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A la llegada del nacionalsocialismo había en Alemania, en la
peor crisis de su historia, aproximadamente 6 millones y medio de desocupados.
Sin embargo, tras la aplicación de una política de trabajo revolucionaria, en
menos de 3 años no sólo se terminó el desempleo entre los alemanes sino que
obreros de otros países ingresaban alegres al "infierno nazi" a
trabajar.
La enorme cantidad de empresas productivas necesarias para
lograr esta revolución no alcanzan a explicar este fenómeno pues la fuerza del
cambio yace en la solidez de la cosmovisión que dió forma a la política social
como un todo. Tampoco encuentra su explicación en la producción bélica, como se
intenta justificar en la actualidad, desde el momento en que países como
Francia e Inglaterra llevaron a cabo un rearme mucho mayor al de Alemania sin
lograr erradicar el desempleo sino más bien aumentándolo. Sólo comparar las
tasas de desempleo de los países con mayor producción bélica del mundo bastaría
para desechar esta hipótesis, pero ni siquiera puede argumentarse que la
producción bélica alemana haya sido excepcional.
El cambio decisivo estuvo en su cosmovisión. Para
transformarlo de esclavista en liberador, el nuevo lema fue que el trabajo no
puede ser jamás una carga o un oprobio, por el contrario, la producción
honrada, ejecutada con lealtad, anteponiendo el bien de la comunidad antes que
los egoísmos, le dan al trabajo su nobleza y lo transforma en la fuerza de la
Nación. Siendo el trabajo la mayor riqueza que tiene un país y la posibilidade
de realización de la persona, no puede quedar nunca sujeto al juego de los
especuladores y usureros ni limitado por consideraciones materialistas. El
dinero no vale nada si no representa un trabajo, pues todos los bienes de la
Nación, ya sean el abastecimiento material básico de su población como su nivel
cultural, dependen de él. La economía es apenas una herramienta al servicio del
pueblo, por lo que el hombre no puede estar determinado por ella, mucho menos
ser una preocupación constante que lo distraiga del sentido de su vida.
Por lo tanto, para que la producción y el bien común estén
asegurados, la titánica organización del "Frente Alemán del Trabajo"
se encargó de cuidar en primer lugar al hombre y su felicidad en el trabajo,
dándole por primera vez en la historia toda una serie de derechos inéditos
hasta entonces, promoviendo la orientación vocacional, el correcto descanso y
cuidado de la salud y brindando gratuitamente opciones recreativas con
actividades artísticas, culturales, deportivas y estéticas incluso durante el
trabajo.
La calificación del hombre no debía estar determinada por
consideraciones materiales sino por su honor y lealtad ante la comunidad, base
de su dignidad. Intentando dar un sentido al trabajo, estando en contacto con
el producto de su labor y el destino de la comunidad, se intentaba evitar los
trabajos mecánicos carentes de sentido existencial.
También las leyes nacionalsocialistas que lo regularon, como
las que aquí adjuntamos, revolucionaron los fundamentos del contrato de
trabajo. Por primera vez una ley moderna puso su énfasis en principios
espirituales como el Honor y la Lealtad antes que en los detalles materiales,
imponiendo "Tribunales de honor" como sus guardianes y promoviendo el
desarrollo de la personalidad y el carácter como condición de liderazgo. El
Honor es el fundamento inviolable de la dignidad humana y este quedó asociado a
la Lealtad que el hombre tiene hacia su comunidad. Toda medida mercantilista y
de predominio financiero es por lo tanto despreciada.
Sobre la base de esta cosmovisión, y sólo gracias a ella, el
nacionalsocialismo formuló una elaborada doctrina del trabajo que se intenta
analizar en detalle en este libro y que evidentemente le dió unos resultados
extraordinarios.
PRÓLOGO
La Nobleza del Trabajo en el socialismo del Tercer Reich
El NSDAP, Partido Nacionalsocialista Alemán de los
Trabajadores, ya desde la elección de su nombre delimitó claramente cuáles eran
sus objetivos fundamentales. La equilibrada mezcla entre socialismo y
nacionalismo fue sin duda uno de sus puntos fuertes, pues ambas tendencias eran
remarcadas con gran énfasis y aplicadas con maestría, representando los anhelos
de quienes se encuadraban en éstas. No menos importante, a nivel práctico, fue
el énfasis puesto en el trabajo y los trabajadores. Éste, además de ser un eje
vital de la gran masa de la población, fue uno de los pilares de la cosmovisión
nacionalsocialista, cuya fortaleza y amplitud de miras determinó en gran medida
su éxito.
Lo que en el Tercer Reich se impuso como lema es que el
trabajo no es una carga o un oprobio, la producción honrada, ejecutada con
lealtad, le dan al trabajo su nobleza y éste, para la política
nacionalsocialista, vuelve a ser la base del tesoro y la fuerza de una Nación si
se encuentra encauzado en su cosmovisión.
Es que para el nacionalsocialismo el trabajo es la mayor
riqueza que tiene un país. Para él el dinero no vale nada si no representa un
trabajo, pues todos los bienes de la Nación, ya sean el abastecimiento material
básico de su población como su nivel cultural, dependen del trabajo y la
producción que este pueblo sea capaz de generar.(1)
La misma calificación del hombre, según Hitler, “debe estar
basada en el modo y en la manera en que se haga cargo de las tareas que la
comunidad le ha conferido.” Suhonor y prestigio pasan a depender exclusivamente
de si mismo pues, estando las condiciones dadas para producir de acuerdo a sus
capacidades, su talento se ve reflejado en su trabajo y su producción lo
dignifica como sustentador de su pueblo, cumpliendo sus deberes para con él.
A diferencia de la tendencia moderna liberal-capitalista,
idólatra del dinero, que mide al hombre por la cantidad de bienes materiales
que posee, sin importar la forma, procedencia y hasta el perjuicio que
conlleve; para el nacionalsocialismo la medida del hombre está dada por la
lealtad, honor, saber, voluntad, sentimientos y carácter. El sentido de deber
para con su pueblo, y lo honorable de su conducta, es lo que lo distingue y
fija su posición, no el dinero que posea.
Sí puede servir de medida el grado de su producción, pero la
forma y el modo de su trabajo son aún más importantes que el nivel del trabajo.
Aquí ingresa como variable otro de los pilares de la
cosmovisión nacionalsocialista: la raza y la herencia, portadoras de sus
capacidades y de los más altos valores éticos, culturales y espirituales de una
larga cadena de generaciones. Pues el potencial de trabajo es en definitiva un
bien heredado.
Dado que el talento y los dones que un hombre posee, en
virtud de su sangre, forman parte del caudal biogenético portado y desarrollado
por un pueblo de una determinada raza, su deber moral para con ella es seguir
sirviendo a su beneficio y devolver lo que la naturaleza le ha dado para
bienestar de la comunidad. Su pertenencia a ella lo capacita y lo guía por un
camino de autosuperación, mientras lo insta a dejar de lado sus pulsiones
egoístas mediante la lealtad a los suyos. En definitiva, no hay duda que el
enriquecimiento de este caudal redunda en su propio beneficio también,
brindándole posibilidades siempre más altas.
Diferente es la concepción del liberalismo moderno. Éste
entiende que el individuo es el único responsable y beneficiario de su talento,
nada le debe a nadie por lo que es, de modo que puede utilizar sus capacidades
en exclusivo provecho de sí mismo, sin importar que esté perjudicando a toda la
comunidad de la que es parte o incluso a él mismo. El colmo de esta concepción
es exaltar al estafador o mafioso, honrándolo con fama, y hasta respeto, con
tal de que sea una persona exitosa o gane mucho dinero. Nada importa el
perjuicio que ocasiona a la comunidad, incluidos sus ingenuos admiradores. De
más está decir que en el Tercer Reich, todo estafador o incluso todo individuo
que se enriquezca a coste del trabajo de los demás, sin producir nada o por
medio del engaño, era considerado lo más bajo y despreciable de la sociedad y
sin excepción enviado a la cárcel o a un campo de trabajo para que aprenda lo
que es ganarse el sustento y el respeto de su comunidad con el sudor de su
frente, sin recurrir a artimañas.
Las personas aquí deben primero reconocer lo que le ha sido
dado en herencia por su pueblo y luego honrarlo devolviéndole el beneficio a su
comunidad. Siendo de este modo, no debe tampoco atribuírsele un mérito
desmedido a los éxitos de un individuo en tanto que este porta las cualidades
de su raza, así como tampoco debe despreciarse desmedidamente la poca capacidad
en algún trabajo para el que no se está preparado biogenéticamente. Lo que es
innegociable sin embargo es la forma y el modo en que el trabajo es llevado a
cabo. La lealtad y la dedicación, el entusiasmo, la constancia, y la
responsabilidad con que se cumple la obligación de trabajar son los parámetros
para valorar y calibrar el respeto que un individuo merece.
Surge aquí un ordenamiento a todas luces más justo que los
criterios materialistas e individualistas que actualmente se usan para juzgar
el status de un hombre y ordenar la vida comunitaria. Cada uno recibe
exactamente lo que ha demostrado merecer por lealtad y honor, respetando sus
diferencias y desempeño.
Aunque a nuestros ojos resulte demasiado obvio como para
tener que aclarar la diversidad de las capacidades de los hombres; el
liberalismo sostiene, aun ante la ausencia de pruebas, que los hombres son
iguales, que las características raciales son meras quimeras, y que la
diversidad depende de la educación y el ambiente exclusivamente. No conforme
con esto, además se siente profundamente ofendido y agraviado ante el
planteamiento de las diferencias y los valores hereditarios que el nacionalsocialismo
intentó respetar y seleccionar. Al histérico grito de “discriminación”, corre a
llevar a juicio e intentar encerrar a los “locos” que quieran negar sus sueños.
Los pensadores se detienen ante la voz de mando de este tabú.(2). Olvidan sin
embargo que sobre la vara de la riqueza material que ellos utilizan, es sólo
ésta la que discrimina quién tiene el dinero para acceder a un beneficio y
quién no; con el agravante de que ni la ética ni la moral tienen voz ante este
soberano. Esta discriminación, que sí causa muertes y miseria en abundancia
(3), lamentablemente no tiene un parecido coro de ofendidos justicieros.
En todo caso, para un justo ordenamiento social, queda
expuesta la insoslayable necesidad de educar a la juventud, y al pueblo en
general, en el sentimiento de comunidad, en la búsqueda de lo esencial, ajeno a
las apariencias y al egoísmo. Es esta disposición anímica la base sobre la que
discurre la vida del pueblo.
El Tercer Reich estuvo sin duda a la altura de estas
exigencias, revolucionando los métodos de educación, que se centraron en el
cultivo del carácter y la personalidad, junto a los sentimientos de comunidad
en la historia y en la vida política; imponiendo logros sociales y beneficios
para los trabajadores inéditos hasta entonces(4); con el énfasis puesto en la
correcta formación profesional y la importancia dada a la orientación
vocacional como dos importantísimas ciencias del Estado(5); pero, sobre todo,
implantando la conciencia del gran lema del partido: “el bien común está antes
que el bien privado”. Sin esta conciencia social de comunidad, ni las más
elaboradas leyes ni las más detallistas disposiciones políticas hubieran podido
lograr el milagro económico y social que se produjo en Alemania.
El Orden social natural y justo, implantado durante el
Tercer Reich, no puede surgir por decreto ni por determinada disposición
política, sólo pudo ser instaurado por una justa disposición hacia la vida de
la comunidad, la Justicia y el trabajo. Como se dijo más de una vez en sus
libros de propaganda, “Alemania volvió a ser la tierra del Honor y la Lealtad”,
y sobre estos conceptos construyeron un nuevo Reich.
El Honor es fundamento inviolable de la dignidad humana y
este se asoció a la Lealtad que el hombre tiene hacia su comunidad, viéndose
manifestada en el trabajo que tiene en cuenta el bien común.
Las leyes nacionalsocialistas que regularon el trabajo
—siendo su máximo exponente la “Ley para el ordenamiento del Trabajo Nacional”
que se anexa al final de este libro— revolucionaron los fundamentos del
contrato de trabajo. Por primera vez una ley moderna puso su énfasis en
principios espirituales como el Honor y la Lealtad antes que en los detalles
materiales del trabajo. A su vez, esta relación estaba fiscalizada por la
también revolucionaria institución de los “Tribunales de Honor”, siendo el
Estado el garante del honor del trabajador. Tanto empleador como empleado ya no
se encuentran relacionados de acuerdo a conceptos meramente comerciales sino
que ambos se vuelven miembros de una comunidad de producción, con derechos y
deberes para con ella. La lucha de clases impuesta por el marxismo es
sustituida por la conciencia de comunidad y por una relación de lealtad, mutua
y ante la sociedad, fijando sus responsabilidades y participación tanto con en
el bien de la empresa como con el bien del pueblo.
Lejos de quitarle poder y responsabilidad, o de darle
demasiadas prerrogativas que le permitan ejercer un poder dictatorial —como
muchos le criticaron—, el jefe de empresa está obligado por la responsabilidad
ante su pueblo sobre todo. Los órganos reguladores del Estado sólo se reservan
el derecho de dar garantías y de intervenir únicamente cuando el consenso entre
las partes no pueda ser logrado. La iniciativa individual no puede ser coartada
por un sistema político que propugna la formación de personalidades creadoras y
responsables, pero sí limitada si sus impulsos van contra su propia comunidad.
El führerprinzip mismo demanda que los dirigentes en cada ámbito de la vida
tengan su propia iniciativa e impongan su personalidad, pero de modo
responsable para con el todo. Así mismo, los mejores trabajadores en cada área
van teniendo posibilidad de crear consejos representativos de los suyos de
acuerdo a su idoneidad.
Vemos en la base misma del pueblo trabajador una refutación
a la supuesta opresión antidemocrática del Tercer Reich. Aquí el acuerdo para
las relaciones laborales es responsabilidad de los empleados y empleadores
siempre y cuando se adecuen a la directiva de tener siempre como prioridad la búsqueda
del bien común y no el provecho mercantilista(6). Si ellos no llegan a un
acuerdo justo en alguna cuestión, muchas otras instancias van siendo
consultadas, pasando por el consejo asesor, el inspector laboral y las
instancias extraempresariales como las delegaciones comunales, provinciales y
ministeriales encargadas del Trabajo. No es difícil imaginar un camino más
democrático con la participación activa de todas las partes interesadas y sin
vivir bajo la dictadura del capital financiero y las leyes de mercado.
En cuestiones de fijación de salario el acuerdo fue posible
fácilmente, pues si bien dependía sobre todo del jefe de empresa y del consejo
asesor formado por los trabajadores destacados que hayan demostrado estar
imbuidos del espíritu comunitario, las directivas dadas por el Estado en esta
materia son muy claras. Una distribución justa de los bienes de la comunidad
sólo puede ser considerada teniendo en cuenta la medida de la participación que
cada uno haya tenido en la producción. El salario debe estar determinado por
la magnitud de la utilidad que el trabajo realizado tiene, directa o
indirectamente, para la comunidad (7). Frente a este valor material del trabajo
se ubica el valor ideal que ya no reside en la utilidad individual o comunitaria
sino en el modo y en la manera en que se ejecuta el trabajo. De la primera
forma de evaluar el trabajo, la material, surge el nivel del salario, de la
segunda, la ideal, el Honor y el prestigio del trabajador.(8)
Garantía de un justo orden es que la idoneidad de los
dirigentes está promovida por el principio de conducción (führerprinzip)
aplicado en todos los niveles de la sociedad. El dirigente, a semejanza del
Führer del Reich, Adolf Hitler, carga con toda la responsabilidad de las
decisiones siendo la cabeza visible y responsable de los aciertos y de los
errores ante quienes dependen de él. Pero la conducción sólo es admitida tras
haber sido probada su capacidad y siéndole permitido el ascenso sólo a los
mejores, sin miramientos de los “contactos”, relaciones o posición económica
—como es común a otros regímenes políticos—. Este principio es la expresión de
la búsqueda del Tercer Reich por una personalidad soberana que por propio
mérito se impone y decide sobre los caprichosos cambios de ánimo de la mayoría
que no alcanza a ver un principio superior por sobre la disgregación de las
inclinaciones pasionales.
Como se ve, el énfasis en el nacionalsocialismo está siempre
puesto en una determinada cosmovisión y es ésta la que luego regula e imprime
su fuerza a las distintas facetas políticas de su acción.(9)
Para el Nacionalsocialismo la comunidad organizada sobre la
base del Volk, que es el depositario y transmisor en la historia de los valores
espirituales de una determinada raza, es el centro de su política. Sus máximos
valores, en este caso estamos viendo el honor y la lealtad, son las guías de
toda su actividad. Toda forma de mercantilismo y predominio financiero es
despreciada y erradicada mediante la implantación de los valores del Volk. Por
eso es que en lo que respecta al trabajo su máximo logro fue implantar la
conciencia de su honorabilidad y la lealtad ante el volk. Como punto de
partida, no acepta en ninguna de sus formas ni la ideología ni la mentalidad
que conducen a que el trabajo humano sea considerado una mercancía con la que
se puede comerciar o negociar como un producto más bajo las leyes del mercado,
la oferta y la demanda.(10)
Eliminando radicalmente las causas y las consecuencias de
este materialismo económico y social, la revolución nacionalsocialista eliminó
también la supremacía del dinero que hoy podemos ver restaurada por los
vencedores de la guerra. Libre de estas ataduras, logró elevar al Hombre a una
más alta dimensión espiritual y material, por encima de las teorías
igualitarias, utilitarias, individualistas, mercantilistas y antinaturales.
Para el nacionalsocialismo la economía no puede jamás ser la
determinante de la vida de un pueblo ni este puede estar subordinado a sus
leyes. La primacía de lo económico, que sus opositores propugnan, es más bien
una total inversión de lo correcto y justo. En su escala de valores, primero se
encuentra el Hombre. Éste es sin embargo un determinado tipo etnobiológico de
hombre, determinado por una raza y miembro inescindible de un volk. Este tipo
racial no está determinado por medidas estéticas ni físicas —aunque no las
desprecia tampoco—, sino que es un tipo ideal resultante de las características
de una raza que potencialmente encarna los más altos valores éticos y
espirituales, aún cuando no todos sus miembros puedan alcanzarlos. En segundo
lugar interesa implantar una cosmovisión propia y característica de este tipo
de hombre. En tercer lugar se tiene en cuenta la política general que responda
y represente a esta cosmovisión. Finalmente, se ocupa de las políticas
parciales, como la económica, la social, etc, que sirvan a los anteriores
elementos de esta escala de valores.
Resulta luego lógico que, sin tener como objetivo la
ganancia económica y poniendo en primer lugar la realización de un tipo determinado
de hombre, los cuidados y beneficios que se le prodigaron a los trabajadores
hayan sido no sólo revolucionarios sino en gran parte únicos en la historia de
los gobiernos políticos.
La política social del Tercer Reich no se circunscribió al
cuidado de la persona dentro del ámbito laboral sino que, sobre todo, se ocupo
por la integridad y el grado de realización que esta pudiera alcanzar en su
vida, tanto física, mental como espiritualmente. Cuidó para ello del tiempo
libre del trabajador(11), de un sano y cultivador esparcimiento, un
enriquecimiento espiritual y un adecuado equilibrio emocional. La obra
realizada por la organización “Fuerza por la alegría” dejó en evidencia las
múltiples actividades culturales, artísticas, sociales, turísticas, deportivas
y de esparcimiento que es posible realizar cuando se encara el tema con
seriedad.
La paz interior, la felicidad o entusiasmo, y el equilibrio
emocional son los bienes más preciados con los que un hombre puede contar como
garantía para poder llevar adelante su vida de forma correcta. Estos fueron
justamente a los que el nacionalsocialismo apuntó sostener y potenciar. Con una
vida interior en orden, y con un ordenamiento social reflejo de la Justicia, la
paz social se hace presente sin necesidad de infinidad de leyes, decretos,
incentivos artificiales o supervisiones policíacas. Luego, la calidad y la
cantidad de la producción de los trabajadores están prácticamente garantizadas
pero, más importante que ello, el nivel del país y la comunidad por completo se
ven elevados a nuevos niveles.
La enorme mayoría de los “logros sociales” que los
trabajadores han adquirido hoy en día están más o menos copiados de los
beneficios implementados por el nacionalsocialismo. Pero, dado que no tienen en
vista la integridad del hombre sino más bien los beneficios materiales
inmediatos, carecen de su profundidad.
Las vacaciones pagas, por primera vez implementadas en la
historia, fueron algo más que una dádiva o un premio sino que más bien estaban
orientadas a la recreación y perfeccionamiento físico, mental y espiritual de
las personas, con una gran cantidad de instalaciones y ofertas culturales
gratuitas tendientes a ello.
La seguridad laboral no quedó circunscripta a los accidentes
o a la reparación de los daños, sino que está enfocada a la prevención, a la
máxima eliminación de riesgos posibles y sobre todo al fortalecimiento y
capacitación del trabajador, haciendo especial uso de los deportes, incluso
dentro del ámbito laboral, para fortalecer física y mentalmente al trabajador.
La asistencia sanitaria y el cuidado médico no estaban
enfocados a la medicación para tapar la enfermedad sino al fortalecimiento de
la salud con medicinas naturales y preveían la inclusión, en orden fundamental,
de los aspectos emocionales y psíquicos dentro de la medicina. Así cómo hoy
vemos al liberal-capitalismo lucrar con la enfermedad y el dolor —algo
directamente impensado por el nacionalsocialismo— hasta el punto de instalar
monopólicamente una concepción médica que necesita del enfermo y no tiene
empacho en crear medicamentos para ello, en el Tercer Reich también pudimos
ver, como su antítesis, una revolución médica con las primeras campañas
nacionales para luchar contra el cáncer, el tabaquismo o el alcoholismo. La
promoción de la medicina natural, como correlato del negarse total y
absolutamente a concebir la salud como una mercancía sujeta a la ganancia
económica(12). Incluso la prohibición de la insana e insensata política de
experimentar con animales para generar más y más medicamentos sin conciencia ni
efectividad. Fiel reflejo, y justamente actuando de ejemplo como su papel de
Führer lo requiere, fue el comportamiento de Adolf Hitler, que no tomaba
alcohol, no fumaba ni comía animal alguno, e incluso difícilmente permitía que
en su ambiente cercano se lo haga.
Como intentamos demostrar, la felicidad e integridad del ser
humano es aquí lo más importante y por ello se intentó fundamentalmente
devolver la dignidad y el honor al trabajador, cuidando generar un sentimiento
de comunidad y respeto en el ámbito laboral. Llegando incluso a los de detalles
más nimios como el extremo cuidado estético, y lo más lleno de naturaleza
posible, del lugar de trabajo, que le daba al trabajador la satisfacción de
ser considerados seres humanos dignos y respetados hasta en sus necesidades
estéticas; o al cuidado de no llegar a una extrema división del trabajo que no
le permita al trabajador perder relación vital con los valores que está
produciendo. El Hombre, ciertamente, no es una máquina y está comprobado que
sufre serios daños mentales y psíquicos cuando, dentro de determinadas
condiciones de trabajo, le es quitada la satisfacción y la alegría en la
coparticipación o en la realización unitaria de una obra visible y
comprensible.
Todas las áreas que hacen a la felicidad y cuidado del
trabajador, como la salud pública, la vivienda, la política demográfica, la
política alimentaria, la cultura, la educación, aún sin tener una relación
directa, son incluidas como parte de la política laboral pues hacen a la realización
y equilibrio de lo más valioso que tiene el Estado: el Hombre.
La política nacionalsocialista no sólo funcionó a la
perfección sino que en sólo un par de años de gobierno logró sacar de la más
profunda crisis que viviera Alemania, tras 14 años de gobiernos
liberal-marxistas que sólo empeoraron la situación, y pasó a ser una enorme
potencia mundial que dejó en el olvido todas las patologías sociales. Contra
este modelo de gobierno se tuvieron que aliar las mayores potencias del mundo
en una guerra que duró más de 5 años —la primera mitad de los cuales Alemania
los derrotó con una contundencia y velocidad nunca antes vista, hasta que la
enorme superioridad numérica y la traición pudo más— para evitar que su ejemplo
cundiera y vieran en peligro su dominio mundial.
Fue por todo esto que el pueblo alemán luchó para defender
el Tercer Reich, hasta el último hombre y hasta la última bala en la mayoría de
los casos, aún soportando todo tipo de sufrimientos en los últimos años de la
guerra e incluso incorporando voluntarios de todo el mundo que corrieron desde
todos los rincones para luchar por el mismo ideal formando un enorme ejército
internacional, batiéndose aún sobre posiciones perdidas en los últimos
instantes de la guerra.
Sólo a fuego y sangre lograron frenar la Revolución
nacionalsocialista, pero quienes la defendieron con uñas y dientes hasta el
último suspiro, luego de que en sus comienzos la habían apoyado
democráticamente con una mayoría de votos pocas veces vista en la historia
—algo de lo que sus vencedores “demócratas” no se pueden jactar ni por asomo—,
dan testimonio de la imposibilidad de que haya sido un sistema opresor y
demoníaco, tanto como su teoría política da testimonio de la posibilidad real
de terminar con los problemas sociales. Sobre todo porque ninguna otra ha
tenido tantos cuidados para con el Hombre ni ha demostrado hasta ahora tan
contundente efectividad a nivel social.
Pablo Siegel
2 de Abril de 2011,
Buenos Aires
NOTAS
1.- A la luz de esta concepción podemos decir que muchos de
los males modernos relacionados al trabajo son vistos por el nacionalsocialismo
como una inversión antinatural: La desocupación —que hoy resulta un mal
inerradicable y hasta querido por algunos especuladores políticos que sólo
pueden lograr votos a través del subsidio y las dádivas a los vagos—, en un
régimen donde el trabajo es considerado la mayor riqueza, resulta pues el mayor
de los despilfarros. Por otra parte, subsidiar el desempleo, además de resultar
una pleitesía a uno de los peores enemigos del Estado, quita sentido a la
nobleza del trabajo y da como resultado una inmoralidad social más o menos
manifiesta. El nacionalsocialismo no puede admitir de ningún modo que se
subvencione a la pereza, a la ineficiencia o a la ineficacia, en ningún orden
y en ninguna actividad. Que el gobierno nacionalsocialista haya arrancado de
raíz el problema del desempleo en Alemania, incorporando al proceso productivo
a más de 6 millones de desocupados y revirtiendo en poco tiempo una de las
peores crisis de la historia del país, nos exime aquí de tener que discutir si
es posible o no erradicar las patologías sociales de este estilo.
2.- Merece ser llamada la atención sobre nuestros modernos
“iluministas” “hijos de la razón”, críticos despiadados de toda superstición y
oscurantismo, cuando estos elevan sus niveles de idolatría y fanatismo hacia su
dios dinero —acompañados por toda una hueste de tabúes sobre la igualdad y la
discriminación— muy por encima de los niveles mostrados por sus criticados
“supersticiosos”.
3.- Muerte y miseria palpables, aunque sea más fácil mirar
para otro lado y mantener las apariencias de progreso y felicidad;
estadísticamente comprobable y con abundancia de pruebas. No viene al caso poner
aquí todas las estadísticas sobre pobreza, los porcentajes de muerte por hambre
o imposibilidad de acceder a la satisfacción de la necesidades básicas pues
éstas están disponibles desde cualquier fundación humanitaria, sólo acotaremos
al pasar que, según la ONU, cada día mueren unos 17.000 niños por no tener una
alimentación adecuada y que la desnutrición mundial alcanza ya niveles cada vez
más cercanos a la mitad de la población mundial. Pero sí queremos llamar la
atención a los niveles de infelicidad y opresión de la sociedad moderna, aunque
estos no sean medibles más que por la inexacta referencia a explosiones
sociales de insatisfacción, suicidios y patologías mentales o físicas
atribuibles en última instancia a razones emocionales.
Contrasta aquí la diferencia con la gran cantidad de
crímenes y horrores que le han inventado al nacionalsocialismo, sin posibilidad
de defenderse, con supuestas pruebas que no reúnen los mínimos requisitos para
ser tales y de las que no se puede dudar bajo pena de ser censurado y
encarcelado. De absolutamente cualquier hecho histórico está permitido dudar,
excepto de los crímenes del nacionalsocialismo, pues una acción judicial puede
quitarte las ganas de pensar tanto. Existen sin embargo una mínima cantidad de
libros que han logrado saltar la censura y tras duros sufrimientos vividos por
sus editores y autores llegaron a ver la luz aun cuando se haga extremadamente
difícil conseguirlos. Entre ellos existen incluso judíos como J. B. Burg o
excomunistas como Paul Rassinier que han sido prisioneros de los campos de
concentración nazis y debieron sufrir agresiones físicas por revelar que el
cuento del holocausto es una gran mentira. El mayor especialista sobre cámaras
de gas, Fred Leuchter, niega también que hayan existido cámaras de gas en
ellos. No queremos extendernos aquí sobre la infinidad de pruebas pues lo
haremos en otros libros, pero sólo queremos dejar en evidencia que una enorme
cantidad de muertes que vivimos día a día, a razón de más de un “holocausto”
por año, pasan desapercibidas a la conciencia del mundo; mientras una cifra
inventada —sin pruebas reales— de muertes, sostenida a fuerza de censura y
persecuciones, basta para demonizar un sistema político del que está prohibido
hablar sólo para mantener alejada una alternativa al imperio dictatorial de las
finanzas y la sociedad de mercado.
4.- Pocos saben que la enorme mayoría de beneficios y
cuidados que el trabajador goza hoy en día fueron instaurados por el
nacionalsocialismo y que gran parte de las leyes laborales son copias
descaradas de las suyas, con el adicional de muchos otros detalles que hoy
resultan inconcebibles, como el cuidado estético, la obligatoriedad de
salubridad y contacto con la naturaleza de los lugares de trabajo, la promoción
de la cultura con conciertos de música clásica, obras teatrales y la exaltación
de todo lo folclórico; bibliotecas ambulantes para la correcta formación
intelectual; el énfasis puesto en el deporte como distensión, cuidado del
cuerpo, salud y formación del carácter; espléndidos complejos vacacionales
gratuitos y hasta enormes cruceros que llevaban a los trabajadores de paseo por
todo el mundo. Todo ello como parte del ámbito laboral y en beneficio exclusivo
de la comunidad.
5.- Los psicólogos que hoy pierden su tiempo en pervertir a
la sociedad con sus teorías freudianas, que representan una completa inversión
de todo lo grande y espiritual que hay en el ser humano, para basar todos sus
impulsos en perversiones y patologías; o en el estudio y tratamiento de
enfermedades mentales mayormente incurables, tendrían aquí el campo abierto
para el servicio a la comunidad, lo que tendría que ser a la vez su real
vocación.
6.- La acusación de totalitario, si bien tiene algo de
razón, ya que se impuso una cosmovisión que todo lo abarcaba, carece de
demasiada entidad como acusación desde el momento que todo régimen político
tiene un paradigma totalitario que impone sus reglas. En la actualidad, en el
liberal-capitalismo, se impone la dictadura del capital financiero y sus leyes
de mercado, que trata el trabajo o cualquier otro bien esencial de un pueblo
como un producto regido únicamente por las leyes de la compra y venta como
cualquier otro bien material e impone como vara de medida al dinero en todo
ámbito de la vida.
7.- El obrero alemán, durante el nacionalsocialismo, no sólo
ganaba el doble de lo que percibía en épocas anteriores, sino que además sus
gastos de impuestos (que se previa ir eliminar progresivamente), vivienda y
necesidades básicas le fueron garantizadas a precios mínimos. Este enorme
aumento de los salarios se dio además en un economía sin inflación y con
precios fijos en los productos elementales, lo que es el doble de meritorio, ya
que también hoy podríamos decir que los sueldos se duplican cada tanta cantidad
de tiempo pero sin mencionar que los precios aumentaron aún más, por lo que en
realidad el sueldo, a nivel adquisitivo, se ve reducido y no aumentado.
8.- Cabe destacar que para que la retribución dependa
plenamente del talento y la voluntad del trabajador, el Estado intentó
garantizar primero (a) —una correcta orientación vocacional, (b) —una formación
profesional lo más intensa y eficaz que sea posible y (c) —una posibilidad de
progreso individual libre de trabas y correspondiente únicamente a su carácter
y personalidad.
9.- Los elementos de la cosmovisión nacionalsocialista, y
sobre todo su relación con la economía, lo hemos analizado en el libro “La
economía en la cosmovisión nacionalsocialista” basado en el libro de Hermann y
Ritsch con una amplia introducción y variados anexos con la opinión de los más
destacados especialistas en materia económica y de Hitler mismo. Ediciones
Sieghels, 2010. Recomendamos dicho libro para complementar el presente, junto
con cualquier libro sobre el Frente Alemán del Trabajo y alguno de los
resúmenes de los elementos de la cosmovisión NS que ya hemos editado, como “Fe
y acción. Libro de virtudes nacionalsocialista” o “Breviario
Nacionalsocialista. Contribución a la educación ideológica”.
10.- Que el trabajo sea visto como una mercancía más y que,
por lo tanto, el sustento de los trabajadores sea determinado por la oferta y
la demanda, es el signo de una inversión de valores y de un alma mercantilista
que tiene como medida el más craso materialismo; pero que esto intente ser exaltado
como un “descubrimiento científico” del marxismo ya no sabemos si calificarlo
de chiste o de un signo de los tiempos.
11.- En la actualidad, se hace todo lo posible para
disminuir hasta el extremo el tiempo que el hombre tenga libre para su propia
realización como ser humano. Si no es que la urgencia por el sustento (con el
adicional de un aumento constante en el costo de todas las necesidades básicas)
le obliga a dedicar gran parte de su tiempo al trabajo y quedar exhausto para
el tiempo restante, se encuentra: o embobado con la televisión, con alguna
adicción, con pasatiempos improductivos o con el enceguecimiento que produce la
sobreabundancia de pasiones en una personalidad incapaz de controlarse e
imponerse un límite y una forma.
12.- Como bien dice el libro que presentamos, “En esto no se
trata ya de una cuestión socioeconómica sino, fundamental y casi
exclusivamente, se trata de una cuestión ética del mayor nivel. Solamente a
una mentalidad patológicamente mercaderil y materialista se le ha podido
ocurrir que la profesión médica y la producción de medicamentos podían
juzgarse con los mismos criterios que rigen para, pongamos por caso, los
mecánicos de automotores y los fabricantes de autopartes.” A todo el falso, perjudicial e insano sistema
de salud y medicina gobernados por el capitalismo y sus farmacéuticas, ya le
dedicaremos un libro entero que se encuentra en preparación.
ADVERTENCIA
La metodología poco usual que ha sido empleada para producir
el presente trabajo requiere algunas breves explicaciones.
Ante la abundante literatura editada sobre el tema que nos
ocupa en Europa durante la década del '30, se pueden adoptar dos posiciones: o
bien se la traduce lisa y llanamente, dejando la labor de síntesis y adaptación
librada al criterio del lector; o bien se recoge, no ya tanto una obra en
particular, sino una tradición intelectual y política.
La experiencia obtenida en nuestro medio con traducciones,
sin duda meritorias, de obras excelentes nos ha convencido de la conveniencia
de optar por la segunda de las posiciones señaladas. Hay varios motivos para
ello.
Por una parte, las obras en cuestión tienen ya más de medio
siglo; sus autores resultan inhallables aún en el supuesto caso de que vivan;
la problemática tratada no solamente se halla desactualizada en el tiempo
(aunque en algunos casos realmente sorprende la total vigencia de criterios y
problemas planteados hace ya 50 años) sino que, en muchos casos, se halla
circunscripta a los casos particulares de determinados países. Por otra parte,
si ha de dejarse librado al lector el trabajo de síntesis y adaptación, lo
mínimo que cabría hacer es poner a su alcance, no una, sino toda la serie
fundamental de obras que se refieren al tema. Como puede comprenderse, ello
requeriría un esfuerzo editorial para el cual se deberían disponer medios más
que abundantes y demás está decir que esta abundancia de medios no es
precisamente lo que caracteriza al trabajo editorial de nuestro tiempo.
La variante comúnmente empleada de producir trabajos que no
son sino mera copia de varios originales, plagiados sin citar la fuente, ha sido
desechada aquí. No creemos que esa sea la manera correcta de recoger una
tradición.
En este tipo de literatura, por más trabajo de adaptación y
actualización que se haga, es indispensable saber siempre y perfectamente cual
es el origen del material y quién el responsable por la síntesis. El presente
trabajo ha sido realizado sobre la base del estudio "Sozialpolitik im
Neuen Reich" (Política Social en el Nuevo Reich) de Fritz Meystre;
Editorial: Heerschild Verlag GMBH, München 2NW, 1934. La traducción, las
referencias a la actualidad, la ampliación de los criterios expuestos por el
autor original, la adaptación de los conceptos al actual cuadro internacional y
la actualización de la problemática tratada, así como la metodología de trabajo
empleada han sido nuestra responsabilidad.
DANIEL MARCOS
INTRODUCCIÓN
El gran tema del S. XIX y XX, que preocupó a todos los
Pueblos por igual y cuya solución parecía imposible hasta el surgimiento del
nacionalsocialismo, fue la "cuestión social", es decir: El tema
referido a un ordenamiento justo de la vida social de las comunidades humanas.
Hoy resulta evidente que los Movimientos del pasado ni
siquiera estaban en posición adecuada para crear un ordenamiento como el
señalado y solucionar así el problema que se les planteaba. Por eso fue que la
superación del problema le quedó reservada a los nacionalsocialismos que
llegaron al Poder en varios países y que, al concretar sus postulados
doctrinarios, solucionaron coherentemente el problema de la "cuestión social".
Sin embargo, luego de la II Guerra Mundial, ante la derrota
militar de estos nacionalsocialismos, hemos vuelto nuevamente a fojas cero.
Debemos tener presente que esta "cuestión", planteada en los actuales
términos de la sociedad contemporánea, lleva ya algo así como 200 años de
existencia. Arranca en los albores de la Revolución Industrial y el Capitalismo
incipiente -instaurado como secuela de la subversión de la Sociedad Tradicional
europea por parte del liberalismo - y se perpetúa hasta nuestros días. Al final
de este largo proceso, a pesar de la superabundancia de leyes, decretos y
edictos de "contenido social"; a pesar de las innumerables
organizaciones que se sienten autorizadas a intervenir en la materia; a pesar
de los casi incontables congresos, trabajos teórico-científicos y estudios
sociales, y a pesar de que los "socialistas" marxistas se han
adjudicado algo así como el monopolio teórico para el tratamiento de la
"cuestión social"; a pesar de todo ello, rige en todas partes tal
confusión e injusticia que -en realidad- no hace falta ningún argumento
demasiado elaborado para demostrar la impracticabilidad de los caminos hasta
ahora hollados por el sistema imperante. Al final de este largo período de
experimentos socialdemócratas y socialmarxistas, la economía internacional se
halla otra vez al borde del caos y, aún cuando el colapso pueda ser dominado
(lo que es bastante probable), es incuestionable e incuestionado que con ello
no mejorarán las perspectivas para el futuro en lo que a dignidad humana y justicia
social se refiere.
En la actual situación, lo realmente esencial no es el
resultado material del proceso liberalmarxista. Mucho más importante que el
poder adquisitivo descendente de los salarios, las condiciones de vida cada vez
más alienantes y el endeudamiento cada vez mayor de los Estados medianos y
pequeños frente a las superpotencias, mucho más importante que todo ello es la
progresiva destrucción de los valores esenciales, el crecimiento y la difusión
de una psicosis de odio, la desaparición del respeto por el trabajo honrado, la
despiadada y descarnada persecución de un lucro a toda costa, la desaparición
de toda traba moral ante la supremacía del principio de rentabilidad. Y todo
esto no sólo se nota en los grandes escándalos - nacionales e internacionales
-que de tiempo en tiempo sacuden al público de los medios masivos de difusión.
Estos escándalos y corruptelas son únicamente la parte visible de un iceberg
cuyo cuerpo principal se inserta, a veces casi inadvertidamente, en la conducta
"normal" de la vida cotidiana.
Muchas décadas de política social, a veces amargamente
salpicadas de sangrientas luchas sindicales, han producido - sin duda - algunos
resultados materiales que mitigan en cierto modo los excesos más manifiestos e
intolerables. Pero lo que no ha podido lograrse fuera de los regímenes
nacionalsocialistas es la condición básica para la construcción de un Orden
Social justo. Y esta condición básica es una conciencia social auténtica,
profundamente arraigada en las actitudes cotidianas del Pueblo.
El liberalismo y el marxismo determinan tanto el contenido
como los objetivos de la política social actual. Sus propuestas, sin embargo,
están agotadas. Aún cuando todavía consigan engañar a los incautos o a los
exageradamente optimistas con los despojos de una Cosmovisión obsoleta y
esencialmente incorrecta, ya no pueden, ni ocultar los manifiestos síntomas de
decadencia que se hacen visibles por doquier, ni mucho menos detener esta
decadencia que sólo se acelera cada vez más.
El enfoque mental de los Pueblos que fueron regidos por
Gobiernos nacionalsocialistas estuvo determinado por la Cosmovisión
Nacionalsocialista y los hechos demuestran que sólo esta Cosmovisión ofrece
bases sólidas para el Futuro. La Cosmovisión nacionalsocialista niega categóricamente
los falsos supuestos sobre los que se levanta la doctrina liberalmarxista y es
por esto que los fundamentos de la política social nacionalsocialista resultan
tan completamente diferentes de todo lo que estamos acostumbrados a ver en
nuestros días.
Es que, tanto el liberalismo como el marxismo viven de una
actitud mental esencialmente conectada con el pasado, mientras que el
nacionalsocialismo pone sus miras hacia el mundo que sobrevendrá. El
nacionalsocialismo no se preocupa tanto por el hipotético "noble
salvaje" de Rousseau como por el futuro Hombre de la Era Espacial. No le
interesan tanto las injusticias sociales nacidas de la industrialización
capitalista de Europa allá por el 1850 -fecha en la que Carlos Marx elaborara
su "El Capital"- como la justicia social necesaria y posible en las
grandes sociedades étnicas y geopolíticas altamente tecnificadas del S. XXI.
Por ello es que resulta imprescindible aproximarse al
nacionalsocialismo con una mente abierta y honesta. Las propuestas nacionalsocialistas
son, ciertamente, nuevas aunque existen testimonios históricos que - por otra
parte - no hacen sino confirmar su viabilidad. Pero lo nuevo del
nacionalsocialismo no es una "novedad por la novedad misma". El
nacionalsocialismo aparece como una propuesta genuinamente novedosa
precisamente porque su preocupación general no es la de remendar las rencillas
del pasado sino construir un mundo mejor para las generaciones futuras.
CONSIDERACIONES FINALES
Las tendencias de una época determinada establecen en gran
medida la estructura de las sociedades humanas. A su vez, estas tendencias
están determinadas por la capacidad del ser humano para expresar sus anhelos
más íntimos y por su capacidad para hacer frente al Destino que le toque
realizar.
Las tendencias de la época cuyos espasmos últimos todavía
vivimos no han nacido de exponentes auténticos de la Cultura Occidental. Las
Cosmovisiones y las ideologías que los pioneros del nacionalsocialismo hirieron
de muerte durante las primeras décadas del presente siglo; el mundo que
hicieron tambalear hombres como Gobineau, H.S.Chamberlain, Rosenberg, Hitler,
Mussolini, Yockey y tantos otros; toda esa época, en suma, descansaba sobre la
ideología internacionalista de una burguesía desarraigada. Ese mundo ciertamente
se tambaleó, pero sus pilares materialistas y plutocráticos consiguieron
apuntalarlo provisoriamente y así es como hemos llegado hasta nuestros días. El
espíritu de descomposición, de negación del ser humano real, ha sido el
requisito para la instauración del materialismo en todos los niveles. La
Sinarquía no es sino expresión de la misma actitud esencial —al margen ahora de
sus concomitancias de otro orden- y esta actitud se manifiesta en una idolatría
a lo material. Las cosas y las instituciones prevalecen por sobre todos los
demás factores; ya no es la producción lo que cuenta sino la posesión de
bienes; ya no es la Justicia Social lo que se busca sino la venganza de una
clase; ya no es la Norma moral la que rige sino la Ley escrita; ya no es la religiosidad
del ser humano lo que se cultiva sino el Dogma.
Casi dos siglos de política social impregnada en este
espíritu no han conseguido resolver los graves desórdenes que las Cosmovisiones
universalistas y materialistas han causado en el cuerpo social de los Pueblos.
No podría ser de otro modo puesto que los medios empleados para esta política
social se hallaban contaminados por el mismo espíritu de la época y,
consecuentemente, resultaban inapropiados para hallar soluciones de fondo.
El Derecho escrito, la Ley, la Norma establecida, siempre
será lo que de un modo visible determinará el marco exterior dentro del cual se
desarrolla la vida comunitaria. Pero esta época que hoy ya vemos en manifiesta
decadencia solamente ha conocido el aspecto formal de la justicia y por ello ha
tratado de dominar los problemas vitales mediante la aplicación juridicista de
un Derecho frecuentemente divorciado de la realidad.
Lo que la revolución nacionalsocialista europea hizo fue
eliminar radicalmente las causas y las consecuencias de este materialismo
económico y conceptual. Eliminó la supremacía del dinero y de lo meramente
formal para volver a elevar al Hombre real y concreto por sobre todas las
teorías utilitaristas, universalistas, antinaturales, igualitaristas y caprichosas.
El nacionalismo, como expresión de un chauvinismo xenófobo, fue ampliamente
superado y se convirtió en el legítimo orgullo de pertenecer a una unidad
histórica diferenciada en lo universal ubicada sobre sólidas bases
etnobiológicas. A partir de allí, no fueron ya los colores de los mapas
políticos lo que importó; no fueron ya más fronteras caprichosas o casuales,
trazadas mezquinamente en muchos casos, las que decidieron las grandes
cuestiones nacionales. Lo que terminó decidiendo toda cuestión de nacionalidad
fue el Hombre, el tipo de Hombre, la clase de ser humano y no la clase social o
una ciudadanía accidental.
Paralelamente, el socialismo —aquella gran corriente popular
y masiva que naciera mucho antes de Marx como respuesta espontánea a las
injusticias del materialismo capitalista- resultó ennoblecido por la ldea de la
Justicia Social. Hitler, Mussolini y todos los dirigentes nacionalsocialistas
expusieron los principios de esta Justicia Social ya durante la década del '20.
Todo lo que se ha hecho de allí en más no ha sido sino continuación de esta
iniciativa revolucionaria que buscaba suprimir la confrontación de las clases
para reemplazarla por una cooperación y coparticipación de todos los
estamentos, grupos y sectores de la comunidad.
No es ningún milagro, pues, que ante la visible decadencia
de una época que ya se muere, en varios puntos del planeta esté comenzando un
lento pero indetenible proceso de avance hacia concepciones
nacionalsocialistas. Todos los esfuerzos por estructurar una Tercera Posición
que rechace tanto al capitalismo demoliberal como al comunismo marxista apuntan
en este sentido porque es el único sentido al que pueden apuntar. Naturalmente,
todavía estamos a gran distancia de poder decir que los países de tercera
posición son países nacionalsocialistas, pero el Futuro está planteado en esos
términos. Porque, en la medida en que los países vayan haciéndose conscientes
de las características biopsíquicas del elemento humano que constituye su
población; en la medida en que las economías nacionales rechacen una
dependencia de los centros financieros capitalistas y plutocráticos; en la
medida en que los Pueblos se deshagan del monopolio soviético y marxista del
socialismo; en la medida en que las generaciones jóvenes, hastiadas y asqueadas
por la decadencia generalizada, vayan redescubriendo los fundamentos auténticos
y sólidos de su civilización y cultura; exactamente en esa medida el mundo
entero avanza hacia estructuras nacionalsocialistas. Y lo hace porque no hay
otra alternativa; no hay otra tercera posición viable y coherente; no hay otra
propuesta que haya demostrado su eficacia sociopolítica de una manera tan
contundente en la práctica y an los hechos a la par que en la teoría y en los
estudios.
La difamación de la que es objeto el nacionalsocialismo no
conseguirá cambiar en nada este proceso. Los estadistas del mundo entero saben
perfectamente que la Historia de los últimos 80 años es una fábula inventada
por los vencedores de la II Guerra Mundial para intentar una justificación de
sus actitudes. No hay un sólo estadista de cierta envergadura que no sepa, o
que no sospeche con fundadas razones, que los verdaderos responsables por la II
Guerra Mundial fueron las plutocracias y el marxismo, manipuladas desde una
misma Central de Poder. Todo estadista lo sabe porque, cada vez que intenta
defender los legítimos intereses de su Pueblo, choca contra exactamente las
mismas fuerzas que provocaron aquella II Guerra Mundial, Y si no choca contra
ellas es porque está al servicio de las mismas, de manera que no puede sino
enterarse de todos modos.
Los estadistas saben que la Historia obsecuentemente repetida
por los canales masivos de difusión manejados por un periodismo mendaz o
asalariado - según los casos— no es más que una cortina de humo detrás de la
que se esconden los verdaderos responsables de la bancarrota actual. Los que
todavía desconocen la verdad - aunque también están comenzando a sospecharla -
son los Pueblos. Las masas todavía prestan ojos y oídos a la fábula
hollywoodense de un Hitler enloquecido, con las manos manchadas de sangre de
millones de víctimas. Pero hasta en las masas comienza a crecer la duda. ¿Acaso
las supuestas víctimas del nazismo han demostrado ser mejores?. ¿Acaso las
masacres de Deir Yassin, Sabrá y Shatila no revelan que los enemigos biológicos
del nacionalsocialismo tienen por lo menos la misma capacidad para cometer barbaridades
que la que se le adjudica a los nacionalsocialistas para ajusticiarlos luego
por supuestos crímenes contra la humanidad?. ¿Acaso en la Alemania
nacionalsocialista o en la Italia fascista existía la pornografía, la
drogadicción, la criminalidad, la subversión, la desesperación mental y
emocional o la resignación apática que pululan hoy en los grandes países
capitalistas?. Las preguntas podrían multiplicarse por millares.
Decididamente, el futuro de Occidente no será fácil. Pero el
hecho es que nunca lo ha sido. Los Hombres que crearon y fundaron nuestra
civilización y nuestra cultura no lo hicieron desde un lecho de rosas. La lucha
contra la adversidad es la gran constante de nuestra Historia. Precisamente por
eso estamos orgullosos de nuestros antepasados y por eso valoramos tan alto
nuestra Tradición. Las generaciones que nos precedieron gastaron sus vidas y
vertieron su sangre persiguiendo el ideal de un mundo más justo, más bello y
más pleno de posibilidades. Nuestro Deber es no defraudar a nuestros
antepasados. Porque, de hacerlo, nos estaríamos defraudando a nosotros mismos y
llegaríamos inevitablemente a la triste situación de no poder soportar los
reproches de nuestros hijos.
Un mundo infinitamente mejor que el actual es perfectamente
posible a condición de que exista la sincera voluntad de construirlo. Y a
condición también, naturalmente, de que la tarea sea encarada por la gente que
en absoluto tiene la capacidad para realizarla. El desafío está lanzado.
Occidente aún no ha librado su Batalla Final.
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