares. Solamente en ellos la idea de servir, la aceptación previa del sacrificio, constituye una permanente razón de su vida. Solamente ellos tienen el privilegio de ejercitar una profesión que les mantiene en contacto con las realidades mayores de la Patria y con el mundo de las supremas verdades.
Corneliu Codreanu y José Antonio han sido demasiado grandes para su época. Sus contemporáneos no les han entendido por completo. Los que sí han entendido perfectamente lo que los dos representaban para el destino de sus naciones y de todo el mundo han sido las fuerzas del mal. Frente a ellas se habían alzado unos hombres para los cuales el plan diabólico de estas fuerzas no tenía ningún secreto.
Mientras provocaban las fuerzas del mal, José Antonio y Corneliu Codreanu no han tenido apoyo suficiente para su lucha en sus propias naciones, y tampoco en el mundo que se decía nacionalista. Los enemigos han llegado a aislarlos, a encerrarlos, y, en breve, bajo un pretexto cualquiera, a matarlos. De nada les ha servido ser inocentes. Los que les han condenado y matado no hacían más que ejecutar una sentencia previa de las fuerzas mundiales del mal.
Corneliu Codreanu había previsto su fin ya desde los primeros años de su lucha: «Mandarán capturarnos y matarnos. Escaparemos, nos ocultaremos, combatiremos; pero al final seremos muertos. Entonces aceptaremos la muerte. Correrá la sangre de todos nosotros. Este instante será el más grande discurso nuestro dirigido al pueblo rumano, y el Último.»
El «último discurso» de José Antonio y Corneliu Codreanu es la garantía del carácter duradero de su obra.
Las fuerzas del mal no han llegado a matarlos.
Su gloria de mártires de la fe cristiana y nacionalista perdurará por siglos en la conciencia de sus pueblos y de las otras naciones.
Madrid, junio de 1959.

Escritos sobre judaísmo - Julius Evola

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El carácter que el judaísmo tiene de catalizador y acelerador de los procesos de decadencia que han tenido lugar a lo largo de los últimos siglos, es una cuestión que Evola ha analizado profunda y extensamente a lo largo de un buen número de artículos; algunos de los cuales han sido recopilados en un volumen titulado “Escritos sobre judaísmo”.

La doctrina del despertar (el budismo y su finalidad práctica) - Julius Evola

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Este estudio sobre ascesis buddhista realizado por el eminente estudioso de la Tradición, Julius Evola, representa una originalidad sin igual en un tiempo en el cual también dicha cosmovisión ha sido vulgarizada y deformada aceptándose como dogmas sagrados pertenecientes a la misma las teorías reencarnacionistas, el humanitarismo, el pacifismo y la democracia espiritual. Aquí nuestro autor, con suma sagacidad, diferencia entre lo que podría ser el simple budismo y el buddhismo, el primero occidentalizado y decadente que representa una verdadera falsificación doctrinaria y el otro el buddhismo pâli originario que significó un intento de retorno a los principios que informaron la espiritualidad viril y aria de los tiempos primordiales de la humanidad, anteriores a la edad de hierro en que nos hallamos, en una revuelta altiva y heroica en contra de la decadencia personificada por el ritualismo brahmánico que regía en ese entonces en la India. Por último, en la medida en que el buddhismo, en su variantes pâli y más tarde Zen, ha enfatizado en la vía de la acción liberadora a través del despertar ascético, representa un camino adecuado para la espiritualidad del hombre occidental caracterizada también por la primacía otorgada a la acción aunque en los tiempos últimos se encuentre degradada hasta los límites más bajos y bestiales del materialismo y del consumismo hoy vigentes.

INTRODUCCIÓN

La Dottrina del Risveglio, Saggio sull' ascesi buddhista, tal el título original de la obra que presentamos a continuación, representa un libro de singular valor doctrinario en la producción bibliográfica de Julius Evola. Pero el mismo adquiere además importancia desde el punto de vista de su problemática existencial. En efecto, fue una lectura de un texto del Buddha1 la que lo salvara del suicidio cuando tenía apenas 21 años de edad y atravesaba como muchos la crisis sobrevenida luego del primer gran magnicidio europeo. Si fue el buddhismo aquella concepción del mun­do que lo proveyera de los elementos suficientes para encontrar una razón para la propia vida en un momento liminar de su existencia, Evola se considerará entonces deudor de tal doctrina y se sentirá en la obligación moral de divulgarla en su pureza y originalidad y preservarla de todas las falsificaciones modernas que, ya en ese entonces, comenzaban a aflorar, convirtiéndola en mero "budismo", es decir en una concepción pacifista, evolucionista, reencarnacionista, democrática, al alcance de cualquiera y difusora del optimismo universal, todo ello en concordancia así con las posturas mundialistas hoy vigentes. Es de este modo cómo, en plena guerra, más específicamente en el año 1943, tras su frustrado intento por que­rer promover entre las fuerzas del Eje un racismo espiritual2, editará por primera vez la obra que hoy presentamos. Sin embargo, a pesar de la importancia aquí asignada, es bueno destacar que, tai-como lo aclarará más adelante nuestro autor, no se trata de efectuar aquí una mera apologética del buddhismo, sino de resaltar de éste aquellos aspectos que lo hacen acorde con los principios propios de la tradición primordial, como una de sus manifestaciones más lúcidas acontecidas en este ciclo..
Desde tal perspectiva, La dottrina del Risveglio (traducida por nosotros como La doctrina del Despertar) formaría un mismo grupo con otros trabajos de Evoia ya editados en nuestra lengua, tales como El yoga tán-trico3, La tradición hermética 4 y El misterio del Grial5, junto con su estudio preliminar sobre el Tao-te-king y el taoísmo, aun inédito en nuestra lengua. En todas ellas se ha tratado entonces de formular, desde diferentes pers­pectivas doctrinarias e históricas, los mismos principios tradicionales ex­presados, sea en Oriente como en Occidente, los que actualmente, en razón de la hodierna decadencia, se encuentran caídos en el olvido.
Sin embargo hay en esta obra algo significativo que la distingue de las restantes. Por ciertas circunstancias que detallaremos a continuación la doctrina expuesta por el príncipe Siddharta, a pesar de haberse formulado en el Oriente, resulta ser para Evola la más apropiada y cercana a ser asumida por el hombre actual, hombre éste perteneciente a las fases últimas de la edad del hierro, el hombre del crepúsculo, el "último hombre" (Nietzsche).
Hagamos al respecto una pequeña disgresión. De acuerdo a la con­cepción tradicional de la historia en la que se inscribe nuestro autor el ciclo actual en el cual nosotros nos encontramos y que se caracteriza por un siempre más constante decaimiento de la humanidad en todos los niveles, sea espirituales, como psíquicos e incluso físicos, habría tenido su comienzo, según la tradición hindú, en el 3102 a. C, año de la muerte del dios-héroe Krshna. Al respecto el buddhismo, surgido varios siglos después en el VI a.G, se ubica en pleno kali-yuga (o edad del hierro), así como por lo demás toda la "historia" por nosotros estudiada. Sin embargo, el siglo VI a.C. presenta caracteres muy especiales que marcan lo que podría denominarse como el proceso de aceleración de los ritmos de la decadencia del género humano, sea en Oriente como en Occidente. En efecto en Occidente la caída acontece con el pasaje de la sofía la mera filosofía. Es justamente el siglo que inicia el proceso de subjetivismo y de racionalismo que, en lento avance, se consolidaría en forma definitiva con la Edad Moderna en donde, a través de tal primer momento caracterizado por el pasaje de la contemplación del ser al mero discurso sobre el ser, comienza así, a nivel intelectual, lo que sería luego la aceleración y estado final y definitivo de la gran decadencia que hoy vivimos.
Es justamente en este contexto que también surge el buddhismo en Oriente. Algunos, especialmente Rene Guénon entre ellos, han querido ver en el mismo una cierta caída de nivel, similar a lo que fuera la irrupción de la filosofía respecto de la sofía en Occidente, el pasaje del mito, en tanto aprehensión del saber revelado, al logos, en tanto mero discurso sobre tal saber. De allí que en sus principales obras no hesitará en definir al buddhismo como una especie de "protestantismo" oriental. Abonaba tal teoría en dos hechos que para él denotaban caracteres similares a lo que fuera la rebelión de Lutero: por un lado que hubiese sido una rebelión en contra del poder de la casta de los sacerdotes (brahmâna) y por el otro, que Buddha hubiese sido una figura perteneciente a la segunda casta, la de los guerreros (kshatriya), significando todo ello por lo tanto una caída de nivel y decadencia, por lo que para Guénon el buddhismo sería además asimilable de este modo a lo que fuera el absolutismo monárquico en in­subordinación en contra del poder de la Iglesia en Occidente.
No es ésta por supuesto la interpretación de Evola. Es cierto que el buddhismo fue una rebelión en contra de la casta brahmâna, así como que Buddha pertenecía también a la casta guerrera, pero lo que se soslaya para él en tal interpretación es justamente el hecho de que, cuando el buddhismo aparece en escena, ya con anterioridad, por encontrarnos en pleno kali-yuga, la sociedad en la cual vivía el príncipe Siddharta se hallaba en plena decadencia. La religión hindú, que era la fuente informativa de la mis­ma y que recababa su fundamento de los Veda, se encontraba en franco declive. La casta brahmâna, que era el eje de tal religión había perdido ya todo tipo de legitimidad espiritual La práctica antigua del rito sacrificial, que era una acción de potencia que actualizaba lo divino en lo humano y que en otra época se había ligado a figuras de sacerdotes considerados como dioses terrenales (bhû-deva), tenía cada vez más el aspecto de un ritualismo formalista y estereotipado, gestado por una casta de sacerdotes que lo eran sólo por derecho de nacimiento, pero ajenos totalmente a las antiguas virtudes y entregados tan sólo a ritos que tenían por finalidad simplemente la de recabar ventajas materiales. Incluso la doctrina esotérica de los Upanishad que indicaba la identidad entre el âtman y el brahman, había descendido de realización metafísica a mera doctrina filosófica, objeto de controvertidas interpretaciones escolásticas.
Como consecuencia de tal crisis de la religión tradicional, pudieron hacer pié en la India incluso doctrinas materialistas como la de la es­cuela Cârvâka, que negaba toda realidad metafísica e invitaba al goce de los placeres terrenales. Simultáneamente a ello se habían ido afirman­do también las prácticas devocionales y las formas inferiores de asce­tismo, ambas encaminadas hacia la consecución de un mejor "renaci­miento" de las almas sujetas al ciclo de la transmigración o "reencar­nación". Además, entre los que se entregaban al ascetismo, no faltaban los que tenían por único fin la adquisición de poderes mágicos que permitieran más éxito mundano. La perspectiva de la Gran liberación, meta esencial emprendida por el príncipe Siddharta, se había así totalmente perdido en la India del siglo VI a.C.
Ante esta actitud de abandono de la tradición por parte de quienes debían preservarla y practicarla es que la respuesta del Buddha es de una radicalidad inaudita y extrema. Nada de lo que existe y de lo que lo circunda brin­da para él punto de apoyo alguno para alcanzar lo que se encuentra más allá de este mundo, es decir la esfera metafísica. El Buddha, de la mis­ma manera que lo que sucede con el hombre actual, es pues aquel que carece de sostenes existenciales ante una sociedad aburguesada que ha perdido totalmente el vínculo con lo sagrado. Y entonces ante esta acefalía cir­cundante que oficia de obstáculo para alcanzar la trascendencia, sólo resta hallar en uno mismo, en lo más profundo de sí, el verdadero punto de apoyo para alcanzar la Gran Liberación. De allí que el Buddha represente un ejemplo apropiado para la humanidad del crepúsculo; pero, por tratar­se de una doctrina eminentemente aristocrática, únicamente para aquel que por sus solos esfuerzos, "sin la inapreciable ayuda que en otros tiempos, en un ambiente diferente, pudo usufructuar aquel que se hallaba desde el principio vinculado a una tradición viviente"6, ha debido abrirse el camino por sí mismo. Es éste quizás el aspecto esencial que diferencia el pun­to de vista entre los dos grandes maestros de la Tradición en nuestros tiempos. Mientras que en el fondo Guénon recela del Buddha por haber roto con la tradición a la que considera siempre existente, aun en la superficie; y su conducta es coherente con tal postura en el momento de adherirse al Islam, a la que también reputa como una tradición aun viviente; Evola piensa en cambio que tal ruptura con la casta brahamâna era necesaria como lo es también ahora y en una mayor medida con cualquier pretendida tradición pues, tal como había sucedido en la época del Buddha, nos en­contramos en una circunstancia en la cual ya no existen verdaderas tra­diciones vivientes. Por lo cual el ejemplo del Buddha, que por sí mismo elaboró su doctrina y buscó de este modo restaurar el lazo con la Tradición, es la que más corresponde para la era actual y es incluso recreada por nuestro autor cuando nos recuerda su experiencia personal en la que "casi como un perdido he debido tratar de reconectarme por mis propios medios con un ejército que se alejaba, muchas veces atravesando tierras poco confiables y peligrosas" 7.
Finalmente digamos que, para introducirnos del mejor modo al contenido de la obra que presentamos, elegimos, a manera de Introducción al sig­nificado de la misma, el capítulo que nuestro autor le dedicara en su trabajo autobiográfico, inédito en nuestra lengua, Il cammino del Cinabro (Milán 1972, pgs. 140-146) por considerarlo el que mejor esclarece respecto de los contenidos que en la misma se versan.
"En una cierta medida con La Doctrina del Despertar pagué una deuda que tenía respecto de la doctrina del Buddha Ya he hecho mención a la influencia decisiva que una de sus enseñanzas tuvo en mí en relación a la superación de la crisis interior que atravesé enseguida después de la primera guerra mundial8. A consecuencia de ello hice también un uso práctico y realizativo cotidiano de los textos buddhistas para alimentar una conciencia desapegada del principio "ser". De parte de quien había sido un príncipe de los Çakya había sido indicada una línea de disciplinas interiores que yo sentía tan congeniales con mi interioridad, de la misma manera como sentía ajena a mí la línea de la ascética religiosa de base sobre todo cristiana.
Mi libro se ha propuesto poner en luz la Verdadera naturaleza del buddhismo de los orígenes, doctrina que más tarde habría de decaer hasta lo inverosímil en la gran mayoría de sus manifestaciones sucesivas, cuando, en razón de su divulgación y difusión, el buddhismo se convirtió prác­ticamente en una religión, y tal es la concepción que en general se ha tenido del buddhismo en Occidente. En realidad, el núcleo esencial de la en­señanza había tenido en sus orígenes un carácter metafísico e iniciático. La interpretación del buddhismo como una mera moral que tiene como trasfondo la compasión, el humanitarismo, la fuga de la vida en tanto ésta es "dolor", es por lo demás extrínseca, profana y superficial. El buddhismo ha estado en vez determinado por una voluntad por lo incondicionado que se afirmara de la manera más radical, por la búsqueda de aquello que se encuentra por encima sea de la vida como de la muerte. No es tanto el "dolor" lo que se quiere superar cuanto la agitación y la contingencia de toda existencia condicionada, las cuales tienen como origen, raíz y fondo la brama, una sed que por su misma naturaleza no se podrá nunca apagaren la vida común, una intoxicación o "manía", una "ignoran­cia", el enceguecimiento que empuja hacia un desesperado, ebrio y ansioso identificarse del Yo con una u otra forma del mundo caduco en la corriente eterna del devenir, del samsâra. El nirvana no es sino la designación de la tarea negativa, que consiste en la extinción (de la sed y de la "igno­rancia" metafísicas). Su correlato positivo es la iluminación o desper­tar (la bodhi), de donde tenemos justamente el término Buddha, el que no es, como muchos creen, un nombre, sino un significado, que quiere decir "el Despertado". Es así que, como título de mi libro, elegí justa­mente La doctrina del Despertar.
Según el Buddha histórico una tal doctrina se había ido perdiendo en el transcurso de los tiempos. En la India, el ritualismo y la vacua y presumida especulación de la casta brahmâna anquilosada la había ocul­tado. El Buddha la volvió a afirmar y a anunciar y, a decir verdad, le dio también una formulación en la que no dejó de influir su naturaleza, no habiendo sido él un brahmâna, sino alguien perteneciente a la casta guerrera. El carácter "aristocrático" del buddhismo, la presencia en éste de la fuerza viril y guerrera (el rugido del León es una designación del anuncio del Buddha) apocada a un plano no material y no temporal, han sido los rasgos que yo he puesto de relieve en la exposición de tal doc­trina, en abierto contraste con las mencionadas interpretaciones caducas, quietistas y humanitarias de la misma.
Otro punto subrayado por mí es que el buddhismo -siempre en su núcleo esencial y auténtico considerado por mí- no puede denominarse una religión en el sentido predominante, teísta, de tal término: pero ello no porque, en tanto doctrina simplemente moral, el mismo no arribaría hasta el plano religioso, sino porque trasciende un tal plano, dejándolo detrás de sí. El buddhismo no es una religión, del mismo modo que toda doctrina iniciática no puede decirse "religión ". La voluntad por lo incondicionado conduce al asceta buddhista más allá del Ser y del dios del Ser, más allá de las beatitudes de los cielos y de los paraísos, consideradas por él, también ellas, como un vínculo, del mismo modo que todas las jerarquías de las divinidades tradicionales populares que para él tienen que ver con lo finito, con la contingencia del samsâra, lo cual debe ser trascendido. Es fre­cuente en los textos la fórmula: "El ha superado éste y el otro mundo, se ha desvinculado sea del vínculo humano como del divino". Por lo tanto el fin último, la Gran Liberación, es aquí idéntico a lo relativo a la más pura tradición metafísica: es el ápice hipersustancial anterior y supe­rior sea al ser como al no ser como a cualquier figura de dios personal o "creador".
Pero mi libro, aun procediendo a semejantes precisiones y aun siguiendo adecuadamente el marco doctrinario esencial del buddhismo (indicando por ejemplo el sentido de la teoría de las "causas concatenadas" que conducen hacia la existencia finita, de la del no-Yo, esclareciendo el equívoco del reencarnacionismo, etc.), se ha ocupado, sobre todo des­de el punto de vista práctico, de la "ascesis" del buddhismo, con una exposición sistemática basada directamente sobre los textos. Aquí mu­chas veces la referencia a elementos de otras enseñanzas esotéricas me ha permitido ver mejor y más a fondo de lo qué ha sido propio de los orientalistas e incluso de los modernos representantes del buddhismo.
He dicho en la introducción que había sido el deseo de exponer un "sistema completo y objetivo de ascesis, en formas claras y corrientes como inatenuadas, experimentadas y bien articuladas, conformes al espíritu de un hombre ario que tengan referencias respecto de las condiciones que se han establecido en los tiempos más recientes", lo que me condujo a hacerme elegir las disciplinas buddhistas como aquellas que, más que todas las demás presentan tales caracteres. En efecto, a nivel de principio, se trata aquí de técnicas corrientes, libres de toda mitología sea religiosa como moral (la moral vale en el buddhismo, como un simple medio: el mismo ignora el fetichismo de los valores morales, es decir la imperatividad intrínseca que tendrían ciertas normas), que presentan un carácter que puede muy bien definirse como científico para la consideración preci­sa de las diferentes fases de la realización y de su concatenación orgánica. El fin principal y eminente de esta ascesis es la destrucción de la sed, el descondicionamiento, el despertar, la Gran Liberación Pero he puesto de relieve cómo por lo menos una parte de las disciplinas expuestas sea también susceptible de una aplicación en la misma vida en el mundo, para la fortificación del íntimo ánimo, para realizar un desapego, para for­talecer en sí una esfera de invulnerablidad y firmeza. Esta ascesis "aris­tocrática "puede pues tener también un valor inmanente, y en la conclusión del libro yo he hecho mención al significado que la misma puede presentar para algunos hombres diferenciados, justamente en una época como la actual, a fin de operar como antídoto ante el clima psíquico de un mundo caracterizado por un activismo insensato, por el ensimismamiento de fuerzas "vitales", irracionales y caóticas. Tal como se recordará, este punto yo lo había indicado también al final de mi obra Lo Yoga della Potenza, en la segunda edición, al hablar de los presupuestos existenciales requeridos por la misma vía tántrica. En el fondo, el principio Qiva en el cual, para los Tantra, la Çakti debe hallara su señoreara unirse a él en forma in­disoluble, es el mismo principio extrasamsârico que la ascesis buddhista tiende a establecer y a reforzar.
Aparte de esto, la mención hecha a una ascesis "que hace referen­cia a las condiciones establecidas en los tiempos más recientes" remi­tía a la teoría general de la involución verificada en el curso de la his­toria también sobre el plano existencial: el hombre ya se encuentra le­jos del estado en el cual, al querer tender hacia una efectiva realización espiritual, él podía contar sobre los subsistentes y reales contactos con lo trascendente y también sobre sostenes exteriores tradicionales. El mismo Buddha se había presentado como un hombre que se había abierto la vía por sí mismo, con sus solas fuerzas, como "combatiente asceta", aun si luego él debía constituir el punto de partida de una cadena de maestros y de correspondientes influencias espirituales. El aspecto importante del buddhismo de los orígenes era por lo tanto la exigencia práctica, la primacía de la acción y la aversión por todo vano especular, por la divagación de la mente en problemas, hipótesis, fantasías y mitos, por ende la prima­cía, también, de la experiencia directa y realizadora. Por esto, el Buddha en el campo doctrinario siguió una línea análoga a la de la denomina­da "teología negativa": se opuso a teorizar y a hablar sobre lo que era el estado supremo a realizar: lo indicó sólo en términos negativos, en relación con todo lo que el mismo no es, es decir con todo lo que debe ser superado.
Después de la exposición de las técnicas tales como son extraídas del canon pâli, en mi libro he tratado brevemente sobre las formas sucesi­vas del buddhismo, también buscando aquí de poner de relieve el núcleo esencial separado de lo accesorio y de seguir en las mismas la continuidad de la línea central. Así pues en el Mahâyâna, una de las dos grandes es­cuelas buddhistas sucesivas, que recientemente ha despertado un interés en varios ambientes occidentales, he separado lo que se debió al retomo del demon de la dialéctica y de la especulación abstracta o mitotigizadora, al descarte causado por la reafirmación de exigencias de tipo religioso (fenómeno inevitable cuando un saber superior no queda encerrado y custodiado en un esoterismo: el Buddha histórico por lo demás había sido contrario a hacer conocer y difundir la verdad y la vías descubiertas por él), de lo que ha sido propio de un audaz desplazamiento del punto de referencia, es decir del intento de indicar la visión propia no a quien se encamina hacia la iluminación, luchando, sino a quien la haya plena­mente realizado. A tal respecto, venía en primera línea la doctrina mahâyânica del "vacío" y la complementaria y paradojal de la identidad de nirvana y samsâra, es decir de lo incondicionado y de lo condicio­nado, de la trascendencia y de la inmanencia, del supramundo y del mundo, de lo absoluto y de lo relativo. Es la verdad propia del ápice supremo.
Por último mi libro ha dado una breve referencia respecto de la rama del buddhismo esotérico denominado en China Ch'han y en Japón Zen. En tales corrientes es interesante la decidida restauración de la misma exigencia que había caracterizado a la reacción del Buddha en contra del brahamanismo degenerado. Por sobre la misma doctrina del Des­pertarse habían paulatinamente estratificado, en efecto, teorizaciones, formas exteriorizadas, rituales, religiosas y moralizantes. El Zen ha hecho saltar todo esto, muchas veces con una auténtica iconoclastia ha vuel­to a poner al desnudo el problema central, el de una absoluta ruptura del nivel de la conciencia común (la consecución del satori), recurriendo a tal fin muchas veces a técnicas violentas y paradojales. Para miera in­teresante además otro punto, como convalidación de lo que había men­cionado acerca de un uso libre de la ascesis buddhista, es decir que con el Zen el buddhismo pudo convertirse también en la "doctrina de los Samurai", es decir de la casta guerrera japonesa: sus disciplinas han podido ser usadas para crear una firmeza interior y un desapego váli­dos no sólo en el orden de la contemplación trascendente, sino también en el de la acción absoluta. En manera más general el Zen ha tenido también un papel notorio en la formación de las actitudes internas en diferentes dominios de la vida práctica japonesa. También esto valía para desmentir la imagen caduca y unilateral que se quiere tener del buddhismo en general.
En Italia he sido entre los primeros en tratar, en forma breve pero adecuada, acerca del Zen. En la segunda postguerra ha acontecido que tal teoría se convirtiera, por un cierto período, casi en una moda, en un contexto que atestigua el increíble provincialismo de cierta prensa italiana: el interés por el Zen surgió en Italia porque el mismo había sido "des­cubierto" por algunos grupos de las generaciones últimas "quemadas" norteamericanas, por los hippies y por los beatniks, los cuales han creído ver en las doctrinas irracionalistas e iconoclastas del Zen, asociadas a la idea de una brusca y gratuita iluminación, algo que fuese al encuentro de sus necesidades y pudiese hacer evitar un derrumbe interior definitivo.
La Doctrina del Despertar ha salido también en una traducción in­glesa (en 1951: el que tradujera el libro, un tal Muton, tuvo de parte del mismo el incentivo para abandonar Europa y retirarse en Oriente, es­perando hallar un centro en donde aun se cultivasen las disciplinas valorizadas por mi: lamentablemente no supe más nada de él) y en tra­ducción francesa (1952). La edición inglesa había tenido el patrocinio de la Pâli Society, notoria institución académica de estudios sobre el buddhismo de los orígenes, la cual había reconocido la validez de mi enfoque. A causa de este libro ha habido quien me ha considerado como un buddhista9 o como un especialista en el buddhismo. Ello es por supuesto inexacto. Una vez que cumplí con mi tarea de escribir esta obra, no me he detenido más en el tema. En realidad entre otras cosas el fin que me había propuesto era éste: luego de haber indicado con mi libro sobre los Tantra una vía que por muchos aspectos es la de la afirmación, de la asunción, del uso y de la transformación de fuerzas inmanentes convertidas en libres hasta el despertar de la Çakti en tanto potencia-raíz de toda energía vital y especialmente del sexo (la kundalini), con la obra sobre el buddhismo he querido indicar la vía opuesta, la vía "seca" e intelectual del puro desapego. Son pues dos vías equivalentes en cuanto al fin último, si son seguidas hasta el fondo. La una puede recomendarse más que la otra de acuerdo a las circunstancias de la propia naturaleza y de las propias dis­posiciones existenciales.
Por otro lado en mi libro sobre el hermetismo he indicado otra tra­dición, occidental, de técnicas de realización espiritual, y en el que escribiera sobre el Grial he puesto de relieve el contenido iniciático escondido detrás del simbolismo de cierta literatura épica y caballeresca medieval europea, mientras que en el estudio introductorio sobre el taoísmo y en los comen­tarios de mi segunda presentación del Tao-tê-King de Lao-tse he indicado los puntos esenciales del esoterismo y de tal tradición. Agregando las con­tribuciones contenidas en Introduzione alla Magia10 y lo que en uno de mis últimos libros, Metafísica del Sesso 11, está expuesto acerca de la "vía del sexo", aparece que a quienes se interesan en tales materias he provisto un vasto repertorio, recogiendo y organizando un material muchas ve­ces de no fácil acceso, interpretado desde el solo punto de vista adecuado, es decir, desde el punto de vista 'tradicional'." Marcos Ghio NOTAS 1_ Tal tema fue tratado con cierta amplitud en nuestro estudio preliminar a la obra de J. EVOLA, Más allá del fascismo (Ed. Heracles, 1995, págs. 12 y 13) al que remitimos. "Nuestro autor a los 21 años confiesa que también estuvo a punto de consumar el suicidio y relata cómo fue un descubrimiento decisivo, una repentina iluminación, lo que lo llevó a modificar la anterior perspectiva. Fue la lectura de un texto de Buddha acerca de tal tema: "Quien toma la extinción como extinción, dice el mismo, y tomándola como tal piensa en la extinción, en realidad piensa que "Mía es la extinción""... Así fue -comenta EVOLA- como sentí que aquel impulso hacia la salida, hacia la disolución era en verdad (también él) un vínculo, una "ignorancia" opuesta a la verdadera libertad".
2_ Tal temática fue tratada en la obra de J. EVOLA, La raza del espíritu (Ed. Heracles, 1996).
3_   J. EVOLA, Lo Yoga della potenza, Milán 1949, reed. en 1968 y 1972. Trad. española: El yoga tántrico, Madrid 1991.
4_   J. EVOLA, La tradizione ermetica, Barí, 1931; reed. en Roma, 1971 y 1984. Trad. española: La tradición hermética, Barcelona, 1975.
5_   J. EVOLA, Ümistero del Graal e la tradizione ghibellina dell 'Impero, Barí, 1937, reed. en Milán, 1962 y en Roma, 1972. "Dad. española: El misterio del Grial, Barcelona 1975 y reed. en 1982.
6_ J. Evola, II cammino del Cinabro, Milán, 1963, pág. 12.
7_ Ibid.
8_ Se refiere aquí a lo que vertimos en la nota 1.
9_ Tal equívoca interpretación ha sido por mucho tiempo la recurrente en el mundo de habla hispánica, en especial a través de las falsedades vertidas por el estudioso tradicionalista católico, pretendido gran conocedor de EVOLA, don ELÍAS DE TEJADA.
10_ La obra Introduzione alla Magia, tomos I, II y III, Roma 1980, comprende la casi totalidad de los artículos editados por el grupo de Ur, al que pertenecía EVOLA, en la segunda década de este siglo. En la actualidad Ediciones Heracles acaba de editar varios de estos artículos en tres tomos de la obra La magia como ciencia del espíritu (1996).
11_ EVOLA, Metafísica del sesso, Roma, 1958 y sucesivas reediciones. Trad. española: Metafísica del sexo, Madrid, 1978.