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A pesar de su heroico comportamiento y de la particularidad
de ser soldados que se alistan voluntariamente en el Ejército de sus invasores,
resulta prácticamente desconocida la existencia de voluntarios franceses
encuadrados dentro de las Waffen-SS. Lo más sorprendente del caso es que estos
jóvenes franceses se revelaron como una de las unidades de combate más
fanáticas con las que contó Alemania durante la guerra. En el Frente del Este
mantuvieron a raya a las fuerzas rusas netamente superiores y libraron encarnizados
combates en inferioridad de condiciones en los años finales de la guerra
El primer día de primavera de 1945, unos centenares de SS
franceses de la División Charlemagne lograron escapar a la encerrona de
Pomerania, en la que murieron muchos de sus camaradas en el transcurso de la
Batalla de Körlin y Belgard. Una vez reagrupados en el Mecklenburg, les dan la
alternativa de abandonar la lucha o unirse a un batallón de trabajadores. La
mayoría decide proseguir luchando hasta el final y prestan de nuevo el
juramento de la SS de "servir con fidelidad y valentía hasta la
muerte". Por orden de la Cancillería trescientos de ellos alcanzaron la
capital del Reich en el momento en que las fuerzas soviéticas apretaban las
tenazas alrededor de la ciudad. Ya con la suerte casi echada, yendo a morir con
honor en defensa de una idea, los voluntarios franceses cruzaron cantando bajo
las miradas de una población atónita. Lanzados al combate en el sector de
Neukölln, los hombres del Batallón de Asalto Charlemagne consiguen tomar
algunos bloques de casas, pero se ven obligados a replegarse en la Hermannplatz
para evitar quedar cercados.
La epopeya de estos valientes e idealistas soldados,
batiéndose con honor y lealtad en posiciones ya perdidas, es relatada con un increible
realismo luego de recopilar los testimonios de los pocos participantes
sobrevivientes.
PRÓLOGO
Por Salvador Borrego E.
La guerra implica situaciones tan inesperadas, tan
insólitas, que sacude a la conciencia de los combatientes hasta sus más
profundos estratos. El instinto de conservación lucha sin cesar ante la
inminencia de la muerte. Todo esto repercute en la psicología del soldado y lo
mueve, frecuentemente, a largas reflexiones.
Así, resulta relativamente explicable que soldados franceses
que combatieron contra los alemanes en 1940, y que fueron derrotados, tres años
después pidieran su ingreso a las Waffen SS para luchar —codo con codo, corazón
con corazón— al lado de las tropas alemanas.
¿Qué fue lo que los hizo cambiar de bando?... Sin duda, un
idealismo. Un idealismo profundo y, naturalmente, que no perseguía ningún fin
egoísta.
6,400 franceses pasaron por las filas de la División
Carlomagno, que luchó al lado de las Waffen SS alemanas.
En 1943 ya el Ejército alemán había perdido su oportunidad
de vencer a la URSS en 1941. Ya en 1943 había sufrido la derrota de
Stalingrado. Ya en 1943 los soviéticos estaban siendo apuntalados por todo el
poderío de Estados Unidos y del Imperio Británico. En suma, ya en 1943 las
perspectivas de la guerra eran visiblemente desfavorables para Hitler.
Y precisamente entonces miles de jóvenes franceses quisieron
combatir al lado de los alemanes. En su gran mayoría habían combatido contra
ellos tres años antes.
¿Qué profundas reflexiones los hicieron adoptar riesgos
mortales?
¿Acaso se dieron cuenta —y así parece que fue— que habían
combatido en 1940 en contra de Europa, y que en 1943 quedaba definitivamente
claro que el enemigo era el comunismo de Marx, de Lenin y de Stalin?
Otro rasgo insólito es que esos jóvenes franceses quisieron
ingresar precisamente en las Waffen SS, que eran las de disciplina más dura y
los que estaban prestos (como su juramento lo decía) "a dar la muerte o a
recibirla".
Muchos miles quisieron tener ese honor guerrero, pero no
había tiempo ni armas para recibirlos a todos. Sólo 6,400 lograron militar en
la División Carlomagno, la cual sufrió cuatro mil bajas, entre muertos, heridos
y desaparecidos.
Fue un sacrificio enorme, más notable aún porque los restos
de esa División —fraccionada en batallones, compañías o secciones—, combatieron
en las ruinas de Berlín cuando la guerra se veía completamente perdida.
La Carlomagno SS luchó en defensa de la Cancillería hasta 48
horas después de que Hitler había muerto. Rebasaron así el juramento de lealtad
que habían hecho en el campo de instrucción de las Waffen SS alemanas en Bald
Tölz o en Graffenwohr.
Es también un hecho extraordinario que jóvenes de Noruega,
Suecia, Finlandia, Dinamarca, Holanda, Bélgica, Yugoslavia, Rumania y otras
naciones también tuvieran la decisión de enrolarse precisamente en las Waffen
SS, y que todos mantuvieran su espíritu de lucha hasta el final de una guerra
que —tiempo antes— ya se veía perdida.
Entre los varios prominentes instructores figuraron los
generales Hausser y Dietrich. Hausser era muy duro, pero a la vez se hacía
querer de sus tropas. Respecto a Dietrich, Hitler decía que era "una
institución"... "uno de mis más antiguos compañeros de lucha".
Desde mucho antes del Nacionalsocialismo existía un tono
"pangermanista" en las fuerzas armadas, algo así como racismo, pero
fue desapareciendo bajo Hitler, Hausser y Dietrich. El general Steiner, que
comandó diversas Divisiones SS, dice que para fines de 1942 la idea
pangermánica fue enterrada. "El camino quedó abierto para la idea política
e históricamente correcta de una Europa con unidad de destino, que abarcaba a
todos los voluntarios europeos y los unía espiritualmente." Esa fue la
clave para que los integrantes de la Carlomagno y de decenas de otras
Divisiones no alemanas, combatieran en uniforme alemán tan decididamente como
lo hacían los propios alemanes.
A partir de 1943 muchos pueblos vieron la guerra como una
cruzada europea.
Además de los 6,400 soldados que pasaron por la Carlomagno,
hubo más de 2,500 que también sirvieron en el Ejército alemán.
En este libro se relata, pormenorizadamente, la acción de
dicha unidad de combate a partir de febrero de 1945. Para esa fecha los soviéticos
avanzaban con numerosos ejércitos hacia Berlín, en tanto que los defensores ya
no tenían apoyo de la aviación y padecían grave escasez de artillería y de
tanques e incluso de comestibles. El Ejército Rojo tenía todo en abundancia, ya
fuera procedente de América o de todos los dominios del Imperio Británico.
La noche del 4 de marzo (1945), después de mantener
violentos encuentros para retrasar al enemigo en el Vístula, la División
Carlomagno recibió la orden de dirigirse hacia el río Oder.
El general Krukenberg ordenó que las tropas salieran de las
carreteras y buscaran pasar inadvertidas entre la maleza y los bosques. Por la
noche se colocaban centinelas mientras los soldados se dejaban caer en el suelo
molidos por la jornada de trabajo. Estaban literalmente aplastados por el
sueño.
El teniente Fenet, de sólo 25 años, ya había estado dos
veces bajo el fuego al mando de una Compañía.
—Sólo podemos pasar las líneas enemigas —dijo el teniente—
con la ayuda de la noche. Si la tropa permanece mucho tiempo inmóvil, se
helará. Si queremos alcanzar las líneas alemanas no tenemos que perder ni un
solo instante. Hay que aprovechar el desorden del avance ruso. El tiempo es
nuestro mayor enemigo.
—Creo que tiene usted razón—, concluyó Krukenberg.
Y así la Carlomagno inició la marcha hacia el Oder. La tropa
avanzaba con sigilo, confiándose totalmente en sus jefes para librarse de que
los soviéticos no los cercaran.
Sin un solo murmullo, sin encender un cigarro, la tropa
camina entre bosques, casi sin comer. Sólo mastican trozos de pan seco,
conservado en los bolsillos, y algunos terrones de azúcar.
Todos van buscando refugio entre los abetos pardos.
Siguieron así varias jornadas igualmente duras.
Al amanecer del 5 de marzo se escuchan pasos, al parecer de
soldados. Los dedos se crispan en los gatillos, pero en ese momento ya hemos
sido identificados y se oye una voz amiga: —¡Regimiento 58 Carlomagno!...
—Con gusto nos identificamos como primer batallón de la
misma unidad.
Minutos más tarde la niebla se disipó y los rusos atacaron
repentinamente por todas partes. Fue una carnicería, pues estábamos siendo
rodeados por cañones, tanques e infantería. No sin grandes bajas rechazamos el
ataque —refieren varios de los sobrevivientes—, y la División pudo alcanzar un
bosque para camuflarse.
El 6 de marzo el general Krukenberg ordena que se recomience
la marcha para llegar a Greifenberg, donde podrán obtenerse armas y municiones.
Durante la nueva caminata algunos campesinos informan que
cerca, en Meseritz, hay tropas alemanas que han rechazado a una columna
enemiga. Meseritz se halla diez kilómetros adelante.
Krukenberg tenia razón en apresurar la marcha. Cuando el 6
de marzo la División Carlomagno llega a Meseritz, encuentra ahí atención para
sus heridos. Al fin se restableció el contacto con una unidad alemana.
Pero el río Oder, que era el objetivo asignado, se hallaba
todavía lejos.
En Meseritz no había pesimismo, pese a lo desfavorable de la
situación. Se trata de tropas alemanas y francesas que se forjaron bajo la
misma instrucción: ¡luchar siempre pensando en la victoria! No se han olvidado
aquellas semanas del campo de Graffenwohr. Un soldado las recuerda y
posteriormente refirió así el día de la graduación:
—Un oficial pronunció una arenga. "Vosotros —dijo— os
habéis alzado gallardamente y abandonado cuanto os era más querido: las aulas
de vuestras universidades, vuestros talleres y vuestros campos, anudando el
corazón y dejando a vuestras madres, y os lanzáis resueltamente al combate, en
el que, en abrazo estrecho con vuestros camaradas alemanes, no aspiráis a
conquistar riquezas en botines y sí solamente a destrozar a ese monstruoso
azote comunista de la humanidad...¡Decidle al Führer que lo que aquí se jura lo
cumpliremos!..."
Han pasado dos años desde aquel momento y aún hoy se nos
pone carne de gallina cuando recordamos aquel juramento. Hay gente que se
extraña de nuestra adhesión a Alemania. ¡No comprenden que el corazón tiene sus
razones!... ¡Cómo olvidar la figura de soldados a quienes se les humedecían los
ojos de emoción, y que luego desfilamos en columna de 16 en fondo. Algo había
cambiado en todos nosotros. El espíritu de la guerra lo teníamos ya metido en
la sangre —.
Además, habíamos adquirido una formación espiritual y
política que generalmente no se recibe en los ejércitos regulares. Las unidades
SS se nutrían de jóvenes idealistas, totalmente ajenos a las tentaciones del
hedonismo. Sabíamos que Londres y Washington querían la guerra para afianzar su
dominio económico sobre el mundo. También sabíamos que el comunismo había sido
creado por congéneres de los explotadores internacionales. Por eso Occidente y
la dictadura marxista de Moscú se entendían tan admirablemente bien, aunque
aparentaban ser polos opuestos.
—Nosotros, en Francia, llegamos a comprender qué era, en
realidad, el Nacionalsocialismo. Es —sigue diciendo el oficial francés que
recuerda la ceremonia de graduación— un Tercer Camino. Es nacionalismo, a
diferencia de un internacionalismo que busca diluir la idea de Patria; y es
socialismo en el recto sentido de la palabra, que busca el progreso de la
sociedad, a diferencia del socialismo marxista que sólo es un sistema para
subyugar a los pueblos—.
Esa era la manera de pensar en la División francesa Carlomagno.
Esto explica el aparentemente paradójico fenómeno de que, en la defensa de
Berlín, los franceses combatieran con más convicción que como lo habían hecho
en la Línea Weygand, al norte de París, cuando combatían contra las tropas
alemanas. En aquel entonces, en 1940, los franceses iban al frente obligados
por una guerra impuesta desde Londres y Washington, pero íntimamente no querida
en Francia.
En cambio, en las SS francesas que luchaban en el frente de
Berlín, todos eran voluntarios y los alentaba el móvil de defender a Europa.
Defenderla del mercantilismo de Occidente y del bolchevismo de Moscú.
En fin, volviendo a Meseritz, donde franceses y alemanes
hicieron contacto el 6 de marzo, se vivieron horas de confraternidad y
descanso. El teniente Fenet fue condecorado con la Cruz de Hierro de Primera
Clase, después que en los Cárpatos se había ganado la de Segunda. Pero resulta
que no había disponible una Cruz de Primera, y entonces el general Munzel se
quita la que lleva consigo y le dice a su compañero Krukenberg: — ¡Tenga la
mía, désela!... ¡En nombre del Führer!
Al día siguiente la Carlomagno reanuda su marcha hacia el
río Oder.
Después de casi todo el día de caminar, la avanzada llega a
una granja, donde una alemana los invita a compartir algo de su cena. Tengo un
hijo —le dice— que es soldado y se encuentra en Francia... Las lágrimas le
escurren por las mejillas...
Ahí cerca los soviéticos ocuparon un poblado alemán y han
quemado establos y ganado.
Más adelante un batallón de la Carlomagno encontró a dos
convoyes de refugiados alemanes, aproximadamente de cinco mil personas cada
uno. Se lee en sus ojos todo lo que han padecido y, sobre todo, el temor que
los invade por un futuro incierto. En particular, las mujeres que prefieren
morir antes que ser capturadas y vejadas por los soviéticos. Ponen su destino
en manos de las SS francesas, ciegamente confiadas.
El comandante alemán Zimmermann decide marchar en la
vanguardia de la columna. Se sospecha que los soviéticos han sembrado minas y
urge despejar una vereda. Pero no es posible evitar desagradables sorpresas.
Estalla una mina y Zimmermann cae herido. Un francés acude en su ayuda y le
presta los primeros auxilios. Pero el oficial alemán no puede volver a ponerse
la bota. Entonces se descalza y dice: —Continuaré en chanclas,— a la vez que
hace un esfuerzo para minimizar la importancia de su herida.
La columna alcanza la costa del Mar Báltico. En el horizonte
se balancean destellos rojos y verdes.
Son los disparos de los buques alemanes Almirante Scheer y el
torpedero T-33, que tienen la misión de proteger el repliegue de los
refugiados. Pero éstos no han sido aún identificados y la Marina los confunde
con el enemigo.
El teniente Fenet ordena: —¡Cohetes! ¡Rápido! ¡Que afinen la
puntería! Estrellas multicolores se elevan hacia el cielo. Los cañones se
callan y la marcha continúa.
Desde la patrulla avanzada llegan unos gritos: —¡Los
soviéticos están delante—.
—¡Pues adelante!
La furia de los SS franceses es manifiesta. Diez mil
refugiados alemanes han puesto su destino en sus manos. Esta confianza es
sagrada.
—¡Hay que cargar, atacar con ráfagas intermitentes y volver
a atacar!
Después de una ruda pelea la patrulla soviética es
dispersada y el convoy con los refugiados logra pasar adelante. Disparos de
ametralladora y de granadas de mano abren brechas entre el enemigo. En la
humareda aparecen varios soldados rusos que son rematados con rabia, pues se
sabe de las barbaridades que han cometido con la población civil.
El médico del Batallón, capitán Anneshaensel, no para de
correr de un lado a otro poniendo vendas o entablillando a heridos franceses.
Poco después también él morirá en un nuevo combate.
Pero los diez mil refugiados alemanes, civiles, fueron
salvados. Se les puso a salvo enviándolos a la retaguardia del frente. Todos
dan las gracias a los franceses. No encuentran palabras para hacerlo. Han
salido de un infierno. Sabían que la guerra es cruel, pero no que a mujeres y
niñas se les tratara peor que si fueran bestias por parte de las tropas
soviéticas.
La Carlomagno ha alcanzado a contingentes alemanes que aún
tienen tanques "Tigre" y "Pantera". Pronto se verán
atacados por masas de tanques soviéticos. Dos a uno, cuatro a uno y así
sucesivamente. Sin embargo, su moral sigue siendo alta y cantan su antigua canción:
"Las SS marchan en tierra enemiga
y cantan una endiablada canción.
Allí donde estamos es siempre
la primera fila
y el diablo encima se ríe:
Ja!Ja!Ja!...Ja!Ja!Ja!
El 21 de marzo, inicio de la primavera, la Carlomagno va a
pie por las carreteras de Pomerania occidental y se dirige a Mecklenburg.
En las afueras de la ciudad se despliega una actividad
febril. Se cavan trincheras antitanques. Nadie piensa ya que el Oder sea un
obstáculo infranqueable para los grandes contingentes del Ejército Rojo. Los
expertos de la Organización Todt, con su capote caqui, van y vienen activando a
los trabajadores.
Toda la población alemana ha sido movilizada. Los viejos
militan en el Volkssturm. Las mujeres alemanas manejan palas y piquetas.
La vanguardia de la Carlomagno llega a una base aérea
alemana perfectamente camuflada. Ve estupefacta que hay alineados aviones
Me-109 y Focke-Wulf 190, cubiertos con lonas. ¿Por qué no han tomado parte en
la batalla?... ¿Por qué no han acudido a apoyar a las unidades alemanas y
francesas?...
Varios mecánicos de la Luftwaffe, de aspecto resignado,
contestan: —¡Keine Benzin mehr! (¡Ni gota de gasolina!)
Los pozos petroleros de Rumania se han perdido y las plantas
de gasolina sintética han sido destruidas por las flotas aéreas de Roosevelt y
Churchill.
Los franceses continúan su marcha. El día 25 se ocuparán del
"despiojamiento". Las mantas, los capotes, los pantalones, los
chaquetones, todo pasa por el desinfectante. Camisas y calzoncillos se remojan
en un cubo lleno de un producto que emana un olor repugnante, pero eficaz.
Se sabe que para los prisioneros, en grandes campos de
concentración, el problema de los piojos es todavía peor y allí se usan cámaras
de gas por las que pasan la ropa y los propios prisioneros. Es gas
desinfectante.
En el acantonamiento de Ollendorf, lo que restaba de la
División Carlomagno escuchó una arenga de sus jefes:
—Hemos vivido días de ásperas luchas y de penosas marchas.
La fama de la valentía y la resistencia francesa se ha acrecentado con el
nombre de Carlomagno.
—Con orgullo recordamos que fuimos nosotros quienes paramos
el avance enemigo en el sector de Bärenwalde. En Neustettin también dimos
muestras de nuestra valentía. Pero es en Körlin donde hemos demostrado que
sabíamos luchar solos en el campo de batalla; aguantando hasta las primeras
horas de la mañana nos permitió, a una parte del Ejército alemán y a nosotros
mismos, zafarnos del cerco que nos tendía el enemigo.
—En estos momentos, elementos de nuestra División defienden
Dantzig junto con sus camaradas alemanes.
—Hemos contribuido a detener o a retrasar la ola arrasadora
del avance bolchevique.
—Aunque lejos de nuestro país, hemos dado a nuestra bandera
nuevas glorias. Sabemos que todos los franceses que con nosotros y por la
libertad de la patria quieren un nuevo orden, nos miran con orgullo.
—Al lado de nuestros camaradas alemanes que luchan por el
mismo ideal seguimos al Führer, el libertador de Europa. Tenemos una fe firme
en la victoria nacionalsocialista, más porfiada todavía si la situación se
vuelve más difícil.
***
Jean Mabire refiere también el caso de milicianos franceses
que fueron enrolados como auxiliares, pero que se desmoralizaron al ver lejana
la victoria y se convirtieron en murmuradores.
El comandante del 57° Batallón advierte que esos elementos
pueden hacer estragos. Son derrotistas porque no tuvieron la formación de las
SS. Sólo representaban el papel de valientes cuando las cosas marchaban bien.
Ahora ha sonado la hora de la verdad.
Algunos de esos milicianos (no SS) pretenden que nos
enviaron al frente de Pomerania porque los alemanes querían desembarazarse de
nosotros. Es una mentira como una catedral y además una estupidez, afirma
Mabire. —¿Creéis realmente que Alemania hubiera sacrificado cien mil alemanes
para desembarazarse de cinco mil franceses que les molestaban?
En la región de Neustrelitz el jefe de la División
Carlomagno reunió en su cuartel general a los oficiales para leerles un
comunicado y concluyó:
—Los desertores, saqueadores y los ladrones están condenados
a muerte por los tribunales militares y serán inmediatamente fusilados. No
olvidéis, señores, que cada uno de vosotros representa a Francia delante del
Ejército y el pueblo alemán.
—Ahora que todo se derrumba, la Waffen SS debe ser el último
parapeto en caer.
En esos días hubo tres o cuatro ocasiones en que se juzgó a
soldados alemanes y franceses por indisciplina. Uno fue fusilado. A un
suboficial alemán que pretendía que se abandonara a sus compañeros franceses,
se le condenó a ir a un grupo de combate, pero el Reichsführer Heinrich Himmler
le pareció poco y ordenó que se le degradara y se le enviara a la Carlomagno,
donde quedaría subordinado a los franceses.
Otro caso dramático fue el de cuatro soldados del 57°
Batallón de la Carlomagno. Estaban convictos de robo y uno de ellos de
deserción. Un tribunal los condenó a muerte. Uno de los sentenciados pidió que
su madre no supiera nunca cómo había muerto.
El Capellán castrense Verney dio los últimos auxilios a los
cuatro condenados. Todo el Batallón se reunió, formando en 'U', para asistir a
la ejecución.
Los cuatro condenados avanzaron unos pasos, sin cordones en
los zapatos porque "el cuero es demasiado escaso para enterrarlo".
Doce soldados formaron el pelotón de ejecución. La salva
estalló rápidamente. Luego se oyeron los cuatro disparos de remate. El Batallón
regresó a su campamento. Incluso después de romper filas, todos permanecieron
silenciosos durante varias horas.
Sin disciplina, la valentía y la fidelidad no existirían.
***
El 11 de abril la Carlomagno reagrupa sus fuerzas y recibe
nuevos uniformes. La hebilla metálica del cinturón ostenta la divisa de las SS:
"Meine Ehre heißt Treue". (Mi honor se llama fidelidad).
Entretanto, la marea bolchevique está empeñada en abrirse paso
a través del río Oder.
El mando francés recibe también a decenas de nuevos
oficiales cuya autoridad se basa en la responsabilidad. Fueron destinados al
58° Batallón. Son muchachos de 23 años, algunos de los cuales ya tuvieron su
bautizo de fuego en los Cárpatos. Rostaing pasa por viejo porque ya tiene 35
años, pero tiene gran reputación porque combatió en Rusia en 1941 (primer año
de la invasión). Es tan calmado y arrojado como el primer día de servicio.
La División recibió también nuevas armas, entre ellas la
ametralladora MG-42, capaz de disparar 1,200 balas por minuto. ¡Veinte balas
por segundo!
El fusil de asalto SG-44, diseñado por Hugo Schtreisser,
mide menos de un metro de largo, no pesa ni cinco kilos y dispara ochocientas
balas por minuto, 7 milímetros.
La División es dotada, además, de Panzerfaust, con el cual
un solo hombre puede destruir a un tanque, siempre que dispare a corta
distancia de su presa, arriesgando la vida.
La instrucción militar rompe la monotonía con las sesiones
de tiro. Las ráfagas petardean en los campamentos de los Batallones 57° y 58°.
Los sordos estallidos de los Panzerfaust indican que los SS franceses se
preparan para la lucha contra los tanques soviéticos.
Jovencitas alemanas de 17 o 18 años llegan al campamento
para servir como auxiliares en la artillería antiaérea. Se sorprenden de
encontrarse con franceses y empiezan a parlotear una mezcla de francés-alemán.
Están conscientes del peligro de caer en manos de los soviéticos, ya famosos
por sus bárbaras violaciones masivas contra las mujeres alemanas de cualquier
edad.
Tales jovencitas fueron entrenadas para apoyar a los
soldados que manejan la artillería antiaérea. ¡Quieren luchar!
Llega el 20 de abril (1945), 56 aniversario de Hitler.
Alemanes y franceses están conscientes de que será el último aniversario del
Führer. Todos se disponen a celebrarlo con galletas, pan seco, un poco de
chocolate y tres cigarrillos. El comandante Krukenberg consiguió varias
botellas de vino.
Por la noche se encienden velas en honor de aquel a quien
juraron fidelidad y valor, aunque rápidamente deberán ser apagadas.
Por doquier se oye repetir lo mismo: —Hay que evitar que
nuestros caídos hayan muerto inútilmente. Las relaciones entre soldados
alemanes y franceses son cada día más cordiales. Los une el peligro, el valor y
la muerte.
Los granjeros de Meckleburg se topan sorprendidos con unos
extranjeros que son tan nacionalsocialistas como ellos mismos. Descubren que ha
nacido una Europa nueva, una Europa que al mismo tiempo va a morir.
Entretanto, la soga va apretándose en el cuello de Berlín,
ya que los bolcheviques y los americanos han realizado el enlace de sus hombres
cortando a Alemania en dos partes.
El 23 de abril (1945), a una semana de que termine la
guerra, un joven civil se presenta en el campamento de la Carlomagno. Un
centinela le impide el paso con voz ronca y cruzando el fusil como lo exige el
reglamento. —¿Qué desea?
—Vengo para alistarme. Quiero ser SS.
El comandante del Batallón quiere conocer a ese joven, de 20
años, también francés.
—Llegas con retraso. No tienes ninguna formación militar y
ya no tenemos unidades de instrucción.
—¿Realmente no queda sitio? —pregunta el muchacho con un
aspecto de incredulidad y desengaño.
—¡No! La conscripción está cerrada desde hace tiempo.
—¡Qué lástima! —suspira el joven y se va.
Para ese día ya está en su apogeo la ofensiva soviética
sobre Berlín. Los comandantes franceses de los Batallones 57° y 58° tienen que
dirigir las operaciones sobre el terreno mismo.
Por la noche del mismo día 23 una llamada telefónica
despierta al general Krukenberg. Es la voz del general alemán Krebs, quien le
comunica que los soviéticos han roto la línea del río Oder y avanzan sobre
Berlín. La capital quedará cercada en unas horas más. Ya se combate en los
suburbios.
El general Krebs le comunica que el Führer ha decidido
quedarse en la capital. "Participaremos en la batalla bajo sus
órdenes", dice el comandante Krukenberg.
La Carlomagno tiene que fraccionarse para alcanzar Berlín,
ya que los medios de locomoción son muy limitados. Disponen de diez camiones de
la Luftwaffe.
El doctor Metrais comenta:
—El domingo de Pascua escuché atentamente el sermón sobre la
Pasión, y el cura Verney tiene razón al hablar de la nobleza y la grandeza que
significa el sacrificio.
El martes 24 todos los contingentes de la División francesa
salen a primera hora para empeñarse en la defensa de Berlín.
—¡Maravilloso, es realmente formidable! —repiten los que van
a Berlín.
—Parece ser que la orden viene del Führer personalmente. No
podía dejarnos plantados cruzados de manos. Qué suerte no ser olvidados.
A veces una voz entonaba un canto pronto coreado: —La SS
marcha en tierra enemiga y canta una endiablada canción...
La División avanza, pero en momentos ya está a tiro del
enemigo y tiene que desviar su camino para llegar a Berlín, que ya está a punto
de quedar completamente cercado.
Entretanto, en la capital Adolf Hitler nombra jefe de la
defensa de Berlín al general Weidling. A sus órdenes milita una amalgama de
formaciones del Volkssturm (los mayores de 60 años), del Ejército, de las
Juventudes Hitleristas y de las Waffen SS. También son lanzados a la batalla
los soldados de los servicios del Estado Mayor, telefonistas, secretarios,
cocineros, etc, empuñando las armas.
Las tropas soviéticas de los mariscales Koniev y Zukov
aprietan las gigantescas tenazas de acero que encierran a la capital.
La tarde del 24 de abril el convoy francés llega a las
puertas de Berlín. Un puente está intacto, pero en ese momento cae una granada
y lo vuela. Unos hombres del Estado Mayor, que se encontraban en el puente,
fueron proyectados al aire y caen en el agua. Dos de ellos se hallan gravemente
heridos.
Por la tarde los franceses de la Carlomagno van pasando por
los escombros del puente. Entonces se enteran que unos compañeros del
Volkssturm fueron los que hicieron fuego sobre el puente, en la creencia de que
se trataba de enemigos.
Es la confusión propia de la guerra.
Por todos lados se oyen tronar los cañones y el tableteo de
las ametralladoras. En un cruce, unos ciclistas pasan por el lado de los
franceses: es una patrulla de la Hitlerjugend, muchachos de catorce y quince
años, armados de Panzerfaust.
Son las diez de la noche cuando los SS franceses, después de
haber andado más de treinta kilómetros, preparan su campamento en las lindes
del bosque de Grünewald, cerca de la zona que alojó a los atletas de todo el
mundo en los Juegos Olímpicos de 1936.
Allí hay provisiones y hasta chocolate. Los golosos no
podrán pegar ojo en toda la noche, su primera noche en Berlín.
Muy cerca el crepitar de las ametralladoras responde al
estruendo de los obuses. Prestando atención, los SS franceses oyen las sordas
explosiones. La tierra tiembla bajo sus pies.
Pero la marcha de todo el día los ha extenuado y la mayoría
se duermen inmediatamente.
—¡Qué lluvia de fuego! —dice el oficial Douraux.
—Por ahora no nos moja —arguye el teniente Fenet, muy
flemático. Salvo los centinelas, los demás duermen como lirones.
A media noche el general Krukenberg pide a su ordenanza que
lo lleve al centro de Berlín, a la puerta de la Cancillería. Nadie le pide
papeles y le abren paso cuando pide hablar con el general Krebs, jefe del
Estado Mayor Alemán.
Krukenberg y Krebs se conocen desde 1943. Krebs le refiere
que ha dado órdenes a diversas unidades para que se concentren en Berlín, y la
División de Krukenberg es la primera en llegar.
Krebs todavía tiene la esperanza de que el ejército del
general Wenck llegará a Berlín y barrerá a los soviéticos. Lo mismo esperaba
Hitler. Ambos ignoraban que las tropas de Wenck se habían consumido en
tremendos esfuerzos por llegar a Berlín.
El general Krukenberg y su ayudante salen de la Cancillería
cerca de las 4 de la madrugada del 25 de abril. Habrá de presentarse con el
general Weidling, que es el comandante de la defensa de Berlín.
Horas después se entrevista con Weidling, quien le explica:
—Tengo que defender la capital del Reich con los restos de
mi 56 Cuerpo de Ejército que prácticamente sólo existe en el papel. Como
refuerzo cuento con elementos que polulaban en la retaguardia. Aparte de estos
brillantísimos soldados, dispongo de viejos de la Volkssturm y de los crios de
la Hitlerjugend. Edad media de los primeros, 75 años de edad, y edad media de
los segundos, 15 años.
El general Weidling parece un espectro: los ojos hinchados
por la falta de sueño, una tez palidísima, y casi no se da momentos de
descanso.
—¿Y mis franceses? —pregunta Krukenberg. —Que formen un
Batallón de asalto en el seno de la División Nordland.
Krukenberg descubre, pasmado, que los dos regimientos de
granaderos Norge y Danmark tienen los efectivos equivalentes a los de sólo una
Compañía. —¿Y los demás?... Han muerto.
En resumen, los demás contingentes se hallan en iguales condiciones.
Es evidente que la defensa de Berlín no podrá sostenerse mucho tiempo.
La capital del Reich ha sido bombardeada durante más de dos
años, masivamente, y la mitad, o más, se encuentra en ruinas. Sin embargo, los
berlineses van a su trabajo con los portafolios de cuero que contienen sus
bocadillos y carpetas. Por la noche, muchos encontrarán la casa que han dejado
en la mañana, completamente destruida, incendiada. O quizá ocupada por los
soviéticos invasores. Los policías continúan ocupándose de la circulación en
los cruces.
Los grupos de refugiados rodean los carros arrastrados por
los robustos caballos pomeranos. Apelotonaron rápidamente sus rebaños y algo de
ropa. La huida de la población civil del Báltico termina en Berlín. La ciudad
está superpoblada; los refugiados se amontonan en los sótanos de las casas y en
las estaciones del metro. Berlín huele a pólvora, humo y muerte.
Los diezmados batallones de la Carlomagno atraviesan algunos
barrios berlineses y van cantando. Muchos alemanes se preguntan quiénes son
ellos que todavía cantan.
—¡Franceses! ¡SS franceses! El hecho parece increíble.
En los kioskos hay ejemplares de periódicos. "La
victoria está al final del combate", proclama todavía el Dr. Goebbels.
El comandante de la Carlomagno, general Krukenberg, se
entrevista con el jefe de la División Nordland, quien presenta una herida en la
cara, pero no le da importancia, como si se hubiera lesionado al rasurarse. Se
trata del teniente coronel Siefert, que no tiene arraiga en las SS, razón por
la cual no se establecen estrechas relaciones entre él y Krukenberg. Fríamente
examinan un mapa y se le designa un sector de defensa a la Carlomagno.
El 25 de abril un Batallón francés se despliega en el sector
"Z". En seguida se les comunica: —Mañana entraremos en combate. Esa
noche es misteriosamente tranquila. Un contraataque está previsto para las 5 de
la madrugada del día siguiente.
En esa fecha el Ejército Rojo atacaba con dos millones de
hombres, procedentes de la URSS, más 200,000 polacos. Este Ejército disponía de
6,250 tanques y 42,000 piezas de artillería, además del pleno dominio del aire.
Del lado alemán, el genera Weidling disponía de doscientos
mil hombres, incluyendo contingentes de civiles de 65 años de edad.
(A continuación, el francés Jean Mabire relata, muy
pormenorizadamente, los últimos 7 días de combate en Berlín, que pusieron fin a
la II Guerra Mundial. Su relato se basa, naturalmente, en la acción de la
Carlomagno SS).
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