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Giorgio Locchi desarrolla la tesis de que el Fascismo es un
supehumanismo y debe buscarse sus nutrientes tanto en la estética de Wagner
como en la filosofía de Nietzsche.
Para Locchi, el fascismo es el último y más conocido intento
para acabar con una moral milenaria que ha producido las distintas utopías que
vienen degradando la humanidad. Plantea a tal movimiento como la única
alternativa a lo que denomina “el sistema”, en tanto emerge como variable
distinta al “mercado” o a la “clase” para expresar la voluntad colectiva que
interpreta y expresa en una cosmovisión fundante.
Según Locchi: “El llamado fenómeno fascista” no es otra cosa
que la primera manifestación política de un vasto acontecer espiritual y
cultural al que llamaremos “superhumanismo”, cuyas raíces están en la segunda
mitad del siglo XIX”.
Lo que justamente la historiografía contemporánea ha
olvidado, cuando no tergiversado, es el abrochamiento del movimiento fascista,
su doctrina, sus principios, su mística y su estética, con los grandes
movimientos culturales y filosóficos del siglo pasado.
Así es como se propone la tarea de derrumbar dos mil años de
moral basados en ese dogmatismo y abrir el camino para la moral del hombre
nuevo.
Encontró en las leyes de la naturaleza la pura voluntad
Schopenaueriana e imaginó un hombre nuevo a imagen y semejanza de esa libertad
cósmica.
Encontró también en toda la articulación mitológica que
encierra la música wagneriana el contacto con la tragedia griega. Este drama
musical en su conjunto, era la vía regia para una total revalorización estética
y ética en armonía con la metafísica y la voluntad Schopenaueriana.
Probablemente allí habrá que buscar el fundamento ontológico
del Fascismo con su nuevo mensaje y sus nuevos mitos. El guerrero enfrentado al
usurero, el trabajador al especulador, el vivir peligrosamente la existencia
basada en las leyes de la naturaleza y no desde el racionalismo, la idea
orgánica de la representación funcional en contraposición a la numérica y
abstracta, la Nación como unidad de destino en lo universal, el Estado ético
frente al Estado neutro, la solidaridad como valor fundante frente al egoísmo,
la comunidad organizada frente al mercado juguete de los dstintos monopolios.
Todo ello terminaría generando un arquetipo, un héroe frente
al hombre exitoso de la modernidad.
PRÓLOGO
En este conciso trabajo hermenéutico. Giorgio Locchi arroja
luz sobre uno de los fenómenos políticos más característicos de la historia
contemporánea: el Fascismo.
Alejado de prejuicios dogmáticos y de esquematismos
doctrinarios, ubica a dicho movimiento en relación directa con la historia de
las ideas políticas y su papel en la lucha contra el sistema imperante.
Trascendiendo incluso la mirada de algunos llamados
fascistas fragmentarios a veces, cómplices otras , intenta el autor proveer los
elementos teóricos, metodológicos y prácticos para una comprensión en
profundidad de este fenómeno universal.
Ubica el germen de la idea fascista en el siglo pasado,
gestado por los flujos y reflujos de la historia de Europa en general y del
pueblo alemán en particular. Según Locchi: “El llamado fenómeno fascista” no es
otra cosa que la prime8
ra manifestación política de un vasto acontecer espiritual y
cultural al que llamaremos “superhumanismo”, cuyas raíces están en la segunda
mitad del siglo XIV”.
Para Giorgorio Locchi, lo que justamente la historiografía
contemporánea ha olvidado, cuando no tergiversado, es el abrochamiento del
movimiento fascista, su doctrina, sus principios, su mística y su estética, con
los grandes movimientos culturales y filosóficos del siglo pasado.
El fascismo en tanto filosofía negativa, y aquí concuerda
con Adriano Romualdi, se articula raigalmente con el pensamiento de Friedrich
Nietzsche y su conocida metafísica de la voluntad. En la relación de Nietzsche
contra la debilidad de la moral judeocristiana y el despotismo de la razón y
del cientificismo en dónde hay que buscar el origen y fundamento de la idea
fascista, y hacia allí dirige Giorgio Locchi su mirada.
En el siglo pasado, Nietzsche buscó trascender la falsa
seguridad asentada en los valores de la moral indicada, así como en la
filosofía de Platón y Sócrates, en dónde veía el verdadero germen de la
decadencia del hombre occidental.
Así es como se propone la tarea de derrumbar dos mil años de
moral basados en ese dogmatismo y abrir el camino para la moral del hombre
nuevo.
Encontró en las leyes de la naturaleza la pura voluntad
Schopenaueriana e imaginó un hombre nuevo a imagen y semejanza de esa libertad
cósmica. La resignación moral representaba la muerte de la pasión humana de sus
rasgos más vitales; de allí que el mismo Nietzsche dijera: “Es hostil a la
vida”.
Temía que esa moral conjuntamente con una razón ya viciada
desde los orígenes domesticara por completo el alma del pueblo alemán. Esperaba
ver surgir del seno del pueblo el artista poseído por la embriaguez antes que
al científico obsesionado por el cálculo. Esa embriaguez que creyó ver en la
música de Richard Wagner, creación que realizaba la síntesis conciliadora entre
lo apolíneo y lo dionisíaco.
Toda la articulación mitológica que encierra la música
wagneriana lo ponía nuevamente en contacto con la tragedia griega. Este drama
musical en su conjunto, era la vía regia para una total revalorización estética
y ética en armonía con la metafísica y la voluntad Schopenaueriana.
Este encuentro de Wagner con Nietzsche abría el camino hacia
una nueva estética y una moral sin dogmas, y éste es, evidentemente, un punto
de anudamiento decisivo con la Weltannchaung del fascismo, porque también halló
tal idea en el arte y la moral el grado más alto de exaltación de la vida.
Probablemente allí habrá que buscar el fundamento ontológico
del Fascismo con su nuevo mensaje y sus nuevos mitos. El guerrero enfrentado al
usurero, el trabajador al especulador, el vivir peligrosamente la existencia
basada en las leyes de la naturaleza y no desde el racionalismo, la idea
orgánica de la representación funcional en contraposición a la numérica y
abstracta, la Nación como unidad de destino en lo universal, el Estado ético
frente al Estado neutro, la solidaridad como valor fundante frente al egoísmo,
la comunidad organizada frente al mercado juguete de los dstintos monopolios.
Todo ello terminaría generando un arquetipo, un héroe frente
al hombre exitoso de la modernidad, verdadero dretitus de la sociedad
industrial y de la usurocracia al decir de Ezra Pound. Allí están los mitemas
fundantes de una cosmovisión que vino a implicar una rebelión despiadada contra
la racionalidad moderna y sus productos culturales y políticos.
El Fascismo rompe la opción de acero, ni el lucro, del
capitalismo ni la lucha de clases del marxismo serían el motor de la historia
en tanto uno sería consecuencia del otro. Para el Fascismo no tiene validez el
pensamiento mecanicista y especulador que supone la historia como un camino
inexorable que debe recorrerse de un modo prefijado e insoslayable. No hay
caminos trazados de antemano, solo la voluntad los crea, sería su consigna,
parafraseando a Nietzsche.
Más allá de los puntos coincidentes metodológicos con otros
movimientos políticos contemporáneos, el Fascismo representa la experiencia más
radicalizada de la filosofía negativa del sistema. Fue y es el único movimiento
político en la historia moderna que abroquela el sistema en su contra, tal como
se puede verificar durante el curso de la segunda guerra mundial donde codo a
codo capitalistas y comunistas lo enfrentaron en nombre de la democracia.
Debe coincidirse con Giorgio Locchi que es la experiencia
más radicalizada por ser, justamente, un fenómeno totalizador que algunos
confunden con totalitarismo por cuanto totaliza las relaciones humanas en su
conjunto. en contraposición al totalitarismo dogmático marxista leninista, que
pretende alcanzar una última síntesis histórica mediante el forzamiento de la
misma y de modo independiente al deseo humano.
Tal unidireccionalidad obligada halla su raíz en el
profetismo hebraico al trasladar al plano de las ideas el concepto de que
existe un sentimiento de la historia, sentido obligado y fatal, donde el pueblo
judío como pueblo elegido por Dios se le ha reservado la impronta de conducir
el mundo y sus acontecimientos.
Por último, en su ensayo, Giorgio Locchi hace referencia
acerca de un concepto muy en boga en estos momentos: El fin de la historia, en
tanto estaríamos ante el próximo advenimiento de un orden planetario (liberal).
Esto es, de una síntesis final de la historia conocida. Por ello señala
acertadamente el autor que el igualitarismo hizo posible una sociedad liberal a
fuerza de una represión absoluta acerca del discurso y la actividad política
Fascista, empero ello no ha podido configurar la extinción de un deseo último
de Fascismo aunque más no sea como horizonte de posibilidades y de alternativas
del sistema.
Esta represión obligaría al Fascismo a recrear y recrearse
continuamente, y en esa recreación alcanzará definitivamente su unidad y su
desocultamiento (verdad).
Hoy por hoy puede decirse que allí reside su riqueza y su
dinámica, de allí que el sistema coincide en calificar de fascista por derecha
o por izquierda - movimientos e ideas que lo hacen peligrar, sin reparar que en
muchos casos los mismos son antagónicos.
En Argentina tenemos experiencia en el caso, desde las
usinas culturales y políticas del régimen se calificó de tal modo al Peronismo
en curiosa coincidencia de liberales e izquierdistas. Es más, durante su
nacimiento al promediar la primera mitad del siglo XX, se lo enfrentó con la
llamada Unión Democrática, verdadero Yalta vernáculo donde convergieron desde
el entonces embajador norteamericano Braden hasta el Partido Comunista.
En suma, el presente trabajo plantea una visión novedosa al
estudio del tema, máxime que omite caer como sempiternamente lo hacen los
distintos trabajos elaborados, en el fácil recurso de pretender calificar la
idea recurriendo al aspecto bélico o prontuarial de quienes le han defendido.
Tiene una particularidad que en este caso es un mérito: es un estudio sobre el
Fascismo escrito por un facista.
Ernestina Garrido
Buenos Aires. Diciembre de 1990
INTRODUCCIÓN
Pocos textos tan cortos alcanzaron a tener una trascendencia
tan grande como este de Locchi que hoy sometemos el lector español. Esto nos
impone la tarea de presentar a su autor y de dar alguna explicación sobre su
obra.
Natural de Roma y doctor en Derecho, la vida, sin embargo,
le ha apartado de su ciudad natal, pues reside habitualmente en París, y de su
profesión, pues Locchi no pasará a la posteridad por sus aportaciones a la
Jurisprudencia, sino por su vigoroso pensamiento filosófico y político.
Su residencia en París le ha permitido una amplia
colaboración con la “Nueva Derecha” de la que, sin embargo al final, se ha
apartado. Sus colaboraciones en “Nouvelle Ecole” figuran entre lo mejor que ha
publicado esta revista.
Además del italiano y el francés, Giorgio Locchi es un
profundo conocedor del alemán, lengua en la cual ha leído a sus dos grandes
predilectos: Wagner y Nietzsche.
Además del texto que ha continuación podrán estudiar los
lectores, Locchi es autor de otro capital libro: “Wagner, Nietzsche e il mito
sovrumanista”, una profunda reflexión sobre la filosofía de la Historia y sobre
como la obra de Wagner y Nietzsche crea, en el siglo pasado, una nueva
“tendencia epocal”.
Hay en el texto de Locchi ciertas afirmaciones que sin duda
sorprenderán al lector; la primera es, sin duda, descalificar a lo más reciente
de la producción historiográfica sobre el fascismo. Expliquemos esto. Cree
Locchi que hoy se pueden encontrar excelentes estudios sobre todos los aspectos
y variantes del fascismo (ya sea sobre el fascismo en Brasil o sobre la
política deportiva de Mussolini), pero, que todos estos estudios de detalle
están haciéndonos perder la perspectiva global.
Y no es solo este problema. Hay autores, como De Felice y
Mosse, que han pretendido una “desdemonización” del fascismo. En sus libros
muestran a los fascistas como hombres de su época, personajes que no vomitan
espuma ni se pasan el día exterminando. Esto puede, aparentemente ser bueno.
Pero Locchi señala también el peligro de que todo esto comporte una
“banalización “ del fascismo: hacer del fascismo un simple movimiento político
más y no una alternativa total al sistema.
Ejemplo paradigmático de todo esto es el caso de Renzo de
Felice, a quien sus obras (en especial su monumental y por ahora , inacabada
biografía de Mussolini), le han valido la acusación de “filo fascismo “ de
querer “rehabilitar el fascismo “. Y sin embargo De Felice es el autor que ha
dado un veredicto más demoledor sobre el fascismo, al afirmar que, en
definitiva, este movimiento ha desaparecido sin dejar huella histórica y sin
posibilidad de reproducirse. Otra muestra de lo peligroso de las tesis de De
Felice está, por ejemplo, en su afirmación de que nacionalsocialismo y fascismo
son sustancialmente distintos. Nada de esto ocurría con las obras que defiende
Locchi visceralmente enemigas de todo lo que sea fascismo, que lo deforman en
los detalles, pero que captan lo esencial.
Otra cosa que va a sorprender al lector es el empeño de
Locchi por colocar al nacionalsocialismo en el seno de la “Konservative
Revolution”. Arguye Locchi que el hecho de que el nacionalsocialismo tuviera
choques más o menos fuertes con algunos de sus componentes no significa,
objetivamente, nada. Sería como decir que Stalin deja de ser marxista leninista
por el hecho de que expulsara y después hiciera asesinar a Trotsky.
“Hitler ha podido triunfar declaraba Locchi a Marco Tarchi1
porque, mejor que nadie, sabía afirmar lo esencial de las tendencias históricas
que animaban la “Konservative Revolution”. Los demás se perdían en lo
particular, en la afirmación de tal o cual especificidad. Hitler tenía claro lo
esencial, aquello que políticamente podía plasmarse en aquel momento histórico.
Los actuales “neo”2, escriben a veces que Hitler “traicionó” a la “Konservative
Revolution”, “robándole” las ideas para deformarlas. Esto se afirma, naturalmente,
en referencia a las ideas de un Junger, un Spengler, un Moeller van der Bruck,
o gente así. Dejando de lado el hecho de que todos estos ilustres escritores
pensaban y siempre en abstracto cosas bastante distintas y dispares y por tanto
no se podía satisfacer a unos sin “traicionar” a otros, lo que aquí encontramos
es el eterno contraste entre el intelectual que vive en su torre de marfil, de
intransigente pureza, y el hombre de acción, el político, en permanente lucha
con la realidad, con una materia bruta que se resiste siempre a las formas que
se desea imponerle”.
Pero lo más notable, lo más subyugante del texto de Locchi,
es hacer partícipe del fascismo de un gran movimiento, que trasciende los
límites de lo político y lo coloca a un nivel muy superior. Muchas veces se ha
escrito, con razón, que faltaba por hacer una interpretación fascista del
fascismo. Y era cierto. La obra de Bardeche (“Qu’ est ce le fascisme”) se
limita a un análisis politilógico, y la obra de Evola (“Il fascismo visto della
Destra”) está viciada desde su origen. Pero ya no se podrá decir lo mismo desde
la aparición del libro de Locchi. El fascismo pierde, gracias a él, su carácter
de anécdota de la historia.
Tarchi le dijo a Locchi: “Vd. hace del fascismo, o más bien
del super humanismo, un hecho de inmensa trascendencia, un evento que parte la
historia en dos”. A lo que Locchi respondió: “Yo no hago nada. Sólo hablo como
historiador que observa el devenir histórico. Observo que a partir de la
segunda mitad del siglo XIX se dibuja una “tendencia epocal”3 que pretende
“regenerar la historia” (Wagner) o “dinamitarla” (Nietzsche) y precisamente
para dividirla en dos; tendencia que pretende (“Konservative Revolution” y
nacionalsocialismo) ser “advenimiento” de un nuevo “origen” de la historia, que
proyecta un “Reich” milenario que en todas sus formas políticas pretende crear
un hombre nuevo. La “tendencia epocal” que así se expresa existe
innegablemente. Pero que exista no significa que deba triunfar. Tendencias
epocales pueden diseñarse y sin embargo desaparecer. Nietzsche y Wagner son,
sin duda, la dinamita de la historia; pero esta dinamita puede ser inútil si
como ahora ocurre, el mundo entero se consagra a la tarea de apagar su mecha”.
Para Locchi nos hallamos en una época de “interregnum “,
entre un periodo histórico dominado por el igualitarismo y el futuro, dominado
por el superhumanismo, que traerá el hombre nuevo. Dejemos, de nuevo, hablar a
Locchi: “ El fascismo desea crear el “hombre nuevo” justamente porque este
hombre nuevo no existe aún macro socialmente y solo existe micro socialmente y
como posibilidad, en un minoría realmente superhumanista. El fascismo, que
consiguió el poder y que puede volver a él, debería enfrentarse a una realidad
social que es la creada por dos mil años de igualitarismo, realidad que sólo
podrá ser cambiada en virtud de una acción destructora progresiva y a la vez
progresivamente reconstructora, de algo nuevo. En el “interregnum” y estamos
aún en él el proyecto social fascista no puede ser sino provisional, dirigido
en primer lugar a crear la materia social misma con la que un día se construirá
la verdadera “comunidad”, según el genuino proyecto, lo que desembocará algún
día en la mutación definitiva, de la “material social”, es decir, en el aniquilamiento
social político de las tendencias igualitaristas”.
El fascismo, pues, es todo un vasto campo ideológico que
algún día acabará transformándose en la alternativa operativa al sistema. No
es, por ello, cosa extraña el que en su mismo seno haya tensiones y
discrepancias. Las diferencias son generadas, como dice el texto que sigue, por
la menor y mayor proximidad a determinados principios. En su entrevista con
Tarchi matizó, Locchi, sus ideas: “En los años veinte, treinta y cuarenta, la
oposición y a veces hasta la lucha entre las varias corrientes fascistas, no
solo en el plano internacional, donde cada país defendía su fascismo
“nacional”, sino también en el interior de cada país, entre diversos
movimientos fascistas, o en el interior de un único partido o movimiento,
existió. Todo esto es perfectamente lógico y se da tanto en el campo
igualitario como en el superhumanista. Debo hacer observar que el fascismo en
un campo político, del mismo modo que lo es el “democratismo”, en cuyo seno se
articulan y lucha diversas tendencias (liberalismo, socialdemocracia,
comunismo, anarquismo). Esta articulación es bien patente en el campo de las
tendencias igualitaristas, porque es el resultado de una evolución bimilenaria.
En el campo fascista esta articulación (aparte de las “especifidades
nacionales”), es menos neta, menos rica, se articula más bien a nivel de
“sectas”, como es característico de la “fase mítica” en que halla esta
tendencia”.
Locchi ha acabado por apartarse de la “Nouvelle Droite”
francesa precisamente a causa de su interpretación del fascismo. “Hoy le decía
a Tarchi -, según me parece, muchos “fascistas” no osan decir, por causas
conocidas, su propio nombre, optando por llamarse antigualitaristas. Y este es
un modo como otro de castrarse, puesto que el nombre “hace la cosa”. En si
mismo “antigualitarismo” es pura negatividad y como tal entonces forma parte de
la dialéctica misma del igualitarismo”. Claro que en la oposición a la
“Nouvelle Droite” no hay solo un motivo lingüístico. Desde que Alain de Benoist
se enganchó al carro de Giscard nuestro autor, Locchi, no ha querido saber nada
más de sus antiguos compañeros; el uso ambiguo de palabras como “antirracismo
“, “antitotalitarismo”, etc..., que hace la “Nouvelle Droite” es Para Locchi ,
insoportable.
Para acabar, solo resta decir que lo importante, lo
definitivo, lo esencial del mensaje de Locchi es situar al fascismo en una
dimensión trascendente. Gracias a él, la frase de “No somos los últimos del
ayer, sino los primeros del mañana”, deja de ser un eslogan efectista para
convertirse en una verdad de profundo contenido.
Carlos Caballero.
NOTAS:
1 La edición italiana de “La Esencia del fascismo” iba
acompañada de una larga entrevista con Marco Tarchi, de donde hemos entresacado
estas citas.
2 Se refiere Locchi, obviamente, a la “Nueva Derecha”
3 La filosofía de la historia desarrollada por Locchi habla
de la existencia de “tendencias epocales” que se enfrentan entre sí y que cada
una de las cuales pasa por varias fases, siendo la primera de ellas, la fase
mítica. Posteriormente cada tendencia epocal se va subdividiendo en una serie
de sub tendencias que, a su vez, se enfrentan entre sí.
Homenaje a Giorgio Locchi (1923-1992)
Gennaro Malgieri
Giorgio Locchi murió en la única forma que habría juzgado
aceptable: de manera imprevista, casi sin informar a nadie, mientras intentaba
escribir un libro sobre Martin Heidegger. Seguramente, ha tenido un atisbo de
conciencia, entre el momento en que la muerte se anunció y aquél cuando llego,
algunos minutos más tarde, y muy ciertamente agradeció a los dioses ofrecerle
una salida tan súbita, ya que la idea de seguir estando por mucho tiempo
enfermo o disminuido lo hacía sufrir inmensamente. Al final del mes de junio de
1992, en su última visita a Roma, me habló del mal que lo había afectado dos
años antes. Me decía que la perspectiva de convertirse en un tronco inerte le
hacía estremecer porque con el tiempo que pasa, uno se cuelga más estrechamente,
más profundamente, más egoistamente a la vida. Palabras de Locchi que no me
sorprendieron. En realidad, habían sido un presagio.
Para alguien que era uno de sus amigos, no es fácil rendir
homenaje a Giorgio Locchi y recapitular todo lo que nos legó. Podría intentar
trazar un perfil del periodista y corresponsal en París del periodico italiano
Il Tempo durante más de treinta años. Y decir una infinidad de anécdotas sobre
sus relaciones con Renato Angiolillo. O también de destacar la importancia de
todos los servicios que prestó a la prensa en Italia: sobre los acontecimientos
de Argelia, sobre el nacimiento del existencialismo, sobre el mayo del 68
parisino. Sus puntos de vista eran motivados por un anticonformismo
extraordinariamente valiente e inteligente. Querría también destacar el papel
capital que desempeñó Giorgio Locchi en la evolución de la derecha francesa,
hacer hincapié en su carrera con Alain de Benoist, sobre la pasión con la que
formaba a los jóvenes intelectuales, sobre sus actividades en el GRECE y sobre
sus contribuciones a la revista Nouvelle École.
Querría también poder reunir aquí todos los elementos del extenso
mosaico que era su personalidad, dar cuenta de su amor por la música y el cine,
de su control de las cosas físicas y científicas. Y podría también decir la
historia de nuestra amistad e informar sobre su refugio parisino que me fue tan
agradable, así como a un puñado de otros Italianos, donde nos encontrábamos
para hablar del pasado o para manifestar nuestra hostilidad al sistema
dominante. Mejor: para escuchar a Locchi que nos hablaba de Nietzsche o Wagner,
Heidegger o la Revolución Conservadora, de sus experiencias en Alemania o los
momentos cruciales de la segunda Guerra Mundial que vivió como protagonista del
“frente interior”. Nos hablaba también de la “derecha imposible” y de una
Europa igualmente imposible. Y nos comunicaba sus proyectos, comentaba las
publicaciones a las que colaboraba, mencionaba los artículos que quería
escribir y las libros que quería publicar. Nos reuniamos en “Meister Locchi” y
Saint-Cloud en París, dónde vivía prácticamente recluido, lugar que fue,
durante numerosos años, el punto de encuentro de muchos de nosotros.
El periodista, el amigo, el organizador de manifestaciones
culturales, el agitador de ideas que viven siempre y vivirán en el grupo de los
que conocieron a Giorgio Locchi y fueron sus amigos. Sus libros, sus ideas, sus
ensayps dispersos en Nouvelle École, la Destra, Uomo Libero y Elementi, sus
artículos del Tempo y el Secolo de Italia seguirán siendo los testimonios
escritos de un compromiso intelectual y político en sentido más noble del
término, pero que consideró como la consecuencia de una derrota europea durante
más de cuarenta años. En primer lugar vimos a Giorgio escéptico y que
desconfiaba, luego tal confianza no volvimos a verla de nuevo en él hasta que
se habló de la reunificación alemana. No es por nada que quiso estar en Berlín
cuando Alemania se reunifico: aquello era para él, me decía, un sueño que se
realizaba, un acontecimiento que se desarrollaba bajo sus ojos y que no había
imaginado ver realizarse, incluso si no había dejado nunca de creer más allá de
los límites que impone el pesimismo, actitud justificada.
Las ideas de Locchi eran las ideas de una Europa que ya no
existe: pero cuya inexistencia no era para él una razón para no defender o
ilustrar tales principios. Pero cuando se le hacía el reproche, contestaba: sus
ideas eran las ideas de la Europa eterna que esta Europa coyuntural de nuestra
posguerra no quería, momentaneamente, reconocer.
Su actitud respecto al fascismo, por ejemplo, distaba mucho
de ser simplemente reivindicativa o incluso revanchista. Giorgio Locchi quería,
en el hervor cultural del paréntesis fascista, recoger todos los elementos que
no eran caducos. Nos comunicó sus reflexiones a este respecto en su opúsculo
titulado La esencia del Fascismo (ediciones Tridente, 1981). Se refiere allí a
la visión del mundo que fue la inspiradora del fascismo histórico pero que no
desapareció de ninguna manera con la derrota militar de este último. Esta obra
constituye hoy aún un extraordinario “discurso de verdad”, en el sentido
griego, que pretende retirar del fascismo todas esas explicaciones
fragmentarias que tienen curso actualmente y todas las formas de demonología
que generan prejuicios sobre prejuicios. Locchi, en realidad, desarrolló una
reflexión histórica propia según un esquema filosófico coherente, apoyado en
una opción interdisciplinaria, que preparo una teoría sintética de la esencia
del fascismo.
En su investigación, Locchi mantenía que no era posible
entender el fascismo si no se daba cuenta de que era la primera manifestación
política de un fenómeno espiritual y cultural más extenso, cuyo origen se
remonta a la segunda mitad del siglo XIX y que él llamaba “suprahumanismo”. Los
polos de este fenómeno, que se asemeja a un enorme campo magnético, son Richard
Wagner y Friedrich Nietzsche que, por sus obras, “agitaron” el “nuevo
principio” y lo difundieron y diluyeron en la cultura europea entre el final
del XIX y el principio del siglo XX.
Este principio es el “sentimiento del hombre” como voluntad
de poder y sistema de valores. En este sentido, el principio suprahumanista,
con el cual el fascismo está en relación “genética/espiritual”, se articula como
el rechazo absoluto del “principio igualitario” que se le opone y que domina al
mundo de hoy, orígen de nuestra situación actual.
Locchi avanzaba la siguiente tesis:
“Si los movimientos fascistas individualizaron al “enemigo”
-espiritual antes que político – en las ideologías democráticas -liberalismo,
parlamentarismo, socialismo, comunismo y anarquismo – es justamente porque, en
la perspectiva histórica instituida por el principio superhumanista estas
ideologías se configuran como otras tantas manifestaciones, aparecidas
sucesivamente pero aún presentes todas, del opuesto principio igualitarista;
todas tienden a un mismo fin con un grado diverso de conciencia y todas ellas
causan la decadencia espiritual y material de Europa, el “envilecimiento
progresivo” del hombre europeo, la disgregación de las sociedades
occidentales.”
Conectando estas consideraciones con la prospectiva
histórica en la cual opera el fascismo, al unísono con los otros fascismos
europeos, Locchi realiza una tesis del más alto interés que contribuye a la
“desocultación” del fascismo, sacando a la luz su esencia propia.
Estos temas, Locchi los desarrolló en su obra Wagner,
Nietzsche e il mito sovrumanista
(Akropolis, 1982; nota: se trata parcialmente de una edición de sus
artículos de musicología aparecidos en francés en Nouvelle École, n°30 y 31/32). En su brillante prólogo, Paolo
Isotta preciso, con minucia, cuáles son las tendencias igualitarias y cuáles
son las tendencias suprahumanistas que entran en juego y las coloca como dos
concepciones del mundo antitéticas e irreconciliables. Es un libro muy denso,
especialmente difícil, a veces repelente en algunos de sus capítulos; sin
embargo cuando Isotta y yo mismo lo presentamos frente a una audiencia llena de
estudiantes napolitanos, en diciembre de 1982, parecía verdaderamente cautivar
a estos jóvenes que permanecieron atentos durante dos horas y luego acosaron a
Locchi con cientos de preguntas pertinentes, que no tenían realmente nada de
banales. El autor no pareció sorprendido.
Además de este libro, tengo de Locchi otro gran recuerdo: el
de su polémico libro El mál americano (Lede, 1979), al cual Alain de Benoist
añadio algunas pequeñas notas complementarias (nota: en francés, este texto
aparece en Nouvelle École n°27-28, bajo
el seudónimo de Hans-Jürgen Nigra, también utilizado en la edición alemana).
Este texto es capital a mi juicio ya que desmonta la mecánica del colonialismo
cultural americano y nos permite echar otro vistazo sobre América. A Locchi, en
cambio, le no gustaba demasiado este texto, considerando que él destacaba que
era más combativo que formativo, que era más polémico que filosófico.
En los cajones de la oficina de Giorgio Locchi, se
encuentran numerosos proyectos, bosquejos de textos, el esquema de un libro
sobre Heidegger y de otro sobre la concepción del tiempo en los Indoeuropeos.
Permanecerán ciertamente tal como Giorgio los dejó porque antes de todas las
cosas, él era un perfeccionista y no quería publicar nada sin estar convencido
plenamente de que valía la pena.
Permanece aún, entre las innumerables cartas que constituyen
su correspondencia, una espléndida novela sobre un héroe italiano que combate
en Alemania una guerra desesperada para defender a Europa. No se sabrá nunca si
fue por pudor o por orgullo que Giorgio Locchi siempre se nego a presentarla a
un editor.
[Sinergias Europeas, Vouloir, Febrero de 1993]
El cantor del nuevo mito. Giorgio Locchi revisitado
Adriano Scianca
“…sonaba, tan antiguo, y sin embargo era tan nuevo…”
(Richard Wagner)
Y por último llegó la “globalización”. En dos mil años de
pensamiento único igualitario nos hemos tragado: la “inevitable” venida de los
tiempos mesiánicos, el “inevitable” avance del progreso técnico, económico y
moral, el “inevitable” advenimiento de la sociedad sin clases, el “inevitable”
triunfo del dominio americano, la “inevitable” instauración de la sociedad
multirracial. Y ahora, precisamente, es la globalización la que se impone como
“inevitable”. El camino ya está trazado, nada podemos contra el Sentido de la
Historia. Es cierto que la entrada triunfal en el Edén final es postergada de
manera continua porque siempre surgen pueblos impertinentes que no aprecian los
hegelianismos en salsa yanqui como los anteriormente citados. Pero, tarde o
temprano- nos lo dice Bush, nos lo dicen los pacifistas, nos lo dicen los
científicos, los filósofos y los curas- la historia llegará a su fin. Seguro.
¿Seguro?
¿El fin de la historia?
Es verdad: la historia, efectivamente, puede llegar a su
fin. Es del todo plausible que en el futuro que nos espera se pueda asistir al
triste espectáculo del “último hombre” que da saltitos invicto y triunfante.
Pero este es sólo uno de los posibles resultados del devenir histórico. El
otro, también este siempre posible, va en la dirección opuesta, hacia una
regeneración de la historia a través de un nuevo mito. Palabra de Giorgio
Locchi. Romano, licenciado en Derecho, corresponsal en París de “Il Tempo”
durante más de treinta años, animador de la primera y más genial Nouvelle
Droite, fino conocedor de la filosofía alemana, de música clásica, de la nueva
física, Locchi ha representado una de las mentes más brillantes y originales
del pensamiento anti-igualitario posterior a la derrota militar europea del 45.
Muchas jóvenes promesas del pensamiento anticonformista de
los años 70 conservan todavía hoy el nítido recuerdo de las visitas que
hicieron a “Meister Locchi” en su casa de Saint-Cloud, en París, “casa a la que
muchos jóvenes franceses, italianos y alemanes se dirigían más en peregrinaje
que de visita; pero simulando indiferencia, con la esperanza de que Locchi (…)
estuviese como Zarathustra con el humor adecuado para vaticinar y no, como
desgraciadamente sucedía más a menudo, para que les hablase del tiempo o de su
perro o de actualidades irrelevantes” (1). Las razones de tal veneración no
pasan tampoco inadvertidas para quienes sólo hayan conocido al autor romano a
través de sus textos. Leer a Locchi, de hecho, es una “experiencia de verdad”:
tomemos su Wagner, Nietzsche e il mito sovrumanista – un “gran libro”, “unos de
los textos clásicos de la hermenéutica wagneriana”, como lo define Paolo Isotta
en el… ¡Corriere della Sera! (2)- uno se encuentra ante el desvelamiento
(a-letheia) de un saber original y originario. Desvelamiento que no puede ser
nunca total.
La aristocrática prosa de Locchi es, de hecho, hermética y
alusiva. El lector es conquistado por ella, tratando de atisbar entre las
líneas y de captar un saber ulterior que, estamos seguros de ello, el autor ya
posee pero dispensa con parsimonia (3). A aumentar la fascinación de la obra de
Locchi, además, contribuye también la vastedad de referencias y la diversidad
de los ámbitos que toca: de las profundas disertaciones filosóficas a los
amplios paréntesis musicológicos, pasando por las referencias a la historia de
las religiones y por las audaces digresiones sobre la física y la biología
contemporánea. Quien está acostumbrado a la atmósfera asfixiante de cierto
neofascismo onanista o a los tics de los evolamaniacos de estricta observancia
es raptado inmediatamente por todo ello.
La libertad histórica
El punto de partida del pensamiento locchiano es el rechazo
de todo determinismo histórico, es decir, la idea de que “la historia- el
devenir histórico del hombre- surge de la historicidad misma del hombre, es
decir, de la libertad histórica del hombre y del ejercicio siempre renovado que
de esta libertad histórica, de generación en generación, hacen personalidades
humanas diferentes” (4). Es el rechazo de la “lógica de lo inevitable”. La
historia está siempre abierta y es determinable por la voluntad humana. Dos
son, a nivel macrohistórico, los resultados posibles, los polos opuestos hacia
los que dirigir el porvenir: la tendencia igualitarista y la tendencia
sobrehumanista, ejemplificadas por Nietzsche con los dos mitemas del triunfo
del último hombre y del advenimiento del superhombre (o, si se prefiere, del
“ultrahombre”, como ha sido rebautizado por Vattimo en el intento de
despotenciar su carga revolucionaria). El filósofo de la voluntad de poder
afirma la libertad histórica del hombre mediante el anuncio de la muerte de
Dios: quien ha adquirido la conciencia de que “Dios ha muerto” “no cree ya que
esté gobernado por una ley histórica que lo trasciende y lo conduce, con toda
la humanidad, hacia una finalidad- y un fin- de la historia predeterminada ab
aeterno o a principio; sino que sabe ya que es el hombre mismo, en todo
“presente” de la historia, el que establece conflictivamente la ley con la que
determinar el porvenir de la humanidad” (5).
Todo esto lleva a Locchi a identificar una auténtica “teoría
abierta de la historia”. El futuro, desde esta perspectiva, no está nunca
establecido de una vez por todas, ha de ser decidido constantemente. No sólo
eso: tampoco el pasado está cerrado. El pasado, de hecho, no es lo que ha
acaecido de una vez por todas, un mero dato inerte que el hombre puede estudiar
como si fuese un puro objeto. Al contrario, es interpretación eternamente
cambiante. El tiempo histórico, lo vamos viendo poco a poco, asume un carácter
tridimensional, esférico, estando caracterizado por interpretaciones del
pasado, compromisos en la actualidad y proyectos para el porvenir eternamente
en movimiento. El origen mítico acaba proyectándose en el futuro, en función
eversiva con respecto a la actualidad. Las distintas perspectivas que brotan de
ello acaban chocando dando vida al conflicto epocal.
El conflicto epocal
El “conflicto epocal” se da por el choque de dos tendencias
antagónicas. Ya se ha dicho cuales son las tendencias de nuestra época:
igualitarismo y sobrehumanismo. Toda tendencia atraviesa tres fases: la mítica
(en la que surge una nueva visión del mundo de manera todavía instintiva, como
sentimiento del mundo no racionalizado y, por tanto, como unidad de los
contrarios), la ideológica (en la que la tendencia, habiéndose afirmado
históricamente, comienza a reflexionar sobre sí misma y, entonces, se divide en
diferentes ideologías contrapuestas entre sí) y la autocrítica o sintética (en
la que la tendencia toma nota de su división ideológica y trata de recrear
artificialmente la propia unidad originaria). Y si el igualitarismo (hoy en
fase “sintética”) es la tendencia histórica dominante desde hace dos mil años,
la primera expresión “mítica” del sobrehumanismo ha de buscarse en los
movimientos fascistas europeos.
El fascismo, para Locchi, no puede ser comprendido más que a
la luz de la “predicación sobrehumanista” de Nietzsche y Wagner (6) y de la
“vulgarización” que de tales tesis llevaron a cabo los intelectuales de la
Revolución Conservadora (que, por tanto, deja de ser una entidad “inocente”,
abstractamente separada de sus realizaciones prácticas, tal y como quisiera
cierto neoderechismo débil). Por tanto, el fascismo como expresión política del
Nuevo Mito que apareció en el siglo XIX en algún lugar entre Bayreuth y Sils
Maria. Entonces, algo nuevo. Pero, wagnerianamente, algo antiguo también.
El fascismo, de hecho, representa también la plena asunción
del “residuo” pagano que el cristianismo no logró borrar y que ha sobrevivido
en el inconsciente colectivo europeo. Un fenómeno revolucionario, en
definitiva, que se reconoce en un pasado lo más ancestral y arcaico posible,
proyectándolo en el futuro para subvertir el presente. El objetivo, de larga
duración, es hacer que la Weltanschauung cristiana “retroceda más allá del
umbral de la memoria”, derramando significados nuevos en los significantes
viejos de matriz bíblica, tal y como originariamente el cristianismo
“falsificó” los términos paganos para canalizar la propia visión del mundo en
un lenguaje que no resultase incomprensible a las gentes europeas. Es el
proyecto que el Parsifal wagneriano expresa con la fórmula “redimir al
redentor” (7).
El mal americano
Pero la primera tentativa de actuar concretamente en la
historia por parte de la tendencia sobrehumanista, como sabemos, desembocó en
la derrota militar europea de 1945. Una derrota que puso al viejo continente
entre las fauces de la tenaza construida en Yalta. En aquel periodo, está bien
recordarlo, demasiados herederos del mundo que salió derrotado de la segunda
guerra mundial pensaron en renovar su militancia sosteniendo uno de los dos
brazos de la tenaza a expensas del otro, anhelando un Occidente “blanco” que no
podía ser otra cosa que la “tierra del anochecer” (Abend-land) en la que ver el
crepúsculo de toda esperanza de renacimiento europeo. Eligieron, aquellos
“fascistas” viejos o nuevos, la táctica del “mal menor”, que, como se sabe, no
es otra que la táctica del “tonto útil” vista… por el tonto útil.
En este contexto, será precisamente Locchi (no sólo, ni el
primero: sólo hay que pensar en Jean Thiriart) quien denuncie las insidias del
“mal americano”. Y El mal americano (Il male americano) es también el título de
un libro que salió de un artículo aparecido en Nouvelle Ecole en 1975 con la
firma de Robert de Herte y Hans-Jürgen Negra, pseudónimos respectivamente de
Alain de Benoist y del mismo Locchi. Tal texto contribuirá de manera decisiva a
depurar el corpus doctrinal de la Nueva Derecha de toda sugestión
occidentalista. Por lo demás, los dos autores provocarán un cortocircuito en la
lógica de los bloques citando una frase de Jean Cau: “En el orden de los
colonialismos, es ante todo no siendo americanos hoy, como no seremos rusos
mañana”. Hay una gran sabiduría en todo esto. En Il male americano América es
descrita más en su ideología implícita, en su way of life, que en su praxis
criminal. Una ideología hecha de moralismo puritano, de desprecio por toda idea
de política, tradición o autoridad, de mentalidad utilitarista, de conformismo
y ausencia de estilo, de odio freudiano contra Europa. Lo que especialmente
interesa a los autores es la influencia de la Biblia en la mentalidad colectiva
estadounidense, sin la cual serían inconcebibles los delirios neocon de la
actual administración. Y además – el recuerdo del 68 estaba todavía caliente-
no falta el repetido énfasis de la sustancial convergencia entre la
contestación izquierdista y los mitos del otro lado del Atlántico. Nueva York
como capital del neo-marxismo: basta con esto para distinguir el texto del
Locchi/ de Benoist de las denuncias “progresistas” de los varios Noam Chomsky
(aunque, por supuesto, también estos tienen su función).
La tierra de los hijos
Pero “el mal americano” es sobre todo un mal de Europa. Hoy
que la guerra fría ha terminado ya y al orden de Yalta le ha sucedido el feroz
solipsismo armado de un pseudoimperio fanático y usurero, nos damos cuenta de
ello más que nunca. Europa: el gran enfermo de la historia contemporánea. Pero
también una idea-fuerza, un mito, un retorno a los orígenes que es proyecto de
porvenir, como proclama la lógica del tiempo esférico.
En este sentido, las referencias a la aventura indoeuropea o
al Imperium romano, a las polis griegas más que al medievo gibelino sirven como
materia prima a partir de la cual forjar algo nuevo, algo que no se ha visto
nunca. “Si se quiere hablar de Europa, proyectar una Europa, es preciso pensar
en Europa como en algo que nunca ha sido, algo cuyo sentido y cuya identidad
han de ser inventados. Europa no ha sido y no puede ser una ‘patria’, una
‘tierra de los padres`, ésta solamente puede ser proyectada, para decirlo como
Nietzsche, como ‘tierra de los hijos’ (8). Si tiene que haber nostalgia,
entonces que sea “nostalgia del porvenir”, como en el (extrañamente feliz)
eslogan del MSI de hace ya años. Este mundo que cree en el fin de la historia
quizás está asistiendo simplemente al fin de su propia historia. Después de
todo, nada está escrito. ¿Nos hundiremos también nosotros en las pútridas
ruinas de esta decadencia iluminada con luces de neón? ¿O tendremos la fuerza
para forjar nuestro destino a través de la institución de un “nuevo inicio”? Lo
decidirá tan sólo la solidez de nuestra fidelidad, la profundidad de nuestra
acción, la tenacidad de nuestra voluntad.
Notas:
(1) Stefano Vaj, Introduzione a Girogio Locchi, Espressione
e repressione del principio sovrumanista (La esencia del fascismo).Entre los
intelectuales influenciados por Locchi recordamos, además del propio Vaj, todo
el núcleo fundador de la Nouvelle Droite de los años 70/80, desde De Benoist a
Faye, pasando por Steuckers, Vial, Krebs, pero también Gennaro Malgieri y
Annalisa Terranova, hoy en AN. Ideas locchianas aparecen también en tiempos
recientes en Giovanni Damiano y Francesco Boco. No podemos dejar de citar,
además, a Paolo Isotta, crítico musical del Corriere della Sera (¡!), a quien
Maurizio Carbona logró convencer para que redactara un entusiasta ensayo
introductorio al libro sobre Nietzsche y Wagner y que últimamente (véase la
siguiente nota) ha vuelto a citar a Locchi precisamente en las columnas del
mayor diario italiano.
(2) Paolo Isotta, “La Rivoluzione di Wagner”, en Il Corriere
della Sera del 4/4/05.
(3) Hay que decir, además, que entre los papeles que Locchi
dejó, se encuentra diverso material inédito, entre el cual está un ensayo sobre
Martin Heidegger probable y desafortunadamente destinado a no ver nunca la luz.
(4) De Wagner, Nietzsche e il mito sovrumanista.
(5) Ibidem.
(6) Por otra parte, gran mérito de Locchi es el hecho de
haber redescubierto las potencialidades revolucionarias de la obra wagneriana
en un ambiente que continuaba pensando en el compositor alemán desde la
perspectiva de la doble “excomunión” nietzscheana y evoliana.
(7) Los Indoeuropeos, la filosofía griega, la Konservative
Revolution, el fascismo, Europa: el lector atento habrá vislumbrado, detrás de
referencias semejantes, la sombra pujante de Adriano Romualdi. Y sin embargo,
increíblemente, Locchi desarrolló su pensamiento de manera completamente
autónoma de Romualdi. Es más, será sólo gracias a algunos jóvenes italianos que
fueron a visitarle a París como el filósofo conocerá la obra del joven pensador
que murió prematuramente. Sin dejar de subrayar la objetiva convergencia de
perspectivas. Al respecto, véase La esencia del fascismo como fenómeno europeo.
Conferencia-Homenaje a Adriano Romualdi, que reproduce un discurso de Locchi
pronunciado precisamente en honor del llorado autor de Julius Evola: el hombre
y la obra.
(8) De L’Europa: non è eredità ma missione futura.
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