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Los tribunales de los procesos de Nuremberg afirmaron que se
habían erigido en jueces porque ellos representaban la Civilización y el
Derecho. Este es el sofisma oficial, pues consiste en adoptar como base
axiomática, lo que se halla, precisamente, en discusión.
Los vencedores desplazaron a sus más doctos juristas,
heraldos de su propaganda, para sostener, impávidos, este razonamiento:
“Durante seis años de guerra ideológica y otros seis años de guerra real,
nuestra radio y nuestros periódicos han repetido que sois unos bárbaros; habéis
sido vencidos, luego sois unos bárbaros”. Esa es la verdad creada por los que
gustan en autodenominarse demócratas, la que canaliza la persecución judicial
de los heterodoxos hasta el día de hoy.
Y no obstante debe haber otra realidad. Hay otra realidad. Y
es que frente a los crímenes, reales o inventados, exagerados en progresión
geométrica las más de las veces, de los vencidos, existen los crímenes de los
“buenos”. Este libro abarca los crímenes cometidos por los “buenos” en el
periodo que se inicia en 1933 hasta cincuenta años después. Los “buenos” son,
evidentemente, los que como tal son presentados en este lapso de tiempo por
prensa, radio y televisión.
Los crímenes de los “malos” ya han sido exhaustivamente
relatados, fotografiados, disecados, expuestos, retocados, exhibidos y, sobre
todo, exagerados, cuando no puramente inventados. El conocido autor
revisionista J. Bochaca, de pluma amena e inteligencia brillante, analiza la
verdadera historia de nuestra época y los crímenes de los otros, sobre los que
se ha edificado nuestro mundo actual.
PRÓLOGO
Desde hace treinta y siete años, vivimos en plena
falsificación histórica. Una falsificación muy hábil: para empezar, arrastra a
las imaginaciones populacheras; luego se apoya sobre la conspiración de esas
mismas imaginaciones. Se empezó por decir: he aquí cuan bárbaros eran los
vencidos de la última guerra mundial que, además, se desató por su culpa
exclusiva. Luego se añadió: acordaos de cuánto habéis sufrido, los que
padecisteis su ocupación, y de cuanto pudierais haber sufrido, los que no
fuisteis invadidos por haber preservado vuestra neutralidad los nobles Aliados.
Se inventó, incluso, una filosofía de esa falsificación. Consiste en
explicarnos que lo que unos y otros eran realmente no tiene ninguna
importancia; que sólo cuenta la imagen que se había creado, y que esta
transposición es la única realidad. Un par de centenares de vividores de la
prensa, la radio y la televisión, creadores a tanto alzado de la llamada
Opinión Pública Mundial quedaban, de esta guisa, promocionados a la existencia
metafísica.
Pero yo creo, tozudamente, estúpidamente, en la Verdad.
Quiero creer en la Verdad. Me empeño en creer que acaba por triunfar de todo,
incluso de la imagen que se ha creado industrialmente. Y que triunfara cuando
llegue el Nuevo Amanecer, que probablemente no veremos, ni esta generación ni
la próxima, ante el maniqueísmo imperante en nuestra época, con unos ángeles de
la Virtud y unos réprobos derrotados por aquellos.
El proceso que se abrió, y que aún continúa abierto, contra
Alemania, o, más exactamente, contra el nacional-socialismo y las doctrinas más
o menos afines que intentaban derrocar el ideado político del siglo XIX -- el
siglo de Marx y Stuart Mill -- tiene una base sólida; mucho más sólida de lo
que generalmente se cree. Pero no es la que se proclama oficialmente urbi et
orbi. Y las cosas, en verdad, son mucho más dramáticas de lo que se dice; el
fundamento, el móvil de la acusación es mucho más tenebroso e inconfesable para
los vencedores.
Los tribunales de los procesos de Nüremberg y de los
centenares de procesos contra los vencidos afirmaron -- y afirman, pues la
farsa pseudo-Jurídica continúa hoy, treinta y siete años después del final de
la contienda -- que se habían erigido en Jueces porque ellos representaban a la
Civilización y al Derecho. Esta es la explicación oficial, el sofisma oficial,
pues consiste en adoptar, como base axiomática, lo que se halla, precisamente,
en discusión. Los vencedores desplazaron a sus más doctos Juristas, heraldos de
su propaganda, para sostener, impávidos, este razonamiento de criaturas:
"Durante seis años de guerra ideológica y otros seis de
guerra real, nuestra radio y nuestros periódicos han repetido que sois unos
bárbaros; habéis sido vencidos, luego sois unos bárbaros".
Pues es evidente que los Jueces de Nüremberg y sus sucesores
no han dicho, no dicen otra cosa cuando se presentan como abanderados de la
indignación unánime del mundo civilizado, indignación que su propia propaganda
ha provocado, dirigido, sostenido y atizado y que, desde 1945 hasta hoy ha sido
-- con la intensidad requerida por los diferentes casos -- provocada, sostenida,
dirigida y atizada, a voluntad, como una plaga de saltamontes, contra todo país
que no se plegaba a la nueva religión laica de la época: la Democracia, ya
liberal, ya "popular". Pero no nos engañemos. Esta indignación
prefabricada ha sido, y es aún, el principal fundamento de la acusación
permanente contra los vencidos. Es la indignación del mundo civilizado la que
impone el proceso continuo, martilleando retinas y cerebros masificados a
través de prensa, radio y televisión a beneficio de las nuevas generaciones. Es
esa indignación, finalmente, la que crea la verdad de los que gustan de
autodenominarse demócratas, quien canaliza la persecución judicial de los
supervivientes y los sucesores nostálgicos de los vencidos, y es ella, para
resumir, quien lo es todo: los jueces de Nüremberg no son más que los escribas
de esta unanimidad. Se nos coloca, a la fuerza, unas antiparras verdes y se nos
invita, a continuación, a declarar que las cosas son verdes, del color de la
esperanza. He aquí la realidad; he aquí, también, el programa de nuestro
futuro.
Pero la verdad sin adjetivos es otra. Los verdaderos
fundamentos del Proceso de Nüremberg y de los miles de procesos que a su imagen
y semejanza se repiten desde entonces, son otros. Por una parte, es el miedo de
los vencedores políticos -- es decir, los vencedores auténticos -- de la última
guerra. Por otra, el miedo de los vencidos políticos, antiguos aliados de
aquellos. Miedo de los vencedores políticos, de los vencedores reales, es
decir, de la Rusia Soviética y del Comunismo que ella encarna, que todavía
recuerda cómo un adversario que debía atender múltiples frentes a la vez, le
puso al borde de la derrota y le inflingió tremendos golpes pese a una
apabullante inferioridad numérica y material; un adversario cuyo renacer hay
que impedir por todos los medios, pues sería el núcleo del único adversario que
podría con él... núcleo de una Europa auténtica, que nada tiene que ver con los
tenderos del Mercado Común. Y para ello hay que desacreditarlo a los ojos de
esta generación y de las que vendrán.
Miedo, también, de los vencidos políticos; de las
democracias occidentales europeas, líderes mundiales hace cuarenta años y
segundones vergonzantes hogaño, y también de la "Gran Democracia"
americana, receptora de más bofetadas diplomáticas, políticas y militares --
Viet Nam -- que un payaso de feria. Es el miedo patológico de los viejos, el
pánico senil; es el espectáculo de las ruinas, el pánico de los vencedores
militares, de los cuarenta aviones contra uno, de los tres mil barcos contra
quince submarinos, de las cuarenta naciones contra una, a la que han ido
abandonando, uno tras otro, sus débiles aliados. Es el contemplar Hamburgo,
Dresde, Colonia, Stuttgart. Es preciso que los vencidos sean unos malvados. Es
indispensable que lo sean pues, si no lo fueran, si no fueran unos monstruos,
¿cómo justificar las ciudades arrasadas, las zonas residenciales incendiadas?
¿cómo justificar las bombas de fósforo ante las tropas de ocupación, ante los
soldados del contingente de movilizados conscriptos, ante esos electores que un
día volverán a sus hogares y hablarán con sus familiares, electores también? El
horror de los vencedores militares, el interés de los vencedores políticos, la
venganza vesánica de los pastores espirituales del Sionismo: he aquí los
motivos verdaderos de la tramoya que a escala mundial se ha levantado y se
sostiene con diabólica perseverancia. Este horror, este interés y esta venganza
imponían transformar los bombardeos de fósforo contra ancianos, mujeres y niños
en una Cruzada. Así se inventó, a posteriori, un derecho a la matanza, más aún,
un deber a la matanza en nombre del respeto a la Humanidad, y una Ley de Lynch
en nombre del respeto a la Justicia. Los que mataron, se nombraron a sí mismos,
policías, fiscales, jueces y verdugos a la vez. Esta es la realidad. Esta es la
única realidad. No hay otra, para el hombre masificado, sometido a un
permanente lavado de cerebro por los llamados mass-media.
Y, no obstante, debe haber otra realidad. Hay otra realidad.
Y es que frente a los crímenes, reales o inventados, exagerados en progresión
geométrica las más de las veces, de los vencidos, algo se echa en falta.
Incluso para el espíritu más mediocre parece evidente que algo más debe haber;
que ante los demonios del Nazismo hubo, no ángeles, sino seres humanos, muy
humanos, demasiado humanos, que cometieron torpezas y crímenes.
Hemos resuelto narrar estos crímenes, o, por lo menos, los
que nos han parecido más relevantes. Pero no hemos querido limitarnos a una
relación cronológica de abusos militares o civiles propiciados por los
políticos del bando Aliado, en el curso de la Segunda Guerra Mundial.
Nuestra relación abarca los crímenes cometidos por los
"buenos" en el período histórico comprendido entre 1933 y 1982, es
decir, en casi medio siglo de "fascismo" o lo que los mass media
denominan tal. Los "buenos" son, evidentemente, los que como tal son
presentados en este lapso de tiempo por prensa, radio y televisión. Son los
"demócratas" -- tanto los del Este como los del Oeste -- entre 1933 y
1945; son los "anticolonialistas", integrantes de los llamados
"movimientos de liberación nacional" en las antiguas colonias de los
"buenos" precedentes, desde 1945 hasta hoy. Naturalmente, muchos de
los "buenos" de antaño -- de hecho, y prácticamente, todos los países
europeos y América -- han perdido ya tal categoría en beneficio de lo que,
genéricamente, se denomina "la izquierda". El "Viento de la
Historia", en expresión del General De Gaulle, sopla, aceleradamente, en
dirección a la izquierda, y así el General Patton, que era de los
"buenos" en el transcurso de la Segunda Guerra Mundial, se volvió
"malo" al poco tiempo, como se volverían igualmente "malos"
el General Wedemeyer, el General Clark, el General Mac Arthur, el Senador
McCarthy, el General-Presidente Chiang-Kai-Chek, el General De Gaulle, el
Presidente Nixon y un larguísimo etcétera.
Los crímenes de los "malos" ya han sido
exhaustivamente relatados, fotografiados, disecados, expuestos, retocados,
exhibidos y, sobre todo, exagerados, cuando no puramente inventados.
Consideramos, pues, de todo punto supérfluo, epilogar nuevamente sobre ellos.
En otro lugar nos hemos ocupado de algunos aspectos del tema [1]. En las
páginas que siguen, y dentro de la tónica general de nuestra época, de
"desmitificación" de los ídolos, con el objeto suplementario de
contribuir a desarrollar la virtud de la modestia entre los vencedores,
presentamos, basándonos no en testimonios emanados de los miserables vencidos,
sino de los virtuosos vencedores, los crímenes de los "buenos". De
los consagrados por la Opinión Pública -- es decir, por un par de centenares de
escribas mercenarios -- como portadores de la espada flamígera de la Acusación
en nombre de la Humanidad. Hay un aforismo jurídico que afirma que "a
confesión de parte, exclución de prueba". Lo que sigue no es, pues, un
alegato fiscal, sino una sentencia de la Justicia inmanente, pues de ninguno de
los testimonios que citamos puede decirse que fue forzado o coaccionado. Esa
sentencia, empero, no puede dirigirse contra los soldados que noblemente
lucharon por una causa que creyeron justa ni contra las población civiles que,
desde la retaguardia y en medio de penalidades y sufrimientos inherentes a toda
contienda, les respaldaron con su aliento. Se dirige contra los fautores y
beneficiarios de la II Guerra Mundial, que si oficialmente empezó en septiembre
de 1939, realmente se inició en 1933 y todavía continúa, hoy en día, en plena
paz... relativa, pues desde el 9 de Mayo de 1945, fecha oficial de la
capitulación del III Reich, el incendio bélico no se ha apagado totalmente,
surgiendo en cualquier punto del Planeta tan pronto como se apagaba en otro
punto el incendio precedente. Esos fautores y provocadores de guerra son los
auténticos culpables de los crímenes cometidos por sus ocasionales aliados,
manipulados a su pesar y en contra de sus auténticos intereses. Y muchas veces,
allí donde el estallido de las bombas ahogaba el bisbiseo enervante y azuzador
del Gran Parásito, se llevaron a cabo acciones de noble generosidad, de uno y
otro lado; acciones que los desgraciados políticos occidentales alentaron
cuando les fue posible por no cuadrar en el esquema que su propaganda maniquea
había trazado. La lucha en el desierto de África del Norte, por ejemplo, fue,
hasta la llegada de Montgomery, una "guerra entre caballeros". A las
tropas italianas del Duque de Aosta, que, cercadas en Etiopía, debieron
rendirse, les rindieron honores militares las tropas rhodesianas del Ejército
Británico que las habían vencido. Para citar acciones parejas en la lucha
fraticida y estúpida entre europeos hay lo que los franceses llaman "L´embarras
du choix".
Ahí esté el caso del as de la Aviación Británica, Bader,
que, al ser derribado su avión sobre el suelo alemán, se lanzó en paracaídas,
enganchándosele una de las piernas ortopédicas en el aparato. Los alemanes se
lo comunicaron por radio a los ingleses, los cuales enviaron un avión que
lanzó, en paracaídas, una pierna ortopédica de repuesto para Bader. El avión
inglés fue escoltado, durante todo el vuelo, por dos "cazas" de la
Luftwaffe.
Las tropas de la Segunda División de Paracaidistas, al mando
del General Hermán B. Ramcke, resistieron cercadas, en Brest hasta finales de
septiembre de 1944.B General Troy H. Middleton que mandaba las tropas
norteamericanas sitiadoras le conminó a rendirse: "Con sus oficiales y
soldados, que por usted lucharon valientemente, pero que ahora son prisioneros,
hemos hablado sobre la dotación de Brest... Usted ha cumplido plenamente con su
deber para con su patria. Por lo expuesto, requerimos de usted, de soldado a
soldado, poner fin a esta lucha desigual. Esperamos que usted, que ha servido
con honor y que aquí ha cumplido con su deber, dará a esta propuesta su mejor
atención". Ramcke fue explícito en su respuesta: "Rechazo su
propuesta". Middleton una vez vencido le rindió honores militares y le
permitió despedirse de sus tropas que respondieron al "Sieg Heil" de
su General, con prolongados "Heil".
El más famoso de los generales alemanes de las fuerzas
paracaidistas, el General Student fue juzgado ante un tribunal británico por su
ocupación de Creta. El Fiscal pedía la pena de muerte en la horca, pero
inesperadamente se presentó en la sala el general neozelandés Inglis, Jefe de
las fuerzas británicas en Creta, quien ante la sorpresa del tribunal declaró
que si Student era juzgado también tendría que serlo él. La lucha -- dijo --
había sido muy dura pero ambos bandos habían combatido con lealtad. Student fue
condenado a 5 años de cárcel.
En Arnhem (Holanda), el General de la SS Bittrich concedió
una tregua a los ingleses cercados para permitir a los camilleros de la Cruz
Roja Británica que evacuaran a 2.200 heridos que pudieron, así, salvar sus
vidas. En Cherburgo, las tropas alemanas, cercadas, resistieron, al igual que
en Brest, hasta el final de la guerra. En vista de la caótica situación de la
plaza, el mando alemán pidió permiso a Berlín para capitular. Como Cherburgo
era un puerto importante que interesaba no cayera en manos de los Aliados, el
permiso fue denegado. En tales circunstancias, y ante la ausencia absoluta de
medicamentos para atender a los miles de heridos y enfermos que se encontraban
en la plaza, un capitán inglés que estaba en Cherburgo, prisionero de los
alemanes, se ofreció para atravesar la línea de frente y regresar a Cherburgo
con un cargamento de medicinas. Así se hizo. Jugándose la vida, el oficial
británico llegó a las líneas aliadas y cumplió su misión; trajo las medicinas y
se constituyó, nuevamente, prisionero.
El espíritu de la Cultura Occidental, con sus valores de
generosidad, caballerosidad e hidalguía se puso de manifiesto a menudo en la
contienda. Somos conscientes de ello, y nos interesa ponerlo de manifiesto para
que quede bien claro que las páginas que siguen no constituyen en Acta de
Acusación contra ninguno de los nobles pueblos que intervinieron, a su pesar,
en ella, sino contra el Gran Parásito que les manipuló, en su provecho y que
utilizó, a tal fin, al desecho biológico de sus pueblos-huésped.
El Tribunal Militar Internacional de Nüremberg, que juzgó a
los "Malos", tipificó tres clases de delitos mayores, a saber:
- Los crímenes contra la Paz.
- Los crímenes de Guerra.
- Los crímenes contra la Humanidad, y otras tres clases de
delitos (relativamente) menores, a saber:
- El complot nazi.
- La pertenencia a las SS.
- El delito de opinión.
Naturalmente, los "buenos" no cometieron esos
delitos menores. Pero lo compensaron largamente con una comisión impresionante,
a nivel industrial, de delitos mayores. Vamos a empezar por la responsabilidad
en el desencadenamiento de la guerra que debe ser, según Perogrullo, -- personaje
que gozó de gran fama en épocas menos moralizantes y cultas que la actual -- el
mayor crimen que se puede cometer contra la paz.
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