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Pasta blanda
Maurice-Yvan Sicard (alias Saint-Paulien) pasó de su
militancia izquierdista y antifascista de juventud a ser uno de los
representantes del pensamiento de derecha colaboracionista en Francia. Como
secretario de prensa y propaganda del Partido Popular Francés de Doriot, queda
como uno de sus líderes cuando aquel parte al frente. Como tal, es presentado a
Hitler en 1937 y tiene oportunidad de verlo y oirlo en varias ocasiones. Conoce
y dialoga personalmente con prácticamenet todas las más altas autoridades del
nacionalsocialismo, tanto como le es dado estudiar sobre el terreno el
funcionamiento del Partido nacionalsocialista, de las Juventudes hitlerianas y
las organizaciones alemanas tales como el Frente del Trabajo. Es así que se atreve
a decir que para él no hubo jamás “misterio” nacionalsocialista y que se siente
en ventaja con respecto a los historiadores del periodo dado que para
comprender el verdadero sentido de cualquier texto o cualquier acto se tuvo que
haber participado en los acontecimientos y, sobre todo, le ha sido
indispensable el conocimiento de los hombres.
Apelando al juego literario de escribir unas memorias de
ultratumba de Adolf Hitler, produce en relidad una obra estrictamente
histórica, producto de una minuciosa investigación y ampliamente documentada.
Para ello ha tenido que utilizar cantidades de documentos, conocidos, mal
conocidos, desconocidos, escamoteados o testimonios directos, con el fin de
poder representar fielmente el pensamiento de Hitler, intentando ser lo más
objetivo posible. Gracias a este recurso, podemos seguir de forma clara y
fluida la voluntad de esclarecer y juzgar todos los actos del Führer, sin
olvidarse de considerar su proyección y su influencia en el presente y en la
historia futura. Nada le impide escuchar las explicaciones y acusaciones hechas
por sus adversarios o por antiguos altos funcionarios que le habían prestado
antes juramento y contrastarlas con su pensamiento.
Con la publicación de esta obra Saint-Paulien se ha ganado
un destacado lugar entre los historiadores revisionistas.
PRÓLOGO
Adolf Hitler, Führer y canciller de Alemania, murió hace
veintitrés años. ¿De qué manera han podido llegar por tanto hasta nosotros las
palabras que colocamos en su boca?
Para ello hemos tenido que utilizar cantidades de
documentos, conocidos, mal conocidos, desconocidos, escamoteados o testimonios
directos. El historiador que a costa de las mayores dificultades estudia los
años comprendidos entre 1930 y 1945, tuvo que haber participado en los
acontecimientos para comprender el verdadero sentido de cualquier texto o
cualquier acto. Sobre todo, le ha sido indispensable el conocimiento de los
hombres. Fue en el año 1937 cuando me presentaron a Hitler en Nuremberg. Tuvo
también varias ocasiones para verle y oírle. Conocí también personalmente a sus
principales colaboradores: el mariscal Göring, Rudolf Hess, Heinrich Himmler,
Joachim von Ribbentrop, Joseph Goebbels, Alfred Rosenberg, Baldur von Schirach
y algunos otros más. Pude incluso departir largamente con algunos de ellos.
Quiero finalmente dar las gracias al coronel Otto Skorzeny, personaje de valor
universal, que ha tenido la amabilidad de aclararme algunos problemas de tipo
militar y al coronel Rudel, el aviador de los 2.600 vuelos contra el enemigo.
Hitler se sintió obligado a inventar para él una condecoración especial, ya que
las ya existentes no alcanzaban a recompensar su valor y su fidelidad.
Antes de la guerra me fue dado también estudiar sobre el
terreno el funcionamiento del Partido nacionalsocialista, de las Juventudes
hitlerianas y las organizaciones alemanas tales como el Frente del Trabajo.
Quizás algunos conozcan mejor que yo “el fenómeno nazi”, pero me atrevería a
decir que para mí no hubo jamás “misterio” nacionalsocialista.
Hitler ha muerto, pero su fantasma sigue planeando sobre el
mundo. Su espectro merodea por doquier. Así es que ante los acontecimientos de
que es escenario el mundo, el canciller del III Reich vuelve a adquirir aquí la
palabra. Desprovisto de cualquier servidumbre humana, se expresa con la firme
voluntad de esclarecer y juzgar todos sus actos pasados, sin olvidarse de
considerar su proyección y su influencia en el presente y en la historia
futura. En el seno del universo que es ahora el suyo, nada le impide escuchar
las explicaciones y acusaciones hechas por sus adversarios o por antiguos altos
funcionarios que le habían prestado antes juramento. No tiene nada que perder,
nada que ganar, diciendo la verdad sobre los hechos que en 1968 pueden
conocerse y publicarse.
Si esta exposición directa de la política hitleriana de 1922
a 1945 esclareciese tan sólo el pasado, no dejaría tal vez de tener cierto
interés. Igual que resulta difícil penetrar en la actualidad la verdadera
naturaleza del romanticismo alemán, igualmente la prolongación y las
expresiones políticas, sociales, guerreras de tal movimiento — es decir, el
nacionalsocialismo — se hacen cada vez más incomprensibles. Millares de
cronistas e historiadores de nuestra época aparecen errabundos (incluso actuando
de buena fe) entre los escombros de un mundo cuyo sentido se les escapa. Otros
historiadores, éstos ya más escasos, se sacrifican a la moda, y no dejan que la
verdad aparezca más que furtivamente en sus plumas.
No es nuestra pretensión revelar toda la verdad; pero por lo
menos, tenemos la certidumbre de haber hecho todo lo posible para conocerla y
expresarla, costara lo que costara. Como el mariscal Lyautey y el doctor Alexis
Carrel, creemos que las guerras franco-alemanas son verdaderas guerras civiles.
Hitler quien habla aquí y los temas que sostiene no son
expresión de nuestro pensamiento. No se trata, por tanto, de una defensa, y
menos todavía de una apología de la política hitleriana. Esta política, tal
como fue concebida y aplicada, precipitó finalmente Occidente en el caos donde
todavía se debate en la actualidad. Por razones diversas, no podemos más que
reprobarla.
Sin embargo, pese a lo que se diga o haga, Alemania, vecina
de Francia, seguirá siendo siempre una de las piezas maestras de Europa y de
Occidente. Muchos de los problemas aquí evocados, permanecen sin solución: nos
parece que este mensaje de ultratumba interesará sobre todo al porvenir.
Hoy como ayer, si Alemania y Francia consiguieran entenderse
con sinceridad, Europa — por fin — existiría y conseguiríamos hacer todos el
mejor negocio de la Historia.
ST. P.
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